domingo, 9 de noviembre de 2014

Chicas muertas

Cuando hablábamos de la esposa del carnicero López. Sus hijas iban a mi escuela. Ella lo denunció por violación. Hacía tiempo que, además de golpearla, la abusaba sexualmente. A mis doce años, esa noticia me había impactado muchísimo. ¿Cómo podía ser que el marido la violara? Los violadores siempre eran hombres desconocidos que agarraban a alguna mujer y se la llevaban a un descampado o que entraban a su casa forzando una puerta. Desde chicas nos enseñaban que no debíamos hablar con extraños y que debíamos cuidarnos del Sátiro. El Sátiro era una entidad tan mágica como, en los primeros años de la infancia, la Solapa o el Viejo de la Bolsa. Era el que podía violarte si andabas sola a deshora o si te aventurabas por sitios desolados. El que podía aparecer de golpe y arrastrarte hasta alguna obra en construcción. Nunca nos dijeron que podía violarte tu marido, tu papá, tu hermano, tu primo, tu vecino, tu abuelo, tu maestro. Un varón en el que depositaras toda tu confianza.

Visitar a un hombre solo que a cambio ayuda con plata es una forma de prostitución que está naturalizada en los pueblos del interior. Como la de la empleada doméstica que fuera de su trabajo se encuentra con el marido de la patrona y esos encuentros le arriman unos pesos más al sueldo. Lo he visto en muchachas de mi familia, cuando era chica. A la noche, desde la calle, se oye un bocinazo. Ella, que está esperando, agarra su cartera y sale. Nadie pregunta nada.

Creo que mi relación con la muerte era mucho más natural en la infancia. Quizás porque nos habían dicho que el padre de mi primo, que además era como mi hermano mellizo, había muerto en un accidente antes de que naciéramos. O porque muchos de nuestros perros y gatos habían muerto prematuramente, cruzando la ruta, atropellados por un camión. O porque así también había muerto el hijito de un vecino; y una chica que iba a mi escuela; y otro vecino, un muchacho, el Buey Martín, en su moto, a la salida de un baile. Entonces la muerte no era sólo cosa de viejos o de enfermos. Escuchaba decir que tal había muerto en la flor de la vida y me parecía una imagen hermosa.

(Fragmentos de ¨Chicas muertas¨, de Selva Almada)

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