viernes, 3 de julio de 2009

El año del desierto

Una “distopía” es una utopía negativa, donde la realidad transcurre en términos inversos a los de una sociedad ideal.
Caminaba por la planicie amarilla. No había ni una sola quebrada en el terreno. No había escalera, ni árbol donde treparse. Se vivía a nivel del pasto. La tierra ahogaba como un océano. Era yo la única cosa vertical en kilómetros a la redonda. Lo vertical era excepción, casi soberbia. Toda la tierra alrededor era una gran convocatoria al descanso.
Creo que “El año del desierto” es una distopía, necesitaría que algún crítico literario me lo confirmase.
Entre los pueblos dispersos de la planicie no existía el concepto de robar. Existía solamente la posibilidad de descuidarse. No se decía “le robaron” se decía “se descuidó”. El error era del poseedor.
Igual que con Mario Levrero, estoy un poco pesadita con Pedro Mairal.
Todo quedó detenido unos minutos en los que se susurraron miedos y sorpresas; después siguieron trabajando. Así son las cosas siempre. Cuando pasa lago así, como lo de Benito, cuando encierran injustamente a alguien o cuando alguien muere, entonces los demás se sorprenden –más por el temor de que eso les pueda pasar a ellos que por el hecho de que le haya pasado al otro- y casi inmediatamente siguen con lo suyo porque les pica, se rascan, tienen hambre, están vivos y preocupados y necesitan muchas cosas para seguir estándolo.
¿Cómo no estar pesada cuando leo cosas como éstas?
Al salir a la calle, el aire caliente me pegó como un enorme secador de pelo.

Afuera le pisé la cola a un perro y largó un gemido-ladrido-tarascón, todo en un solo movimiento rápido y circular.

Me subieron a uno con otras mujeres, de caras extraviadas, enfermas, flacas, como si les quedaran grandes los dientes.

Me mandó al carajo con un gesto de hachazo hacia arriba.
El libro me dio mucha angustia, se trata de una chica que se hace mujer mientras su ciudad se vuelve a convertir en una selva.
Traté de pensar qué hacer. Estaba sola con mis latidos en ese mundito propio que se hace cuando uno se ovilla hacia adentro. Necesitaba hacer eso, era como intentar reunir mis pedazos. Soy mi madre y mi padre, pensé, soy mi propia hija, soy la hermana que no tengo.
Se podría decir que la chica y Buenos Aires hacen el camino inverso.
Las mascotas se habían vuelto desconfiadas como si tuvieran miedo de que alguien se las fuera a comer en un guiso. Los perros se habían puesto esquivos como los gatos; y los gatos huían como ratones.
Mejor no les cuento más.
No se podía retirar lo dicho. Nunca se puede.
(Fragmentos de "El año del desierto", de Pedro Mairal)

3 comentarios:

Unknown dijo...

Este está siendo mi año del desierto, no se si leerlo ahora o esperar a que termine y comparar.
Vos qué decís?

María dijo...

Nunca se sabe cuánto dura el año del desierto. Mejor leelo ahora, así no te sentís tan sola y quizás tu año no es tan inhóspito como pensabas. Un beso.

Unknown dijo...

Gracias, María. Sospecho que vas a ser una buena madre algún día.
Beso