viernes, 8 de mayo de 2009

La novela luminosa.

Después de leer el libro de Levrero me lamento de que en sus épocas (estamos hablando de hará unos ocho años nomás) no existieran los “blogs”. El pobre hombre se hubiese ahorrado muchísima “angustia difusa” encontrando en su propia droga (era adicto a la computadora) la salida. 

El “Diario de la beca” (que abarca cuatrocientas sesenta de las quinientas sesenta páginas de la novela) hubiese sido un blog maravilloso. Durante un año (desde agosto de 2000 hasta agosto de 2001), Levrero cuenta las dificultades a las que se enfrenta todos los días de su vida cuando quiere escribir, sus métodos de evasión y su falta de autocontrol. Comparte con el lector su frustración de una manera honesta y sensible, aceptando su impotencia como parte de un todo y contrapesándola con observaciones existenciales narradas de una manera liviana y encantadora:
… Todos los días, todos los días, aunque sea una línea para decir que hoy no tengo ganas de escribir, o que no tengo tiempo, o dar cualquier excusa. Pero todos los días.

Morirse debe ser como salir a la calle, cosa que me cuesta cada día más, pero sin la esperanza de retornar a casa.

El hecho es que saber que no sé cuando estoy deprimido no me deja saber si estoy deprimido o no.

Mis trastornos tienen una excelente definición: son la consecuencia de mi historia personal, y sobre todo son el precio de mi libertad.

Necesito ocio. Todavía no conseguí mucho. Sigo huyendo de la angustia difusa que precede a la posibilidad del ocio. Es horrible esa angustia difusa.

Me llama poderosamente la atención que me haya puesto a escribir sabiendo que muy probablemente iba a ser interrumpido. No recuerdo que haya hecho algo parecido en muchos, muchos años. Sería muy bueno que se me estuviera yendo la fobia a las interrupciones, que me ha llevado a postergar y finalmente no realizar novelas enteras.

Estoy en lo que se llama “período de centrifugación”. Algo intangible en mí aleja a la gente de mí. También hay períodos opuestos, de centripetación, y ahí se me pega todo el mundo y no doy abasto para recibir gente. Hay que tener paciencia y esperar que la cosa cambie.

Escribir entre paréntesis me produce ansiedad, seguramente por temor a olvidarme de cerrarlos, como si fuera lago tan importante; de modo que sigo fuera del paréntesis con el tema del paréntesis.

Y estas adicciones que me perturban actualmente no son otra cosa que adicciones al estado de trance; un medio de abreviar el tiempo, de que el tiempo pase sin que yo sienta dolor. Pero así también es como se me va la vida, cómo mi tiempo de vida se transforma en tiempo de nada, un tiempo cero.

Me excita recibir virus. Anoche me costó dormir por ese estado de excitación. Es raro, pero es así. Como si no confiara en que el antivirus los elimina definitivamente.

Otra vez estoy escribiendo para el carajo.
Y después viene la auténtica “novela luminosa” (las cien páginas restantes). Pero como dice Levrero, narrar experiencias trascendentales no es para nada fácil. Así que prefiero evitarme el mal rato de intentar transmitirles lo que sentí mientras la leía y voy a dejar que vean la claridad solitos cuando recorran sus páginas. Sólo les adelanto una advertencia del autor:
Lo que voy a decir a continuación debe tomarse al pie de la letra; no es algo simbólico, no es una manera de decir, no es un intento de poetizar. Es un hecho, y quien no lo crea, que salga por favor de aquí, que no siga ensuciando mi texto con su resbalosa mirada -y que no intente, jamás, leer otro libro mío.
(Fragmentos de "La novela luminosa", de Mario Levrero)

2 comentarios:

80LPP dijo...

La sensación al escribir entre paréntesis me encantó, a mí me tranquiliza usarlos, como que me ayuda a acotar mucho y siento que se entiende más lo que escribo.

Anónimo dijo...

Es increíble la cantidad de delirios afines que encontré en la novela.
Al terminarla hice un duelo como si se me hubiera muerto un amigo.