sábado, 7 de noviembre de 2015

SENDEROS

Yo vivo, gozo, sufro, y llevo a cabo un continuo esfuerzo por llegar a ser un adulto. Sin embargo, todos los días, porque algo que hago la afecta, oigo a esta niña dentro de mí. Ella que hace muchos años fui yo. O quien yo creí ser.
Pero he crecido, y a veces aún me siento marginada, soy la "extraña" que cree que todos los demás son partes de una cierta unidad.
Entro en mi casa y me echo en la cama. Me siento excluida de algo que es vital. El miedo en el fondo de la soledad: Que sólo lo que otros tienen es lo real
Trato de escribir todos los días. Es sumamente difícil en casa, donde hay llamadas telefónicas, están Linn y las niñeras, vienen los vecinos... Si hubiera sido hombre todo habría sido distinto. Se respeta mucho más la profesión del hombre, al igual que el trabajo que hace en casa, su cansancio, su necesidad de concentrase.
Trate de decirle a un niño que mamá está trabajando, cuando el niño puede ver con sus propios ojos que sólo está allí sentada escribiendo. Explíquele a una niñera que le paga muy caro para que ella haga lo que se espera de usted; explique que esto es importante, que tiene que estar listo para una fecha determinada y se irá molesta, sacudiendo la cabeza, convencida de que estoy descuidando a mi hija y mi casa. El éxito en la profesión y el intento de escribir un libro no son suficientes para justificar mi falta de dedicación a la vida familiar.
Quizás es una tontería apegarse a una persona que tiene que irse mucho tiempo antes que uno.
Noches, en que nos recostábamos muy cerca uno junto al otro y él me pedía que me quedara muy quieta, para que, en el silencio y la inmovilidad, pudiese añorarme y pedirme que hablara de nuevo.

Cuando hicimos nuestro primer viaje juntos, me mandó delante con el equipaje, para que yo pudiera sacar la ropa y arreglar la habitación del hotel para que se viera acogedora y hogareña cuando él llegara.
Yo antes quería estar metida en el bolsillo de alguien para poder saltar hacia afuera o hacia dentro cuando me conviniera. Ahora estoy alerta a los gritos de mujeres que están prisioneras en los bolsillos de otra gente.

Quiero expresar algo respecto de la humanidad en mi trabajo: algo con lo que uno pueda identificarse, y que transmitirá el mensaje de que es posible "pertenecer". Que es posible anhelarlo. De modo que, todos aquellos que se han sentido al margen, puedan comprender que lo experimentamos juntos. El anhelo.
Ingmar y yo hemos tenido una gran pelea hoy. Su rostro parece un nubarrón oscuro cuando me ve salir a almorzar con un periodista. Me llama y me dice siseando indignado: "Estoy tan harto, harto de ti y de tus condenados periodistas". Yo le contesto con otro siseo indignado: "Y yo estoy tan feliz porque ya no tienes nada que ver conmigo. Porque no tengo que ver tu cara todo el santo día. ¡Ahora que sé quién eres y cómo eres!".
Nos separamos enfadados. El se dirige hacia su estudio y su crema agria y yo hacia mi entrevista, donde explico por milésima vez por qué resulta tan maravilloso trabajar con Ingmar.
Le pregunto a Sam Waterston, que interpreta el papel de Helmer, si él estaría dispuesto a abandonar su profesión por una mujer si por algún motivo esto fuera indispensable para que continuara una relación estable. Sam cree que no y pregunta si yo lo haría.
-Sí, yo podría -pienso en ella-. Yo creo que muchas mujeres lo harían porque creemos profundamente que el amor es importante.
-¿Pero no te das más importancia a ti misma? -pregunta Sam.
-Eso es lo que hacemos. Nosotras podemos abandonar nuestras profesiones porque damos importancia a lo que somos.
       
(Fragmentos de "Senderos", de Liv Ullman)

No hay comentarios: