domingo, 23 de noviembre de 2008

Hay que aprender a ser un poco tornillo.

La otra noche comí con Aguirre. Hablamos de miles de pavadas mezcladas con cosas importantes, sin censura, como hablan los nenes cuando los grandes no escuchan. Y me contó una pequeña escena que para mí fue reveladora.

Hace un tiempo ella viajaba en un colectivo sentada en la fila de atrás, como los malos del colegio, y vio que una señora bastante mayor en vez de tocar el timbre para que le abrieran en la próxima parada presionaba con convencimiento un tornillo del caño. La primera reacción de Aguirre fue alertar a la señora acerca de su confusión, amagó a pararse y hacerlo. Pero algo en su interior le dijo que se quedase tranquilita y que dejase que las cosas sucedan como estaban destinadas a suceder.

Entonces la señora siguió tocando el tornillo insistentemente y Aguirre mirándola, todavía dudando de que hacía lo correcto y sí, también tratando de disimular un poco la risa. Como era de esperarse, el colectivo no se detuvo en la parada y la señora empezó a gritar que por qué no paró si ella había tocado el timbre. Usted no tocó nada le devolvió el chofer gritando más fuerte y se empezaron a sumar otras voces de uno y otro bando (había una mujer cerca que atestiguaba haber visto que el timbre la señora sí lo había tocado) hasta que se armó un revuelo que West Side Story un poroto.

Pero Aguirre se quedó callada. Prefirió preservarse y evitarse la vergüenza de darle a entender a la señora que de lo vieja que estaba ya no podía distinguir a través de tres de sus cinco sentidos que lo que tocaba era una cosa de metal fija que sólo servía para mantener juntos un par de caños. Y la viejita se bajó del colectivo pensando en lo irrespetuoso que es ese colectivero y en lo mal que anda la sociedad por estos tiempos. El chofer pensó que viejas locas como esas le tocan todos los días.

Y nosotras llegamos a la conclusión de que a veces es necesario saber callarse, aunque cueste. Yo siempre tengo la manía de intervenir a expensas de ponerme en una situación incómoda. Supongo que es una manera de intentar controlarlo todo, modificar mi entorno con mi presencia. Pero hay veces en que hay que dejar que las cosas pasen, dejar el lugar a los otros para ser y equivocarse, para ser. Aunque tengamos que pretender ser un tornillo cualquiera y en realidad seamos un pobre timbre reprimido.

3 comentarios:

Matias Srougo dijo...

Y si, suele pasarme que me hago el tornillo cualquiera y luego siento culpa de no comportarme como un timbre.

Anónimo dijo...

Yo soy muy timbre, casi bocina. Y a veces pienso que es bueno ser un poco tornillo y dejar ser a los demás, respetar los tiempos de los otros. Pero en casos como los de esta pobre señora, es mejor tocar el botoncito correcto. Y así ni el colectivero suma una nueva vieja loca a su catálogo, ni la señora piensa que esta sociedad es una mierda cuando podría no serlo.

Anónimo dijo...

Aguirre no abrió la boca?...naaa, INCREIBLE! Ja!

Quizás pienso como el anónimo...Si fuí testigo de algo así, por ahí no lo pondría de manifiesto para que la señora sea el hazmereir...pero se lo diría en voz baja porque ¿para que dejarla con la amargura de creer que son todos unos irrespetuosos?.

Pero sí coincido en que en la vida muchas veces deberíamos dejar que las cosas tomen su cauce solas, no condicionarlas...Claro, siempre y cuando sepa que contribuye al aprendizaje el chocarse contra la pared...sino, la verdad que prefiero no ser una mas de las que callan y despues se quejan de la vida y de todo...