viernes, 14 de marzo de 2014

Nada se opone a la noche

Escribir sobre la familia es sin duda alguna el medio más seguro de enfadarse con ella. Los hermanos de Lucile no tienen ningunas ganas de leer lo que acabo de transcribir ni lo que me dispongo eventualmente a decir sobre ello, lo siento en la tensión que rodea ahora mi proyecto y la certidumbre de que les voy a herir me perturba más que ninguna otra. Hoy se preguntan sin duda lo que voy a hacer con eso, de qué forma voy a abordarlo, hasta dónde estoy dispuesta a llegar. Desde el momento en que intento acercarme a Lucile, no puedo omitir las relaciones que tuvo con su padre, o más bien las que tuvo él con ella. Debo, como mínimo, hacerme la pregunta. Pero esa pregunta no es indolora.
Disparo a quemarropa y lo sé.

Nunca me he interesado realmente por la psicogenealogía ni por los fenómenos de repetición transmitidos de una generación a otra que apasionan a algunos de mis amigos. Ignoro cómo se transmiten esas cosas (el incesto, los hijos muertos, el suicidio, la locura).
El hecho es que atraviesan a las familias de parte a parte, como maldiciones sin piedad, dejando huellas que resisten al tiempo y a la negación.

Esperaba que la escritura me permitiera escuchar lo que se me había escapado, esos ultrasonidos indescifrables para oídos normales, como si las horas pasadas registrando cajas o sentada delante de un ordenador pudiesen dotarme por fin de una audición particular, más sensible, como la que poseen ciertos animales y, creo, los perros. No estoy segura de que la escritura me permita llegar más allá de la constatación de una derrota. La dificultad que encuentro para hablar de Lucile no está tan alejada de la angustia que sentíamos, de niñas o de adolescentes, cuando desaparecía.
Estoy en la misma posición de espera, ignoro dónde está, qué hace, una vez más esas horas se escapan al relato y no puedo más que medir la extensión del enigma.

A veces sueño que vuelvo a la ficción, que me sumerjo dentro, invento, elucubro, imagino, opto por lo más novelesco, lo menos verosímil, añado algunas peripecias, me regalo dispersiones, sigo mis caminos transversales, me emancipo del pasado y de su imposible verdad.
A veces sueño con el libro que escribiré después, liberada de éste.

4 comentarios:

Betina Z dijo...

Más de una vez, visitando librerías, hojeé algunas páginas de este libro que me atrae como un imán (pero todavía no me animo a entrar de lleno en esa noche...)

María dijo...

Hola Betina,
Sí, entrás en una larga y profunda noche, como entrar a la memoria.
Pero cómo vivir el día sin esa noche? A mí el libro me iluminó en varios aspectos, me hizo pensar mucho. Te lo recomiendo.
Saludos.

Betina Z dijo...

Hola María.
Poco después de haber visto el libro por primera vez, pregunté en una librería si lo tenían, pero en lugar de "Nada se opone a la noche" dije "Nadie puede donar la noche" :-) Debe ser eso, cada uno debe hacerse cargo de su noche.

Es la primera vez que comento, pero hace un tiempito que te leo (llegué desde el blog de Rob, si mal no recuerdo)y me gusta tu casa.
Saludos

María dijo...

Nunca mejor dicho, cada uno debe hacerse cargo de su noche. Y Delphine De Vigan se hace cargo de la suya con este libro, que ayuda a pensar en eso, cómo hacerse cargo de las cosas que le pasaron a uno y a su familia.

Gracias, Betina, me alegro de que te guste el blog.
Saludos,
María