martes, 14 de enero de 2014

Conversaciones con Mario Levrero:

Lo principal, casi diría lo único que importa en literatura es escribir con la mayor libertad posible. En todo caso podés usar técnicas para corregir, pero jamás para escribir.

Para la corrección funciona otra forma de inspiración, otra parte del cerebro. Desde luego no produce lo mismo que escribir, pero a mí me resulta un ejercicio atractivo. También se puede no corregir; muchos no lo hacen. Después de todo no es un pecado que un texto no sea perfecto.

(Para elegir el título) Siempre uso el mismo sistema: una vez terminado el texto, empiezo a leerlo, seguido o salteado, buscando algo que me resuene. Y siempre encuentro el título; en mi caso, está siempre en el texto. Aunque a veces me hago el vivo; pero en general busco que sea más bien simple y que yo mismo pueda asociarlo fácilmente con el texto.

Ser escritor no significa escribir bien (hay quienes escriben mal, como Roberto Arlt, o con un lenguaje poco literario, como Kafka, y sin embargo son grandes escritores), sino estar dispuesto a lidiar durante toda la vida con tus demonios interiores. Y esa lucha no puede ni debe ser impuesta desde afuera, si no que forma parte de la búsqueda o el encuentro personal de cada uno.

Lo esencial de un verdadero cuento puede sintetizarse en una frase o dos (“el asesino era un mono”), lo que establece un parentesco entre el cuento y los juegos de ingenio o los enigmas, al menos en lo que se refiere a la inspiración que los origina: el cuento se construye en función de su final; el final del cuento siempre es una forma de solución.

Mis gustos de lector no coinciden con mis gustos de escritor. Como son textos míos, los leo con entusiasmo, pero no del mismo modo con que leo cosas que realmente me gustan, como las novelas policiales. Creo que los leo como escribiendo; me voy adelantando a lo que creo que debería decir a continuación, y cuando encuentro que realmente lo digo, me maravillo y pienso: “Qué bien escribe este tipo.”

Cuando se da la página en blanco (porque se da), no es por falta de temas, sino por exceso de temas que compiten entre sí.

Saber qué es lo que pugna por salir es muy fácil. Te sentás en un sillón cómodo, a solas, en un lugar tranquilo, no completamente a oscuras pero sí con luces no demasiado intensas ni brillantes, te aflojás todo lo posible, dejás vagar la mente, cerrás los ojos, no te duermas todavía, y dejás que empiecen a aparecer imágenes en tu mente, sin buscarlas ni rechazar las que aparezcan aunque no te gusten o te aburran. Después de un rato, en ese desfile de imágenes encontrarás algo que te despierte especial interés o curiosidad, y en ese caso tratás del ver más del asunto, forzás un poquito, apenas un poquito, la atención en esa imagen y tratás de mantenerla un buen rato. No se mantendrá quieta, sino que se desarrollará lo suficiente como para darte una idea de la historia que contiene, aunque no sepas cuál.

No sé dónde leí hace poco que escribir es una forma de leer; o que el escritor escribe para leer lo que va apareciendo. Por otra parte, leer es una forma de escribir; mientras leo voy construyendo el libro que viene a ser mi libro, aunque el autor sea otro. En todo esto parece imposible hallar alguna medida de lo que llaman objetividad.

No deberías sentir que perdés identidad cuando no escribís; yo he pasado, y paso, años enteros sin escribir, y no me afecta para nada. Hay que escribir cuando se tiene necesidad. Dejar que venga…

(Fragmentos de "Conversaciones con Mario Levrero", de Pablo Silva Olazabal)

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