Ayer fui a
buscar un libro al centro. Para mí el centro es una jungla, un lugar lleno de
estímulos, comprobantes, formularios, reuniones, códigos y pactos a los que no
estoy acostumbrada. En el centro manejan otro lenguaje. Hay mucha gente que se mueve como mono en ramas por esas calles pero yo me siento extranjera, soy
un pájaro enjaulado.
Igual reconozco
que hay algo en el exceso de comercios, en el cemento, las transacciones, la
proximidad de las pieles, las miradas cómplices y las desconfiadas, el dinero
circulando, las revistas, los celulares, los olores, la lotería, la basura; hay
algo que está lleno de vida. La pulsión, la búsqueda del ser humano por
insertarse y pertenecer a esa trama que es la sociedad.
“Cambio,
cambio”, “cambio, cambio”, era la palabra que más se oía por la calle Florida.
La verdad es que algunos “cambio, cambio” venían de boca de personajes inquietantes
a los que hubiese querido acercarme literariamente pero me daban algo de miedo.
“Cambio, cambio”, voces de mujeres, agudas, de hombres, bien masculinas, roncas,
o aniñadas, “cheinsh, cheinsh, cheinsh”.
Eran como
suplentes implorando salir a la cancha. Algunos lo hacían con tono de necesitar
un cambio para ellos mismos, hacia adentro, con la “o” dirigida al pecho, escondida; otros con la frente bien alta, orgullosos,
la “o” también arriba, ofreciendo el
“cambio” al mundo entero, como si fuese la fórmula de la Coca-Cola o la clave de la caja fuerte que encierra la pócima para
salvar a la humanidad.
Los peatones,
como yo, ignoraban ese “cambio” que rebotaba como ecos rebeldes por todas
partes. Seguíamos caminando, no queríamos cambiar. La mayoría ni siquiera los
miraba, como si estas personas estuviesen hablando solas, al aire, o en código
entre ellas: “caaaambio”, “cambbbio”, “cammmmbio, cheinsh, cambio, cambioooooo,
cambio”, un nuevo lenguaje de una sola palabra, como se comunican los pájaros o
algo así.
Los pájaros. Quizás
estas personas, igual que yo, también se sentían como pájaros enterrados. Y con ese “cambio” buscaban sacar la cabeza, emitir quejidos. La tierra les llega hasta el cuello, las plumas secas, las alas rotas e inútiles; y ellos retorciendo el pescuezo en los últimos raptos de supervivencia,
tratando de que alguien los escuche, los cambie, o tan sólo les emboque alguna
miguita en el pico.
2 comentarios:
estoy enamorado de tu manera de describir.
Gracias, querés melón?!
Me pone contenta que te guste.
Saludos.
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