martes, 16 de septiembre de 2008

“Un soplo de vida”, Clarice Lispector sobre las cosas, literalmente hablando.

¿Qué hago? ¿Les pongo el libro entero en un link? 
Quizás copiándolo se me pegue una milésima parte de la forma de escribir de esta mujer.

No, eso sería traicionar los principios de este blog. A “Un soplo de vida” hay que tenerlo entre las manos (y si es la edición de tapa dura azul de Siruela mejor, aunque es un poco cara). Hay que sentir que es necesario dejarlo unos segundos porque no se puede creer lo bueno que es, las oraciones te van dando cachetadas o caricias. Hay que poder subrayar, su lenguaje simple y tan bien articulado impide que el lápiz pueda descansar.

Clarice Lispector nació en Ucrania el 10 de diciembre de 1920 pero creció y vivió la mayor parte de su vida en Brasil, en donde murió de cáncer un día antes de cumplir 57 años. Este libro se editó un año después de su muerte.

Les soplo más de Clarice para entenderla un poco mejor: En 1966 se durmió con un cigarrillo prendido y el incendio destruyó su cuarto. Pasó meses en el hospital para curar las quemaduras en su cuerpo y casi le amputan la mano derecha que nunca recuperó completamente su movilidad. Lo que le pasó marcó gran parte del estado de ánimo de sus próximos años.

Ay Clarice, qué triste pero sincero es agradecerte tu depresión. 

El libro es bueno todo y cada una de sus páginas. Por eso, y porque lo que más se encuentra en Internet es lo que ella dice acerca de escribir, decidí acotarme a transcribirles algunos pasajes en donde habla de las cosas. Sí, las cosas:
“El sillón es mudo, es gordo, es acogedor. Acoge por igual a cualquier trasero. Es madre. El ángulo de la mesa es un arma fatídica. Si te empujan contra él, te retuerces de dolor. La mesa redonda es una simuladora. Pero no ofrece peligro: es algo misteriosa, esboza una sonrisa.”

“Las cerillas fosforecen inquietas dentro de la cajita cerrada, con el afán del acto sexual que consiste en ser frotadas en la parte negra de la caja y hacerse fuego. Pero la cerilla no sabe que sólo se enciende y arde una vez.”

“Mi ascensor de pronto se negó a subirme o a bajarme. Simplemente pasaba entre un piso y otro, abría sólo la puerta y me brindaba la bofetada de una pared. Días así: mohíno, enfadado, vengativo. Sin venir a qué, porque nunca nadie lo quiso mal. Sólo usábamos su energía. Y se enardeció y decidió ser malcriado. Hizo falta mucho aceite y mucho esfuerzo para que se reconciliase con nosotros y nos bajase y subiese.”
Después de leerla nunca, pero nunca más, pude decir que no tengo tema para escribir.

(Fragmentos de “Un soplo de vida” – Clarice Lispector)

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