viernes, 8 de octubre de 2010

La deuda interna

Como todos los lunes hacía tres años, K llegó a lo de su psicólogo a las diez de la mañana aturdido de preguntas seguir con la terapia, dudar siempre de todo, abandonarlo todo, no cambiar nada, siempre todo y nada, el sentido de la vida, del amor, siempre todo y nada. Pero esta vez le abrió la puerta una señora y le dijo que no lo iban a poder atender. No se me ocurre cómo la señora le explicó que encontraron a K anotado en una agenda pero no su número de teléfono para avisarle que el psicólogo había muerto el día anterior. K no recuerda qué dijo, si se despidió de la señora, cómo ella cerró la puerta y él fue a meterse en su auto como las mujeres nos metemos en los baños a llorar. Se preguntaba adónde habían ido sus sueños, sus secretos, sus vergüenzas, sus miles de pesos, sus recuerdos, sus horas y horas invertidas en qué. Pataleó en su cabeza exigiendo respuestas, una pequeña herencia del dueño de tanta confidencia, una pista de cómo, una clave de por qué, una señal de cuándo. Pero nada. Sólo estaba su nombre escrito en el lunes de una agenda a las diez de la mañana y los próximos cuarenta y cinco minutos que de repente eran libres y las preguntas y las preguntas y los ciento cincuenta pesos en el bolsillo. Sólo eso, y todo el resto.

2 comentarios:

Mercedes Ruiz Acevedo dijo...

me gusta mucho esto Mery

Jimena dijo...

cuánta, cuantísima angustia