El fin de semana pasado fui a ver dos obras de teatro acerca de familias disfuncionales. No es casualidad, gracias a verlas seguidas me di cuenta de que lo disfuncional es inherente a toda familia, por definición. Esto no significa que no pueda haber excepciones, que no existan las familias “funcionales”, aunque yo no conozca a nadie que pertenezca a una, deben existir.
La primera obra es “Cómo estar juntos”. La segunda: “La familia argentina”. Las dos me gustaron pero “La familia argentina” me impresionó muchísimo, salí siendo demasiado conciente de que desde el momento en que dejamos de juzgar todo se vuelve tan inmenso e inabarcable, tan indomable, que es demasiado para los humanos, por eso necesitamos el “bien” y el “mal”, para agarrarnos de algo, sino mejor ser animales.
La actuación de Luis Machín es de otro planeta. Nunca lo había visto actuar de “hombre”, siempre hace esos papeles de “freak” que habían impedido que me diese cuenta de lo buen actor que es. Me saco el sombrero. Y por la lucidez de Alberto Ure, ser tan conciente de la poca explicación en palabras de todo debe ser muy duro. Así salí de la obra. Enojada y agradecida al mismo tiempo por el epílogo que, por un lado, lo suaviza y edulcora todo, y por otro, me permite seguir caminando por la calle.
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