domingo, 14 de julio de 2013

Poco vuelo

Hace mucho que no escribo sobre escribir. Quizás sea porque estoy escribiendo.

Y me hago preguntas, ¿desde dónde cuento? ¿Por qué si puedo ser la vendedora nudista de la playa pirulito o el sapo de un estanque nunca puedo dejar de ser yo?

Frente a la hoja en blanco, que quién sabe por qué psicológica y maravillosa razón ya no me da ningún miedo, empiezo a volar y puedo irme lejos en la primera frase, supongamos que me voy para el Mediterráneo. Pero de repente el gesto de aquel hombre en el bar donde está mi personaje me recuerda a ese de mi padre la última vez que lo vi antes de irme de viaje (un viaje real, que nada tiene que ver con la escritura, o sí, porque todo tiene que ver con la escritura pero, en fin, un viaje literal), un gesto cansino, de hombre que ya no quiere saber mucho, y pienso en la muerte de mi padre y vuelvo a ser yo la que miro a ese hombre y escribo: “Parecía entregado. Había desarrollado una joroba que le facilitaba asentir, el mentón llegando al pecho y su cuello yendo y viniendo, como acordeón de carne.” Y ya no estoy escribiendo sobre ese hombre en un bar de España, estoy escribiendo sobre mi padre, exagerándolo, abrazándolo, y lo siento cerca, más cerca que cuando lo tengo al lado en Argentina, de donde literaria y evidentemente me cuesta escapar.  

Ese es mi motor: lo que siento, las ganas que tengo de meterme con tal persona o emoción, de pasar un rato con ella. Cuando escribo estoy cerca, siento (en el más profundo sentido de sentir) y recuerdo, cosa que hago naturalmente poco a causa de la negación y la mala memoria. Por eso no puedo escribir cuentos fantásticos ni de terror, no tengo imaginación, no sé, o no me interesa. Lo que veo a mi alrededor me parece ya demasiado como para andar inventando, me sobra, y no me alcanzan el tiempo ni las ganas para atraparlo. 

A mí me gusta lo que se revela cada tanto, eso que no hay manera de digerir si no es escribiendo. Una segunda capa que está por debajo, y que a veces aparece, como la pintura anterior de un mueble mal pintado. Lo que me convoca a escribir es una revelación (muchas veces algo que ya sabía, una confirmación) que de repente se muestra con una claridad que me exige ser contada, quiero atraparla del cuello fuerte como a una gallina y exponerla desde todos los ángulos al público para que la vea tan claramente como yo la vi.

Quizás escribo para tratar de entender. No. ¿Para que otros me entiendan? De cualquier manera, de lo que estoy segura es de que escribo para acercarme a algo. Escribir es un movimiento, un intento, un pedido de ayuda al universo. Es meterme, desenterrar, hurgar hacia el centro del núcleo, y más. 

Lo mío no es volar, es buscar adentro.

3 comentarios:

irene dijo...

hola maria ,me encanta lo que escribis y tambien lo que lees

ana dijo...

que bueno! yo alguna vez pensé algo así como un buceo

María dijo...

Muchas gracias, Irene y Ana. Contenta que les gustó! Un beso.