martes, 2 de junio de 2009

Por una moneda

(Cont. del DOMINGO 3 DE MAYO DE 2009)

Estos días estuve trabajando con un director canadiense bastante tonto. Para mí el director es Dios, y si Dios es un inepto no le encuentro sentido a nada de lo que estoy haciendo.

Uno de los comerciales era con un nene de cuatro años que tenía que salir de un armario de la cocina con cara de monstruo, asustar a su mamá que se tiraba una bandeja con dos platos de sopa encima y salir corriendo. En la puerta, tenía que girar riéndose del enchastre que había provocado y desaparecer. Todo en la misma toma.

Después de cada corte había que limpiar la cocina, cambiarle el vestuario a la actriz que hacía de madre y volver a repasar todo con Joaquín que me escuchaba atento y no tenía ningún problema en hacer “una más”, pero eran demasiadas cosas para alguien que nació en el dos mil cinco. 

El canadiense tenía poca paciencia y ya en las primeras tomas, al menor error de Joaquín como correr demasiado rápido o no girarse en el lugar exacto, se exasperaba. Entonces me llamó aparte y me pidió que le dijera al niño que por cada toma buena le iba a dar un peso. Sí, que le iba a dar plata. 

Con mi mejor sonrisa políticamente correcta le dije que no se lo iba a decir, que el chico ya sabía que teníamos un regalo y que no había necesidad. Me miró como si fuese estúpida, me explicó que su hija sólo había mejorado en el colegio cuando empezó a pagarle por hacer la tarea y me volvió a exigir que se lo dijera. Me saqué la sonrisa de la cara y le dije que no, que se lo dijese él si quería. 

Y así fue, el director se acercó solito y, como se le da un hueso a un perro, le dio una moneda de un peso al nene: “if you do it well I’m going to give you moooore”. A Joaquín se le iluminaron los ojos y debo confesar que empezó a prestar un poco más de atención. 

Miré a la madre desaprobando la situación pero ella no me devolvió ningún tipo de complicidad. Cuando el director se fue, insistí y le susurré que me disculpe, que yo no quería darle plata a Joaquín. Pero ella ni me escuchaba, estaba tan contenta como el chico por esa moneda de un peso que sostenía en la mano como si fuese un diamante.

Filmar ese plano nos llevó el tiempo que había planeado, y salió bastante bien. Pero igual me quedó una sensación horrible y se me hizo muy difícil remarla los tres días de rodaje que me quedaban con ese hombre. Supongo que ver a un director caer tan bajo me terminó de convencer de que Dios no existe ni siquiera en el mágico mundo del set de filmación.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lamentablemente lo que sí existe es ese capitalista y alienante pensamiento de que el 'todopoderoso' dinero rige las actitudes de TODOS los hombres.Por suerte, hay y siempre habrá gente que no se deja contaminar tanto con esa línea de pensamiento, aún concientes de que vivimos en el sistema en que vivimos.

Tampoco creo que en la existencia de dios, pero hoy creo que sí podría hacer un pacto con el diablo...la semana próxima tengo un parcial para el cual todavía no estoy bien preparada e inspirada por la obra de teatro que acabo de leer, Dr. Fausto de Marlowe, se me acaba de ocurrir la soberbia idea de vender mi alma al diablo a cambio del conocimiento infinito, como hizo aquel personaje. Lo único que me repara es que a Fausto le dieron sólo 24 años más de vida, y yo tenía planeado morir muy vieja, muy livianita, y dentro de lo posible muy sabia...maldita indecisión.

Laura

Johanna Perez Vasquez dijo...

Feo, muy feo lo del director pero al menos tú sentaste tu posición y trataste de exorcizar el demonio del disgusto con este texto.

Yo tampoco estoy de acuerdo con "entrenar" a los niños de ese modo, está bien darles una recompensa por lo que hacen bien, pero no todas las veces, eso los daña de por vida porque más adelante no tendrán a una persona que los esté alabando cada vez que hacen algo bien.