sábado, 18 de julio de 2020

Apegos feroces

Unos pocos meses en el edificio y las mujeres ya eran, digamos, íntimas.

La relación con mi madre no es buena y, a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora. Estamos atrapadas en un estrecho canal de familiaridad, intenso y vinculante: durante años surge por temporadas un agotamiento, una especie de debilitamiento, entre nosotras.

Pasiva por las mañanas, rebelde por las tardes, se hacía y se deshacía a diario.

Sus deseos son simples pero innegociables. Los experimenta como necesidades. Justo en este momento se tiene que tomar un café. No nos desviaremos de este deseo que ella llama necesidad hasta que la taza de líquido humeante repose en sus manos y esté a punto de alcanzar sus labios.

-Lo que digo es que hoy en día el amor hay que ganárselo. Incluso entre madres e hijos.

Descubrí que podía sentirme mejor con sólo colgar las piernas del alféizar y volver el rostro al exterior, lejos de la habitación que había detrás de mi.

En mi recuerdo, mi madre ocupaba a todas horas el centro del escenario.

Era como si su espectacular abandono nos hubiera absorbido a todos, como si nos hubiésemos convertido en espectadores de su propia pérdida en vez de estar de luto nosotros.

Mi sitio estaba con mamá. Con ella la cosa estaba clara: me costaba respirar pero me sentía segura.

Trabajaba y sufría. (...) La viuedad le otorgó un estado de superioridad.

Me he dado cuenta de que, cuando una mujer no puede mandar a un hombre al carajo, con frecuencia acaba loca.

Durante el segundo año de mi matrimonio, el espacio rectangular hizo su primera aparición en mi interior.

El trabajo es una función de la vida expresiva y activa y, aunque fracase, uno conserva el conocimiento fortalecedor del yo que actúa.

Me senté ante el escritorio y me esforcé en pensar. Así es como me gustaba describirlo. Durante años, dije: "Me esfuerzo en pensar", de la misma manera que mi madre decía que se esforzaba en vivir. Mamá pensaba  que merecía una medalla por sacar las piernas de la cama por la mañana y supongo que yo también, por sentarme ante el escritorio.

Ese pedacito de espacio me proporciona la intermitente pero útil emoción resultante de creer que comienzo y termino en mí misma.

(Fragmentos de "Apegos feroces", de Vivian Gornick)

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