martes, 20 de octubre de 2020

Sobre los huesos de los muertos

Más que las enfermedades mortales, son los largos años de desdichas los que degradan a las personas.

Casi podía escuchar sus pensamientos, con toda seguridad veía en mí a una "pobre mujer" y, cuando mis acusaciones tomaron fuerza, me habría vuelto una "tipa", una "iluminada" o una "loca". Era consciente de la aversión con la que observaba mis movimientos y juzgaba negativamente mis opiniones. No le gustaban mi peinado ni mi ropa, tampoco mi falta de sumisión. 

Cuando se llega a cierta edad, hay que resignarse a que la gente se muestre impaciente con uno de modo permanente. Antes nunca me había dado cuenta de la existencia y del significado de gestos como los de asentir rápidamente, desviar la mirada, o el hecho de repetir "Sí, sí" de forma automática. O mirar la hora constantemente, o frotarse la nariz; ahora entiendo muy bien que todo ese teatro solo busca expresar frases tan sencillas como: "¡Déjame en paz, vieja loca!".

La muerte de un conocido quita a cualquiera la seguridad en uno mismo.

Miraba el paisaje en blanco y negro de la meseta y entendí que la tristeza era una palabra importante en la definición del mundo. Estaba en la base de todo, era el quinto elemento, la quintaesencia.

Pensé entonces que cada muerte provocada injustamente merecía algún tipo de publicidad. Incluso la de un insecto. Una muerte de la que nadie sabe nada se convierte en un doble escándalo.

La salud es un estado incierto y no augura nada bueno. Es mejor ser alguien que viva tranquilamente enfermo, así al menos uno sabe de qué va a morir.


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