Invisible

(Cont. del SÁBADO 27 DE SEPTIEMBRE DE 2008)

Ya saben que Paul Auster es la medicina que me cura de la falta de lectura. Estos últimos meses anduve un poco enferma y empecé el tratamiento con su nuevo libro. Ya me siento mejor, estos fragmentos hicieron efecto:

Es la clase de habitación en que se suponen que trabajan los poetas, el tipo de cuarto que amenaza con doblegar el espíritu y obliga a una constante batalla con uno mismo, y cuando Walker deposita la máquina de escribir y la maleta a los pies de la cama, jura no pasar menos de cuatro horas diarias escribiendo, aplicándose a su trabajo con mayor diligencia y concentración que nunca. No importa que no haya teléfono, que el retrete común esté al fondo del pasillo, que no pueda bañarse ni ducharse en ningún sitio, que todo sea viejo a su alrededor. Walker es joven, y ésa es la habitación en donde tiene la intención de reinventarse a sí mismo.

Por lo visto le caía bien y estaba preocupada por mi bienestar, y cuando te informan de que gustas a otra persona, tu respuesta instintiva es que ella te gusta a ti también.

El miedo es buena cosa, proseguí, repitiendo la palabra que había utilizado en su primera carta, el temor es lo que nos impulsa a correr riesgos y a sobrepasar nuestros límites normales, y es difícil que todo escritor que crea pisar terreno firme produzca algo de auténtico valor.

De cuando en cuando, sus labios se estiran hacia abajo en una especie de regocijo clandestino que no llega a transformarse en sonrisa, pero indica un sentido del humor bastante desarrollado, el de una persona atenta a las posibilidades cómicas de un momento determinado.

Luego tu hermana se dejó caer de espaldas, abrió las piernas y te dijo que la tocaras. Ahí no, te decía, aquí, y te cogió la mano y te guió al sitio donde quería que estuvieras, al lugar en donde nunca habías estado, y tú, que hasta aquella noche no habías sabido nada, empezaste poco a poco a formarte como ser humano.

(Fragmentos de "Invisible", Paul Auster)