Además de mi gusto por el té, otra cosa que me cuenta que estoy haciéndome grande es que cada vez tengo menos ganas de discutir con la gente.
De todas formas hay veces que no queda otra y, por algún desliz propio o ajeno, termino haciéndolo. En un intercambio de opiniones no hay argumento que me moleste más que el: “No soy el único que lo piensa, hay mucha gente que opina lo mismo que yo” o “Pirulo, Mengana y Pinchame piensan igual, lo que pasa es que no te lo dicen”.
Automáticamente, al escuchar este tipo de frases, entiendo por qué llegué a discutir con ese individuo. Me agarra una especie de bloqueo y quiero salir corriendo. Muchas veces lo hago y otras, cuando quiero a la persona en cuestión, la perdono tratando de respirar. Trato de hacerle entender, de la manera más didáctica posible, que su opinión individual debería ser suficiente, que hay verguenzas históricas que fueron avaladas por muchos y que lo que opine o deje de opinar fulano de tal me importa menos que un pito.
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