jueves, 30 de agosto de 2012

miércoles, 29 de agosto de 2012

martes, 28 de agosto de 2012

Giuliana sobre el mar:

Nunca está quieto. Nunca, nunca, nunca. Yo no puedo mirar el mar mucho tiempo. Si lo hago, todo lo que pasa en la tierra ya no me interesa.

(Giuliana en “El desierto rojo”, de Michelangelo Antonioni)

sábado, 25 de agosto de 2012

Fabián Casas sobre su estilo:

Me gusta escribir buscando la voz extraña, no la voz personal. Escribir sintiendo la piedra en el zapato, vergüenza ajena por el texto, incertidumbre y, claro, alegría.
(Fabián Casas en un artículo muy recomendable de "Babelia")

jueves, 23 de agosto de 2012

Lo nuestro es puro teatro

Frente a la indigente cartelera cinematográfica, T. y yo estamos yendo mucho al teatro. Para ir al teatro no hay que pensar más que para ir al cine, no es algo tan especial ni diferente, sólo hay que meterse en una página web (o llamar) y asegurarse las entradas que cuestan poco más que las de la pantalla grande. (El cine se volvió loco.) Llegado el día del evento, simplemente se debe tomar algún transporte o mover las piernas. Buenas obras para empezar con la costumbre: "El viento en un violín" y la ya superfamosa "Omisión de la familia Coleman".

martes, 21 de agosto de 2012

Preferirían no hacerlo

No escribir nada porque aguardas que te llegue la inspiración es un truco que siempre funciona, lo utilizó el mismísimo Stendhal, que dice en su autobiografía: “Si hacia 1795 hubiese comentado a alguien mi proyecto de escribir, cualquier hombre sensato me habría dicho que escribiera dos horas todos los días, con o sin inspiración. Estas palabras me hubiesen permitido aprovechar los diez años de mi vida que malgasté totalmente aguardando la inspiración.”

Robert Walser quería ser un cero a la izquierda y la vanidad que amaba era una vanidad como la de Fernando Pessoa, que en cierta ocasión, al arrojar al suelo el papel de plata que envolvía una chocolatina, dijo que así, que de aquella forma, había tirado él la vida. Walser escribió: “Y si alguna vez una ola me levantase y me llevase hacia lo alto, allí donde impera la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias que me han favorecido y me arrojaría yo mismo abajo, a las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.” (…) “Hoy es necesario que deje de escribir. Me excita demasiado. Y las letras arden y bailan delante de mis ojos.”

Como escribe Marcel Bénabou en Por qué no he escrito ninguno de mis libros: “Sobre todo no vaya usted a creer, lector, que los libros que no he escrito son pura nada. Por el contrario (que quede claro de una vez), están como en suspensión en la literatura universal.”

“Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa.” (Daniele Del Giudice)

La Biblioteca Brautigan reúne exclusivamente manuscritos que, habiendo sido rechazados por las editoriales a las que fueron presentados, nunca llegaron a publicarse. Esta biblioteca reúne sólo libros abortados. Quienes tengan manuscritos de esta clase y quieran enviarlos a la Biblioteca del NO o Biblioteca Brautigan no tienen más que remitirlos a la población de Burlington, en Vermont, Estados Unidos. Sé de buena tinta –aunque allí estén sólo interesados en almacenar mala tinta- que ningún manuscrito es rechazado; todo lo contrario, allí son cuidados y exhibidos con el mayor placer y respeto.

Escribió Joubert en su diario: “Pero ¿cómo buscar allí donde se debe, cuando se ignora hasta lo que se busca?”

Se me ha ocurrido, venciendo como pudiera mi timidez, realizar una pequeña encuesta entre la gente corriente, averiguar por qué motivos no escriben…

He recordado a Albert Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no.”

La carta que supuestamente envía Lord Chandos a sir Francis Bacon comunicándole que renuncia a escribir –ya que “una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro al sol (…), cada uno de estos objetos, y mil otros parecidos, sobre los cuales el ojo normalmente se desliza con natural indiferencia, puede de repente, en cualquier momento, cobrar para mí un carácter sublime y conmovedor que la totalidad del vocabulario me parece demasiado pobre para expresar”.

Reconozco que son una perla condensada de Monsieur Teste las frases de Valéry que Derain me ha seleccionado: “No era Monsieur Teste filósofo ni nada por el estilo. Ni siquiera era literato. Y, gracias a eso, pensaba mucho. Cuando más se escribe, menos se piensa.”

He acabado refugiándome en lo primero que me ha venido a la cabeza, unas frases del escritor argentino Fogwill: “Escribo para no ser escrito. Viví escrito muchos años, representaba un relato. Supongo que escribo para escribir a otros, para operar sobre la imaginación, la revelación, el conocimiento de los otros. Quizás sobre el comportamiento literario de los otros.”

Si para Platón la vida es un olvido de la idea, para Clément Cadou toda su vida fue olvidarse de que un día tuvo la idea de ser escritor. Y es que Cadou, a diferencia de Marboeuf, no se limitó a verse toda su breve vida (murió joven) como un mueble, sino que, al menos, pintó. Pintó muebles precisamente. Fue su manera de irse olvidando de que un día quiso escribir. Todos sus cuadros tenían como protagonista absoluto un mueble, y todos llevaban el mismo enigmático y repetitivo título: “Autorretrato”. “Es que me siento un mueble, y los muebles, que yo sepa, no escriben.”

lunes, 20 de agosto de 2012

Dr. J'ecris and Mrs. Hide

Me armé un personaje. Es un personaje entrañable, nada pretencioso, alguien con imposibilidades, buenas excusas, conflictos, pobrecita, que no puede hacer lo que querría por razones inexplicables, complejísimas, por fuerzas oscuras que vienen del infinito y más allá.

Literal y literariamente el término “bipolar” resume mi patología: tengo dos mundos, soy dos conjuntos sin intersección, calles paralelas, un par de imanes en ese punto justo en el que se rechazan. De un lado las ideas, que brotan mejor que sangre aspirinada. Del otro la parálisis, la herida pegada con la gotita.

Evito el centro, esquivo lo que daría sentido. Salgo disparada en mil pedazos, me desintegro limándome las uñas, ordenando roperos o llamando a algún amigo. Sin embargo soy feliz, vivo fuera de todo y me levanto y me duermo contenta. Pienso mucho y borro lo que pienso; al no escribirlo, no dejo pistas.

Escribo esto para no escribir, por sentir que rozo apenas algo. Al núcleo ni me animo, permanezco en la periferia y hago de mis excusas un texto que no dice nada, que desaparece envuelto en la inconsistencia repetitiva de una telaraña infinita, en el metatexto de un texto que nunca existió. ¿O sí?

sábado, 18 de agosto de 2012

viernes, 17 de agosto de 2012

El cielo protector

Vi "El cielo protector" cuando volvimos de Marruecos y recién acabo de terminar de leer el libro. Ver la película y leer la novela, en ese orden, facilita mucho la comprensión de los recursos de una buena adaptación, más que hacerlo a la inversa. Uno no tiene tan presentes los detalles del libro al ver la película. En cambio, esos detalles sí salen a la luz en la lectura como "agregados" si se vio la obra cinematográfica hace poco. La película es como el esqueleto y la novela lo rellena con carne. De todas maneras es imposible escapar a la contaminación y resignificación entre ambas, imposible, pero son tan especiales que es un placer, entre por donde entre la historia. Las recomiendo con todas mis fuerzas:
Las autoridades de inmigración no habían quedado satisfechas al desembarque: en los formularios, después de la palabra Profesión, había dejado un blanco, como en su pasaporte. (¡Ese pasaporte, prueba oficial de su existencia, que le corría detrás, en algún lugar del desierto!) Le habían dicho: “El señor hace seguramente algo.” Y Kit, cuando Port estaba por discutir la cuestión, había intervenido rápidamente: “¡Ah, sí, el señor es escritor, pero es tan modesto!” Se habían reído, llenaron el espacio con la palabra écrivain y formularon sus esperanzas de que encontrara inspiración en el Sáhara. Por un rato le enfureció esa obstinación en imponerle un rótulo, un état civil. Después, durante unas pocas horas, le divirtió la idea de escribir un libro. Un diario en el que anotaría cada noche los pensamientos del día, cuidadosamente condimentados con notas de color local, en el cual quedaría clara y tranquilamente demostrada la verdad absoluta del teorema que enunciaría al principio, a saber, que la diferencia entre algo y nada es nada. Ni siquiera había mencionado la idea a Kit: ella la hubiera ahogado con su entusiasmo. Desde la muerte de su padre no trabajaba porque no tenía necesidad, pero Kit alimentaba constantemente la esperanza de que empezaría de nuevo a escribir cualquier cosa con tal de escribir. “Es un poco menos insoportable cuando hace algo”, explicaba a los otros, y no era del todo broma. Y cuando veía a su madre, cosa que ocurría poco, y ella le preguntaba: “¿Estás trabajando?”, mirándolo con sus grandes ojos tristes, él contestaba con insolencia: “No.” En el taxi, rumbo al hotel, mientras Tunner decía: “¡Qué agujero inmundo!” ante las calles miserables, había pensado que también a Kit le encantaría la idea; tenía que realizarla en secreto, era la única manera de ser capaz de cumplirla. Pero cuando se instaló en el hotel y empezaron la pequeña rutina del café en el Eckmuhl-Noiseux, no hubo nada que escribir, no podía establecer una relación entre las trivialidades absurdas que llenaban el día y la empresa seria de alinear palabras sobre el papel. Pensó que probablemente Tunner era quien le impedía sentirse completamente cómodo. Su presencia creaba una situación, aunque sin mayor importancia, que le impedía alcanzar un estado de reflexión a su juicio esencial. Mientras viviera así, no podría escribir sobre esa vida. Donde terminaba una empezaba la otra, y si las circunstancias le exigían la más mínima participación personal, bastaba para excluir del ámbito de lo posible la tarea literaria. Pero estaba muy bien así. No hubiera escrito bien, y por lo tanto, no habría sentido placer. Y aunque hubiera podido escribir algo bueno, ¿cuántas personas lo habrían leído? Estaba muy bien internarse en el desierto sin dejar rastros.
(Ah, y este fragmento del libro de Paul Bowles explica maravillosamente la razón por la cual no pude escribir en mi último y largo viaje. Además me recordó una situación que viví en el aeropuerto de Chile: en el casillero de Profesión del formulario de inmigraciones se me ocurrió escribir "Blogger", porque estoy en el aire con este tema y además la policía nunca lo lee. ¿Blogger?, saltó el oficial sorprendido, con ese acento chileno agudísimo y estirado. ¿Y eso? Blogger... Que escribo un blog, contesté tranquila. Negó con la cabeza y me pareció ver que tachaba y escribía algo encima, pero no estoy segura qué. Finalmente sonrío y murmuró simpático: eso no vale, es como poner "Facebooker".)

miércoles, 15 de agosto de 2012

sábado, 11 de agosto de 2012

OSCURO

Ya no acostumbro a enojarme con las cosas, supongo que maduré y entendí que no sirve de nada. Pero en este caso no lo puedo evitar. Estoy indignada con ESTE COMERCIAL. Lo detesto, me da asco saber que con lo que gastaron en esta campaña se podría haber alimentado a un pueblo entero por meses o años, es obsceno. Que nadie me lo mencione porque vomito.

viernes, 10 de agosto de 2012

André Malraux sobre el hombre:

No se necesitan nueve meses, se necesitan cincuenta años para hacer un hombre, cincuenta años de sacrificio, de voluntad, de... ¡tantas cosas! Y cuando ese hombre está hecho, cuando ya no queda en él nada de la infancia ni de la adolescencia, cuando verdaderamente es un hombre, no sirve nada más que para morir.

jueves, 9 de agosto de 2012

Las otras cosas

Hoy las cosas no se dejan dibujar,
ni contar.
Tengo que esperar a las otras,
ellas, las que me despiertan,
me enchufan y me desencantan.
Las que se dejan manosear, mirar,
así, como yo sola miro.
Posan, me dictan, me ordenan
(a gritos y el caos).
Las espero. Por favor.
Tengo lápices y ganas y las otras,
las de hoy,
no buscan atención, son aburridas,
me ignoran, se escurren.
Mudas y quietas
no se dejan pintar ni contar.
¡Vengan! Las otras, ¡vengan!
Las vestiré de grafito y de tinta azul
de la mejor calidad.
¡Vengan! A sacudirme,
a llevarme mar adentro.
Aunque sea un rato.
Después me devuelven al entierro,
a este lugar en donde las cosas
no me quieren, no se dejan dibujar
y yo no puedo moverme.
¡Vengan!

miércoles, 8 de agosto de 2012

martes, 7 de agosto de 2012

Jet luck

Según Wikipedia, el "jet lag" es un desequilibrio producido entre el reloj interno de una persona, que marca los períodos de sueño y vigilia, y el nuevo horario que se establece al viajar en avión a largas distancias, a través de varias regiones horarias. La persona que lo sufra tendrá sueño en pleno día y por las noches mantendrá un estado de vigilia. Algunos de los síntomas son: fatiga, problemas digestivos (vómitos y diarreas), confusión en la toma de decisiones o al hablar, falta de memoria, irritabilidad y apatía.

Yo acabo de volver de España y no tengo ninguno de estos síntomas: no estoy cansada, no me fui por el inodoro, creo que me acuerdo de todo y estoy más lúcida, simpática y contenta que nunca. Eso sí, me levanto todos los días a las cinco de la mañana y a eso de las diez ya he desayunado, contestado mails, organizado mi agenda y ordenado mi casa. Quisiera que este jet lag dure para siempre.

Además me estimulan las horas de la madrugada, el jet lag me pone creativa. Hoy, por ejemplo, pensé cómo quiero que sea mi muerte, imaginé qué me gustaría que hiciesen con mi cuerpo y mis cosas. En realidad lo de mi cuerpo no lo terminé de decidir. Al momento, me inclino por la cremación y, aunque me avergüence confesarlo, la donación de órganos me da bastante miedo. Es algo demasiado futurista.

Entones, querida gente cercana, esto es lo que me gustaría que pasase apenas me vaya. Quiero música en mi casa, de todo tipo y todo el tiempo. Pocas flores y en mis floreros, simples. Ventanas abiertas, todas. La puerta de entrada también abierta, siempre, hasta que el último la cierre. Quiero que mis amigos y mi familia se preparen algo rico de comer y tomar, que se reencuentren entre ellos y que hablen un poco de mí, ¿por qué no?

Que cada persona salga de mi casa con libros y películas que elija de una biblioteca que se entrega, como se entregan los cuerpos. Quiero que mis pulseras tintineen en las calles bailando en las muñecas de mis amigas, que mis películas alegren las tardes de algún primo triste. Quiero que mis dibujos se esparzan, que vuelen a casas de vecinos de la infancia o de algún compañero que nunca se atrevió a decirme te quiero.

Que cada uno se lleve algo, o mucho arte. Que los sorprendan sonriendo los subrayados de mis libros, que en momentos difíciles se traten de tranquilizar tomando té en las tazas que me dejó mi abuela. Que las cosas se vayan por todos lados, que no se compriman, ni se marchite todo junto e inútil. Como si explotase mi casa y todo saliese disparado hacia el universo de los que me quieren, y así yo tendría la esperanza de poder seguirles dando algo, una sonrisa, una idea, un buen momento.

Eso. Siendo las ocho de la mañana, y habiendo solucionado mi testamento, me dispongo a empezar otro día que se abre como la carta de un desconocido. Todo puede pasar y quizás tampoco pase nada. Si eso es bueno o malo ¿quién sabe? Pero yo estoy contenta. Miro mis libros y los imagino en la casa de F. o de C; mis collares abrazando a mis hermanas, protegiéndolas como escudos. Me preparo un café. Y vuelvo a desear que este jet lag dure para siempre.

sábado, 4 de agosto de 2012

Rojos

Aunque el trailer es malísimo, por favor no dejen de ver "REDS".
Warren Beatty, chapeau!

miércoles, 1 de agosto de 2012

Octave Parango a un cura, sobre la búsqueda:

Le aseguro que la mayoría de los ateos con los que tropiezo tienen la misma preocupación que sus ovejas recién liberadas: evitar reflexionar. Es un trabajo a tiempo completo huir de las preguntas molestas (¿Soy feliz, soy una mierda, estoy enamorado? ¿Soy un muerto viviente abandonado en una tierra árida? ¿Tengo una razón para vivir y pagar tantos impuestos? ¿Qué hay que hacer para seguir siendo viril en un mundo matriarcal? ¿Por quién vamos a sustituir a Dios esta vez: una webcam, un martinete o un perro faldero?). Para amueblar su soledad y engañar al silencio, los descreídos compran coches a crédito o descargan canciones, soplan alcohol desde la comida, toman excitantes por la mañana y somníferos por la noche (a veces a la inversa), hacen desfilar nombres en el móvil, dicen “te quiero” sucesivamente en varios buzones, se abonan a todas las cadenas por cable para adultos, llenan su agenda de citas que anulan en el último minuto por temor a no ser capaces de hablar en público sin deshacerse en lágrimas, van por la calle leyendo sms sin mirar a su alrededor (y así se encuentran la mierda de labrador en la suela del zapato derecho), se masturban leyendo Playboy o In Style, lanzan un grito de alegría cuando el capitán del equipo de fútbol asesta un cabezazo a un jugador del equipo contrario, atraviesan centros comerciales subterráneos que parecen parques temáticos pasando por encima de los mendigos tendidos en el suelo, se pelean por tener la consola de juegos Nintendo Wii antes que el vecino, llaman al alba a SOS Médicos para oír una voz humana, se compran el estuche de la segunda temporada de “A dos metros bajo tierra” en DVD, que quedará sellado con celofán porque prefieren tocarse delante de dibujos animados sadomasoquistas y el resto del tiempo corren en sentido inverso sobre una cinta rodante para olvidar que la capa de ozono se reduce de hora en hora. La industria del hedonismo prevé una cantidad aterradora de distracciones para ocuparse de nuestro ánimo. Pero ¿no será más bien para impedir que las usemos? No es una novedad (hace mucho tiempo que Platón y Pascal señalaron que el ser humano huye de la realidad), pero el fenómeno se ha acelerado. El hombre sólo tiene una idea: cambiar las que tiene. En el placer huye de algo, pero a mi entender huir es como buscar al revés. ¿Qué buscamos, entonces? ¿El amor, cree usted? Oh, piedad, ahórreme su rollo de ortodoxo poscomunista. ¿Dios? Otra utopía. Soñamos un sueño. Lo que quiere decir que dormimos de pie, como usted escuchándome.
(Fragmento de “Socorro, perdón”, de Frédéric Beigbeder)