Nunca me gustaron las banderas y no sé de dónde me salió un nacionalismo que no tengo hace unos días cuando recorrí la costa uruguaya en un auto alquilado a un hombre llamado Richard. Mi compañero de viaje, voy a llamarlo K, era español y se encargó de toda la papelería mientras yo cuidaba los bolsos y papaba moscas contenta.
Richard hablaba demasiado pero su pícara inteligencia y su sonrisa lo salvaban de ser un pesado. Después de unos veinte minutos, al fin vi cómo le daba las llaves a K y cerraba su perorata de "rent a car": Andá tranquilo, acá Uruguay es seguro; no es como Argentina, allá en cualquier esquina....
Interrumpí desde atrás: ¿Perdón? Richard: Ah, vos sos argentina, ¿no es verdad lo que digo? Lo vi con mis propios ojos. Yo: Me parece que no hace falta. ¿Cómo lo viste? Richard: Viví diez años en Argentina. Yo: ¿Y por qué viviste en Argentina? Richard: Porque es divina, si no fuese por mi mujer, estaría viviendo allá. Yo: ¿Es divina?
Entonces, Richard, si Argentina es divina hay dos opciones: o reformulás el discurso que tenés para extranjeros (acá Uruguay es seguro; no es como Argentina, que igual es divina y si fuera por mí estaría viviendo allá en vez de acá) o evitás comparaciones (Uruguay es muy seguro y podés dejar el auto en cualquier parte).
Así terminó mi duelo con Richard, creo que entendió aunque seguía insistiendo con la inseguridad. Partimos con K hacia Piriápolis, a pasar nuestra primera noche uruguaya en el Hotel Argentino. Tendría que pensar mucho para poder describir ese lugar con lucidez, es muy especial. Ahí fue donde dejé el anillo de mi abuela.
Seguimos viaje y mi anillo antiguo, sobrio y verdadero, quedó en Piriápolis, en ese hotel inmenso y algo fantasmal. Parece que la chica que limpia lo encontró en el piso, eso me dijeron en la “Sección de olvidos” cuando llamé desde Punta del Diablo para corroborar la certeza que me había asaltado mentalmente, de esas que te atacan como los dolores de panza.
Volvimos cinco días después, al mismo cuarto, volvimos para cerrar el círculo. Mientras nos instalábamos tocaron a la puerta y ahí estaba, chiquito, en la mano de un uruguayo viejo y desconocido. Mientras me lo ponía pensé que ese anillo había vuelto a nacer, que algo así en Argentina hubiese sido muy raro y sentí otro agudo y repentino dolor de panza: la sonrisa de Richard victorioso.
6 comentarios:
:)
mirá vos...
al leerlo enseguida recordé una tira de liniers en que contaba algo similar.
Es esta:
http://macanudoliniers.blogspot.com/2008/01/colgado.html
Seguro que estos casos no son la única moneda que corre por aquí,
pero al menos ya se está armando una guía de hoteles honestos (con un formato bastante interesante) :P
Gracias Lusi, muy bueno.
A divulgar la honestidad uruguaya!
Saludos.
jaja.
Sí, viene bien para la temporada...
Por cierto, este fin de semana estuve en Cabo Polonio y queda muy recomendada la Posada Los Corvinos
(honestamente cálida). Es a la vez la única biblioteca del pueblo :)
cada lugarcito tiene sus bemoles, richard!!!.
maría! me encantó lo que leí, como siempre.
me hiciste recordar mis veraneos en le hotel argentino de pequeña, con familia y primos, corriendo por sus pasillos amplísimos y de techos altos. y la pista de patinaje sigue exisitiendo?...casi voy en este año nuevo!.
escriba mucho en este 2011, aqui tiene firme a una lectora.
besote.
Marie!!!
mil besos!!
No vi la pista de patinaje... buhh
Después de leer tú tour y los diálogos escritora-de-blog vs Richard me sonreí hasta el final del texto donde me perdí y no sabía si leía a Richard mimetizado en escritora-de-blog o viceversa.
Pienso, como argentino, como latinoamericano, como americano, como ser humano, que des vuelta por donde des vuelta en este mundo siempre encontrás a Richards y a no Richards, a señor sexagenario con anillo en mano honesto y señores sin anillos en mano y deshonestos. Y para finalizar el comentario y a modo de moraleja, pienso: no está bueno meter a todos dentro de la misma bolsa, ¿no?... aún hay gente maravillosamente buena y honesta, solo que hay que saber verlos...
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