A mis parejas de amigos, que se aman pero tienen problemas como todos, les digo que tienen que ver la serie “Tell me you love me". A los que se separaron después de miles de años como yo, que tienen que leer este libro de Alan Pauls.
Cuando te separás sentís que todas las canciones románticas tristonas te entienden. Con sutiles diferencias, la mayoría de la gente pasó por lo mismo y te das cuenta de que “una separación también puede ser parte de una historia de amor” como dice el slogan de la adaptación de Babenco, película que no me gustó nada pero tomo la frase porque la siento como una gran verdad.
Mientras leía “El Pasado” pensé que Alan sabía de lo que hablaba, que entendía todo y que estaba poniendo en palabras lo que en ese momento me recorría el cuerpo en forma de contradicciones inexplicables. Inmediatamente le perdoné que la mayor parte de las mujeres de su libro rozaran la locura, todo ese tema del cuadro que a nadie le importa y que el tercio final de la novela se fuese bastante de tono.
Acá les transcribo algunas partes, quizás se sientan parte del clan y les interesa leer este manifiesto de quinientas cincuenta hojas:
“… siguieron la película juntos, en silencio, acurrucados uno contra el otro, como si la sala oscura fuera una intemperie hostil, primer avatar de un simulacro de naufragio a dúo que repetirían hasta el hartazgo en los años siguientes.”“A veces, mientras caminaba por la calle, le pasaba que alzaba de pronto los ojos y descubría o se llevaba por delante, literalmente, un cartel con el nombre de un bar, el afiche de una marca de ropa, la boca de una estación de subte, la portada de un libro exhibido en una mesa en la vereda, una revista colgando de un kiosco, una raza de perro, una playa promovida en la vidriera de una agencia de viajes, y sentía que de la mano de uno solo de esos signos banales un bloque entero de pasado, surgiendo de la noche sin aviso, hacía crujir su alma con una violencia brutal, como si fuera a partirla en dos.”“Rímini comprendió entonces por qué siempre se había negado a repartir la fotos con Sofía, por qué dos días después del accidente había quemado las que tenía con Vera, por qué había prohibido los fotógrafos la tarde del civil con Carmen y por qué las historias de vampiros nunca le habían dado miedo sino una especie de pesadumbre íntima, muy familiar. No, miraba una foto y no decía: Esto que miro sucedió; decía: Esto que miro sucedió y ha muerto y yo he sobrevivido.”
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