Hace mucho que no escribo sobre escribir. Quizás sea porque
estoy escribiendo.
Y me hago preguntas, ¿desde
dónde cuento? ¿Por qué si puedo ser la vendedora nudista de la playa pirulito o
el sapo de un estanque nunca puedo dejar de ser yo?
Frente a la hoja en blanco, que quién sabe por qué
psicológica y maravillosa razón ya no me da ningún miedo, empiezo a volar y
puedo irme lejos en la primera frase, supongamos que me voy para el Mediterráneo. Pero de repente el gesto de aquel hombre en el bar donde está mi
personaje me recuerda a ese de mi padre la última vez que lo vi antes de irme
de viaje (un viaje real, que nada tiene que ver con la escritura, o sí, porque
todo tiene que ver con la escritura pero, en fin, un viaje literal), un gesto
cansino, de hombre que ya no quiere saber mucho, y pienso en la muerte de mi
padre y vuelvo a ser yo la que miro a ese hombre y escribo: “Parecía entregado. Había desarrollado una joroba que le facilitaba asentir, el mentón
llegando al pecho y su cuello yendo y viniendo, como acordeón de carne.” Y
ya no estoy escribiendo sobre ese hombre en un bar de España, estoy escribiendo
sobre mi padre, exagerándolo, abrazándolo, y lo siento cerca, más cerca que
cuando lo tengo al lado en Argentina, de donde literaria y evidentemente me cuesta
escapar.
Ese es mi motor: lo que siento, las ganas que tengo de
meterme con tal persona o emoción, de pasar un rato con ella. Cuando escribo estoy cerca, siento (en el más profundo sentido de sentir) y recuerdo,
cosa que hago naturalmente poco a causa de la negación y la mala memoria. Por
eso no puedo escribir cuentos fantásticos ni de terror, no tengo imaginación,
no sé, o no me interesa. Lo que veo a mi alrededor me parece ya demasiado como para andar inventando, me sobra, y no me alcanzan el tiempo ni las ganas para atraparlo.
A mí me gusta lo que se revela cada tanto, eso que no hay manera de digerir si no es escribiendo. Una segunda capa que está
por debajo, y que a veces aparece, como la pintura anterior de un mueble mal
pintado. Lo que me convoca a escribir es una revelación (muchas veces algo que
ya sabía, una confirmación) que de repente se muestra con una claridad que me exige
ser contada, quiero atraparla del cuello fuerte como a una gallina y exponerla desde todos los
ángulos al público para que la vea tan claramente como yo la vi.
Quizás escribo para tratar de entender. No. ¿Para que otros me entiendan? De
cualquier manera, de lo que estoy segura es de que escribo para acercarme a
algo. Escribir es un movimiento, un intento, un
pedido de ayuda al universo. Es meterme, desenterrar, hurgar hacia el
centro del núcleo, y más.
Lo mío no es volar, es buscar adentro.
3 comentarios:
hola maria ,me encanta lo que escribis y tambien lo que lees
que bueno! yo alguna vez pensé algo así como un buceo
Muchas gracias, Irene y Ana. Contenta que les gustó! Un beso.
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