martes, 30 de junio de 2009

Yo recuerdo

Cuando estudiábamos cine con Aguirre íbamos mucho a la sala Leopoldo Lugones del Teatro General San Martín. Salíamos de la facultad hablando de la clase, de guiones, de nuestros compañeros, comíamos algo por ahí camino a Corrientes y entrábamos en la Lugones a ver una película, a veces dos. Teníamos veinte años, ideas confusas que parecían muy claras y la fortuna de entendernos.


Diez años después, volvimos a la Lugones a ver “Yo recuerdo”, un documental sobre Marcelo Mastroianni dirigido por su última mujer, Anna María Tató. La película es Mastroianni relatando sus recuerdos: los rodajes, sus comienzos, los grandes maestros del cine italiano, sus viajes (parece que las mujeres se le borraron de la memoria, editada por la celosa Ana María). Lo más lindo no son las anécdotas, lo más lindo son la cadencia de su voz y su mirada, que van esbozando un carácter simple y bonachón.

Todos en la sala de cine eran mayores de setenta años, la mayoría mujeres. No sé cuándo fue la última vez que me sentí tan joven, generalmente ya no soy la más joven en ningún lado. Cuando terminó la película y subimos al ascensor, quedamos rodeadas por seis viejitas coquetas y “rubias” que no nos llegaban ni a los hombros. Estaban fascinadas con Marcelo, se preguntaban en qué época había sido amante de Catherine Deneuve. Aguirre y yo nos miramos para comprobar que ninguna de las dos sabía. “Ustedes no saben y nosotras no nos acordamos” dijo una de las abuelas, y las seis se rieron, tentándose cada vez más con la risa de las otras.

Llegamos a la planta baja y ellas fueron saliendo de a poco del ascensor, chiquitas y con muchísimo cuidado, armando parejas y agarrándose del brazo. Parecían salidas de distintos cuentos. Cuando salimos nosotras, me sentí anormalmente ágil, había algo de culpa en hacer en un segundo lo que a ellas les había llevado minutos. Con Aguirre nos separamos en la puerta del San Martín, cada una iba para puntas diferentes de Corrientes.

Volví caminando a mi casa, sentía el gusto a mis tardes de joven estudiante y el perfume de las viejitas que me seguía. Yo estaba en el nudo de la vida, en lo que en un guión sería el desarrollo, en un sandwich el jamón y el queso, en una trenza la tira del medio, en un avión los asientos del pasillo. Todavía me acordaba algunas cosas y también, por suerte, me quedaban varias nuevas por saber. Durante todas esas cuadras, como treinta, caminé con la cabeza pinponeando entre el pasado y el futuro, y seriamente olvidé mi edad.

5 comentarios:

Matías Mugione dijo...

Siempre habrá alguien más viejo que vos :P o más amnésico.

Jaja, lindo relato, un beso!

Anónimo dijo...

María, cada día me gustan más tús relatos... son tan claros, tan confidentes, tan cercanos es un placer leerte, sabías??
beso!
Vero

Anónimo dijo...

Qué agradable relato María!
Me gustó mucho el final..

saludos!
Laura.

María dijo...

Ay, gracias...

Verónica dijo...

Hermoso, hermoso, hermoso.
Gracias!