

Nunca está quieto. Nunca, nunca, nunca. Yo no puedo mirar el mar mucho tiempo. Si lo hago, todo lo que pasa en la tierra ya no me interesa.
Me gusta escribir buscando la voz extraña, no la voz personal. Escribir sintiendo la piedra en el zapato, vergüenza ajena por el texto, incertidumbre y, claro, alegría.
(Fabián Casas en un artículo muy recomendable de "Babelia")
No escribir nada porque aguardas que te llegue la inspiración es un truco que siempre funciona, lo utilizó el mismísimo Stendhal, que dice en su autobiografía: “Si hacia 1795 hubiese comentado a alguien mi proyecto de escribir, cualquier hombre sensato me habría dicho que escribiera dos horas todos los días, con o sin inspiración. Estas palabras me hubiesen permitido aprovechar los diez años de mi vida que malgasté totalmente aguardando la inspiración.”Robert Walser quería ser un cero a la izquierda y la vanidad que amaba era una vanidad como la de Fernando Pessoa, que en cierta ocasión, al arrojar al suelo el papel de plata que envolvía una chocolatina, dijo que así, que de aquella forma, había tirado él la vida. Walser escribió: “Y si alguna vez una ola me levantase y me llevase hacia lo alto, allí donde impera la fuerza y el prestigio, haría pedazos las circunstancias que me han favorecido y me arrojaría yo mismo abajo, a las ínfimas e insignificantes tinieblas. Sólo en las regiones inferiores consigo respirar.” (…) “Hoy es necesario que deje de escribir. Me excita demasiado. Y las letras arden y bailan delante de mis ojos.”Como escribe Marcel Bénabou en Por qué no he escrito ninguno de mis libros: “Sobre todo no vaya usted a creer, lector, que los libros que no he escrito son pura nada. Por el contrario (que quede claro de una vez), están como en suspensión en la literatura universal.”“Escribir no es importante, pero no se puede hacer otra cosa.” (Daniele Del Giudice)La Biblioteca Brautigan reúne exclusivamente manuscritos que, habiendo sido rechazados por las editoriales a las que fueron presentados, nunca llegaron a publicarse. Esta biblioteca reúne sólo libros abortados. Quienes tengan manuscritos de esta clase y quieran enviarlos a la Biblioteca del NO o Biblioteca Brautigan no tienen más que remitirlos a la población de Burlington, en Vermont, Estados Unidos. Sé de buena tinta –aunque allí estén sólo interesados en almacenar mala tinta- que ningún manuscrito es rechazado; todo lo contrario, allí son cuidados y exhibidos con el mayor placer y respeto.Escribió Joubert en su diario: “Pero ¿cómo buscar allí donde se debe, cuando se ignora hasta lo que se busca?”Se me ha ocurrido, venciendo como pudiera mi timidez, realizar una pequeña encuesta entre la gente corriente, averiguar por qué motivos no escriben…He recordado a Albert Camus: “¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no.”La carta que supuestamente envía Lord Chandos a sir Francis Bacon comunicándole que renuncia a escribir –ya que “una regadera, un rastrillo abandonado en el campo, un perro al sol (…), cada uno de estos objetos, y mil otros parecidos, sobre los cuales el ojo normalmente se desliza con natural indiferencia, puede de repente, en cualquier momento, cobrar para mí un carácter sublime y conmovedor que la totalidad del vocabulario me parece demasiado pobre para expresar”.Reconozco que son una perla condensada de Monsieur Teste las frases de Valéry que Derain me ha seleccionado: “No era Monsieur Teste filósofo ni nada por el estilo. Ni siquiera era literato. Y, gracias a eso, pensaba mucho. Cuando más se escribe, menos se piensa.”He acabado refugiándome en lo primero que me ha venido a la cabeza, unas frases del escritor argentino Fogwill: “Escribo para no ser escrito. Viví escrito muchos años, representaba un relato. Supongo que escribo para escribir a otros, para operar sobre la imaginación, la revelación, el conocimiento de los otros. Quizás sobre el comportamiento literario de los otros.”Si para Platón la vida es un olvido de la idea, para Clément Cadou toda su vida fue olvidarse de que un día tuvo la idea de ser escritor. Y es que Cadou, a diferencia de Marboeuf, no se limitó a verse toda su breve vida (murió joven) como un mueble, sino que, al menos, pintó. Pintó muebles precisamente. Fue su manera de irse olvidando de que un día quiso escribir. Todos sus cuadros tenían como protagonista absoluto un mueble, y todos llevaban el mismo enigmático y repetitivo título: “Autorretrato”. “Es que me siento un mueble, y los muebles, que yo sepa, no escriben.”(Fragmentos de "Bartleby y compañía", de Enrique Vila-Matas)
Las autoridades de inmigración no habían quedado satisfechas al desembarque: en los formularios, después de la palabra Profesión, había dejado un blanco, como en su pasaporte. (¡Ese pasaporte, prueba oficial de su existencia, que le corría detrás, en algún lugar del desierto!) Le habían dicho: “El señor hace seguramente algo.” Y Kit, cuando Port estaba por discutir la cuestión, había intervenido rápidamente: “¡Ah, sí, el señor es escritor, pero es tan modesto!” Se habían reído, llenaron el espacio con la palabra écrivain y formularon sus esperanzas de que encontrara inspiración en el Sáhara. Por un rato le enfureció esa obstinación en imponerle un rótulo, un état civil. Después, durante unas pocas horas, le divirtió la idea de escribir un libro. Un diario en el que anotaría cada noche los pensamientos del día, cuidadosamente condimentados con notas de color local, en el cual quedaría clara y tranquilamente demostrada la verdad absoluta del teorema que enunciaría al principio, a saber, que la diferencia entre algo y nada es nada. Ni siquiera había mencionado la idea a Kit: ella la hubiera ahogado con su entusiasmo. Desde la muerte de su padre no trabajaba porque no tenía necesidad, pero Kit alimentaba constantemente la esperanza de que empezaría de nuevo a escribir cualquier cosa con tal de escribir. “Es un poco menos insoportable cuando hace algo”, explicaba a los otros, y no era del todo broma. Y cuando veía a su madre, cosa que ocurría poco, y ella le preguntaba: “¿Estás trabajando?”, mirándolo con sus grandes ojos tristes, él contestaba con insolencia: “No.” En el taxi, rumbo al hotel, mientras Tunner decía: “¡Qué agujero inmundo!” ante las calles miserables, había pensado que también a Kit le encantaría la idea; tenía que realizarla en secreto, era la única manera de ser capaz de cumplirla. Pero cuando se instaló en el hotel y empezaron la pequeña rutina del café en el Eckmuhl-Noiseux, no hubo nada que escribir, no podía establecer una relación entre las trivialidades absurdas que llenaban el día y la empresa seria de alinear palabras sobre el papel. Pensó que probablemente Tunner era quien le impedía sentirse completamente cómodo. Su presencia creaba una situación, aunque sin mayor importancia, que le impedía alcanzar un estado de reflexión a su juicio esencial. Mientras viviera así, no podría escribir sobre esa vida. Donde terminaba una empezaba la otra, y si las circunstancias le exigían la más mínima participación personal, bastaba para excluir del ámbito de lo posible la tarea literaria. Pero estaba muy bien así. No hubiera escrito bien, y por lo tanto, no habría sentido placer. Y aunque hubiera podido escribir algo bueno, ¿cuántas personas lo habrían leído? Estaba muy bien internarse en el desierto sin dejar rastros.(Ah, y este fragmento del libro de Paul Bowles explica maravillosamente la razón por la cual no pude escribir en mi último y largo viaje. Además me recordó una situación que viví en el aeropuerto de Chile: en el casillero de Profesión del formulario de inmigraciones se me ocurrió escribir "Blogger", porque estoy en el aire con este tema y además la policía nunca lo lee. ¿Blogger?, saltó el oficial sorprendido, con ese acento chileno agudísimo y estirado. ¿Y eso? Blogger... Que escribo un blog, contesté tranquila. Negó con la cabeza y me pareció ver que tachaba y escribía algo encima, pero no estoy segura qué. Finalmente sonrío y murmuró simpático: eso no vale, es como poner "Facebooker".)
No se necesitan nueve meses, se necesitan cincuenta años para hacer un hombre, cincuenta años de sacrificio, de voluntad, de... ¡tantas cosas! Y cuando ese hombre está hecho, cuando ya no queda en él nada de la infancia ni de la adolescencia, cuando verdaderamente es un hombre, no sirve nada más que para morir.
Le aseguro que la mayoría de los ateos con los que tropiezo tienen la misma preocupación que sus ovejas recién liberadas: evitar reflexionar. Es un trabajo a tiempo completo huir de las preguntas molestas (¿Soy feliz, soy una mierda, estoy enamorado? ¿Soy un muerto viviente abandonado en una tierra árida? ¿Tengo una razón para vivir y pagar tantos impuestos? ¿Qué hay que hacer para seguir siendo viril en un mundo matriarcal? ¿Por quién vamos a sustituir a Dios esta vez: una webcam, un martinete o un perro faldero?). Para amueblar su soledad y engañar al silencio, los descreídos compran coches a crédito o descargan canciones, soplan alcohol desde la comida, toman excitantes por la mañana y somníferos por la noche (a veces a la inversa), hacen desfilar nombres en el móvil, dicen “te quiero” sucesivamente en varios buzones, se abonan a todas las cadenas por cable para adultos, llenan su agenda de citas que anulan en el último minuto por temor a no ser capaces de hablar en público sin deshacerse en lágrimas, van por la calle leyendo sms sin mirar a su alrededor (y así se encuentran la mierda de labrador en la suela del zapato derecho), se masturban leyendo Playboy o In Style, lanzan un grito de alegría cuando el capitán del equipo de fútbol asesta un cabezazo a un jugador del equipo contrario, atraviesan centros comerciales subterráneos que parecen parques temáticos pasando por encima de los mendigos tendidos en el suelo, se pelean por tener la consola de juegos Nintendo Wii antes que el vecino, llaman al alba a SOS Médicos para oír una voz humana, se compran el estuche de la segunda temporada de “A dos metros bajo tierra” en DVD, que quedará sellado con celofán porque prefieren tocarse delante de dibujos animados sadomasoquistas y el resto del tiempo corren en sentido inverso sobre una cinta rodante para olvidar que la capa de ozono se reduce de hora en hora. La industria del hedonismo prevé una cantidad aterradora de distracciones para ocuparse de nuestro ánimo. Pero ¿no será más bien para impedir que las usemos? No es una novedad (hace mucho tiempo que Platón y Pascal señalaron que el ser humano huye de la realidad), pero el fenómeno se ha acelerado. El hombre sólo tiene una idea: cambiar las que tiene. En el placer huye de algo, pero a mi entender huir es como buscar al revés. ¿Qué buscamos, entonces? ¿El amor, cree usted? Oh, piedad, ahórreme su rollo de ortodoxo poscomunista. ¿Dios? Otra utopía. Soñamos un sueño. Lo que quiere decir que dormimos de pie, como usted escuchándome.