A principio de año, de un viaje, le traje un regalo a una amiga. No pudimos coordinar para vernos los primeros meses y el regalo quedó olvidado. Ayer, ordenando un poco, lo encontré. Eso que debió haber sido, pensé.
Imaginé, en una especie de falso recuerdo, cómo se lo habría dado, después de un abrazo, tomando una cerveza, hablando demasiado sobre cosas que no dan para tanto, riéndonos, quizás llorando un poco por momentos, y al final volviéndonos a abrazar muy fuerte para despedirnos. El regalo ahora estaría en su casa, fuera del envoltorio, que a estas alturas estaría incinerado. Kari habría llenado sus páginas con otros encuentros como el nuestro, reuniones de trabajo, citas con el dentista, listas de compras, datos sobre libros o cremas para el pelo.
Pero no, el paquete, todo eso que debió haber sido, esa agenda del 2020, está acá y se me ríe en la cara.
Imaginé, en una especie de falso recuerdo, cómo se lo habría dado, después de un abrazo, tomando una cerveza, hablando demasiado sobre cosas que no dan para tanto, riéndonos, quizás llorando un poco por momentos, y al final volviéndonos a abrazar muy fuerte para despedirnos. El regalo ahora estaría en su casa, fuera del envoltorio, que a estas alturas estaría incinerado. Kari habría llenado sus páginas con otros encuentros como el nuestro, reuniones de trabajo, citas con el dentista, listas de compras, datos sobre libros o cremas para el pelo.
Pero no, el paquete, todo eso que debió haber sido, esa agenda del 2020, está acá y se me ríe en la cara.
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