Hoy no está. Si no sería
imposible escribir estas palabras o cualquier otra cosa. Pero esto más. Cuando
viene casi no escribo, no puedo con él tan cerca, criticándome las uñas
desprolijas, señalando que ya es hora de volver a depilarme. Escribir así es
imposible, con alguien al lado que te dice que no tenés nada para decir, que no
servís. Entonces me limo las uñas o me voy a depilar. Ahí en la depiladora me
deja tranquila y leo revistas.
Porque si me rebelo
contra él es peor, no sólo no escribo, tampoco me depilo. Nada, me quedo
mirando el techo, como un barco tironeado a norte y sur que se balancea siempre
en el mismo lugar.
Cuando viene temprano se
queda. Pero muchas veces aparece a la tarde, con la puesta del sol, sobre todo
si no tengo planes para la noche y si es viernes, sábado o previa de feriado.
Creerá que necesito compañía, que me siento sola, entonces viene y me lo dice,
que nadie me quiere, que nadie me llama y que estoy sola. No, no dice que estoy
sola, dice que me voy a quedar sola para toda la vida. Porque no conecto con
nadie y sólo pienso en mí. Soy una egoísta, dice. Con sus críticas y todo, cuando
llega él ya no me siento tan sola, pero sí miserable; doy asco cuando él
aparece.
A veces insiste para que
salga a algún lado, pide que me arregle y me ponga esos zapatos altos que tanto
me duelen, quiere que me esmere con el maquillaje, que pruebe cosas nuevas y
aproveche que todavía tengo las piernas morenas del verano para usar el vestido
azul y corto. Yo obedezco, porque si me rebelo ya dije que es peor, si no salgo
me hundo en la noche oscura, mareada de zapping, me ahogo alternando papas
fritas y helado. Si él se queda conmigo no puedo leer, ni mucho menos escribir,
y con cada papa frita que cae sobre la alfombra, como gotas o segundos de la
noche que avanza, me dice viste, deberías
haber salido.
Entonces otras noches le
hago caso y salgo. A veces me deja ir sola y entonces me río y disfruto del
vino y de los demás. Pero muchas noches viene conmigo, bajamos juntos en el
ascensor y ahí empieza, que tan alta parezco un travesti y maquillada así un
payaso, que quién soy para pretender estar linda y para quién me arreglo, se
nota que estoy sola y que me quiero levantar a alguien, por los labios rojos se nota, me lo dice al oído en el ascensor,
antes de salir, sin ni siquiera haber pisado la calle. Después, incluso frente
a la gente, desde detrás de las botellas de la barra, me lo recuerda de lejos, con la boca roja estás entregada, modula
exageradamente con los labios, con la música de fondo.
Pero casi siempre es en
el baño del bar, ahí me grita para qué
saliste, por qué no estás en casa
escribiendo o mirando una película, me cuenta los meses que hace que no
termino esa obra de teatro, los quilos que quiero bajar hace años y me señala
el vino o lo que esté comiendo. También apunta a cada uno de mis amigos, dice
que no van al cine, que no quieren pagar la cuenta y que hablan sin parar, que no
escuchan. No le cae bien ninguno. Y se contradice porque cuando volvemos a casa,
de nuevo en el ascensor, con el maquillaje corrido y las piernas que no me dan
más, empieza a gritarme andá a dormir
sola. Grita eso una y otra vez mientras me lavo los dientes. A veces me
señala una cana y me aclara que estuvo a la vista de hombres y mujeres, justo en
la frente, durante toda la noche. Yo la arranco y me señala otra, más escondida,
pero él, sádico, me promete que la nueva ya tendrá su primer plano en la
próxima salida.
Y esto no es nada. Lo
peor es cuando por las canas o las ojeras me empieza a hablar de la muerte. Eso
es lo peor. Dice que ya estoy en la mitad, que de acá para abajo, que pasó lo
mejor y me lo perdí, que pronto dejaré de existir y no habré dejado nada, ni un
hijo ni un libro ni un gran amor. Mueve los brazos como si tuviese un arma,
como esa gente que alecciona con las manos, me amenaza. La mayoría de las veces
me quedo callada, no voy a mentir a veces lloro, cuando él hace cálculos de los
años que le quedan a mi padre, el tiempo restante de lucidez de mi
madre. Lloro cuando me señala las carnes flojas y los pelos que crecen en lugares
en donde antes no crecían, en la cara, la barbilla, la frente. Lloro cuando él me
pregunta si soy estúpida y me cuenta las veces que tropecé con la misma piedra,
que caí en los mismos lugares y que actué de la peor manera. Yo sé que a él, en
algún punto, todo eso también lo afecta, porque lastimar tanto a alguien
lastima, y cuando me grita a los ojos que me apure porque ya no tengo tiempo ni
fuerzas para cambiar, noto que él también tiene lágrimas en los ojos, de
impotencia. Yo lloro y me quedo callada.
Sin embargo, algunas
noches, cuando pude salir sola y me reí y tuve una buena conversación con
alguien, le hago frente. En esas noches yo soy la que le grito a los ojos, hago
de cuenta que tengo una pistola en la mano, que yo también podría matarlo. Le
grito que se anime y me mate, que si tiene el coraje me mate. Porque, y esto no
se lo digo, lo peor es la idea de la muerte, pensar la muerte; la muerte en sí no
es nada. Cuando me atrevo a gritarle de esa manera, con la pistola en la mano,
me deja sola. Pero igual ya no me olvido de que me queda poco tiempo, ni de que
a mis padres les queda menos ni nada de eso. No me olvido.
Cuando me deja sola me
levanto y me baño, me lavo el pelo y me pongo un poco de perfume de jazmín, una
remera amplia y blanca, de algodón bien limpia. Después me hago un café con
tostadas y voy a la mesa, si es lindo día la madera se mancha de sol, por las
hojas parece la piel de un leopardo. Abro mi cuaderno y escribo lo que soñé o
lo que sueño. Incluso escribo sobre los pocos años que les quedan a mis padres,
sobre los hijos que no tengo y el amor que busco. Si escribo bastante él tarda
días en volver a aparecer, no se atreve, y las páginas se van apilando sobre mi
escritorio.
(Ilustración de Orx)
6 comentarios:
Hola,
Otra vez te pasaste!! Me siento identificado :S Te recontrafelicito :)
Saludos
-- Diego
Muchas gracias, Diego! Contenta de que te gustó. Saludos!
Maravilloso!! un poco terrible para leer después de los cuarenta y tantos pero maravilloso!!
islasiete.
Hola islasiete,
Muchas gracias!
Creo que es terrible a cualquier edad, el enemigo íntimo que llevamos dentro...
Saludos.
En etiquetas le pondría: Lo escribe tan bien, lo escribe por mí #Gracias :)
Muchas gracias, Anónimo!
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