Lo principal,
casi diría lo único que importa en literatura es escribir con la mayor libertad
posible. En todo caso podés usar técnicas para corregir, pero jamás para
escribir.
Para la
corrección funciona otra forma de inspiración, otra parte del cerebro. Desde
luego no produce lo mismo que escribir, pero a mí me resulta un ejercicio
atractivo. También se puede no corregir; muchos no lo hacen. Después de todo no
es un pecado que un texto no sea perfecto.
(Para elegir el
título) Siempre uso el mismo sistema: una vez terminado el texto, empiezo a
leerlo, seguido o salteado, buscando algo que me resuene. Y siempre encuentro
el título; en mi caso, está siempre en el texto. Aunque a veces me hago el
vivo; pero en general busco que sea más bien simple y que yo mismo pueda
asociarlo fácilmente con el texto.
Ser escritor no
significa escribir bien (hay quienes escriben mal, como Roberto Arlt, o con un
lenguaje poco literario, como Kafka, y sin embargo son grandes escritores),
sino estar dispuesto a lidiar durante toda la vida con tus demonios interiores.
Y esa lucha no puede ni debe ser impuesta desde afuera, si no que forma parte
de la búsqueda o el encuentro personal de cada uno.
Lo esencial de
un verdadero cuento puede sintetizarse en una frase o dos (“el asesino era un
mono”), lo que establece un parentesco entre el cuento y los juegos de ingenio
o los enigmas, al menos en lo que se refiere a la inspiración que los origina:
el cuento se construye en función de su final; el final del cuento siempre es
una forma de solución.
Mis gustos de
lector no coinciden con mis gustos de escritor. Como son textos míos, los leo
con entusiasmo, pero no del mismo modo con que leo cosas que realmente me
gustan, como las novelas policiales. Creo que los leo como escribiendo; me voy
adelantando a lo que creo que debería decir a continuación, y cuando encuentro
que realmente lo digo, me maravillo y pienso: “Qué bien escribe este tipo.”
Cuando se da la
página en blanco (porque se da), no es por falta de temas, sino por exceso de
temas que compiten entre sí.
Saber qué es lo
que pugna por salir es muy fácil. Te sentás en un sillón cómodo, a solas, en un
lugar tranquilo, no completamente a oscuras pero sí con luces no demasiado
intensas ni brillantes, te aflojás todo lo posible, dejás vagar la mente,
cerrás los ojos, no te duermas todavía, y dejás que empiecen a aparecer
imágenes en tu mente, sin buscarlas ni rechazar las que aparezcan aunque no te
gusten o te aburran. Después de un rato, en ese desfile de imágenes encontrarás
algo que te despierte especial interés o curiosidad, y en ese caso tratás del
ver más del asunto, forzás un poquito, apenas un poquito, la atención en esa
imagen y tratás de mantenerla un buen rato. No se mantendrá quieta, sino que se
desarrollará lo suficiente como para darte una idea de la historia que
contiene, aunque no sepas cuál.
No sé dónde leí
hace poco que escribir es una forma de leer; o que el escritor escribe para
leer lo que va apareciendo. Por otra parte, leer es una forma de escribir;
mientras leo voy construyendo el libro que viene a ser mi libro, aunque el
autor sea otro. En todo esto parece imposible hallar alguna medida de lo que
llaman objetividad.
No deberías
sentir que perdés identidad cuando no escribís; yo he pasado, y paso, años
enteros sin escribir, y no me afecta para nada. Hay que escribir cuando se
tiene necesidad. Dejar que venga…
(Fragmentos de "Conversaciones con Mario Levrero", de Pablo Silva Olazabal)
No hay comentarios:
Publicar un comentario