En la foto de la profesora Bellini, el torso de Poseidón parecía un pedazo de una escultura chiquita, mal iluminada. Y las otras fotos tampoco le gustaban. Siempre había, en el fondo, turistas de colores fluorescentes. Seguramente ella también estaría al fondo de las fotos de otros, en el álbum de alguno de todos esos japoneses, norteamericanos, alemanes o franceses que había visto durante el viaje; ella estaría en sus fotos, en segundo plano, desprevenida, caminando sola entre las ruinas, vista de distintos ángulos, mínima. Porque era imposible sacar fotos sin turistas estorbando; estaban por todos lados, formaban una nueva raza de bárbaros globales a la cual a la profesora Bellini le había avergonzado pertenecer. Lo invadían todo y eran torpes y ruidosos, con gorras de béisbol y mochilas y anteojos de sol y gritos en todos los idiomas. Llegaban para desacralizar, con el mismo impulso de llevarse algo a casa que tenían los antiguos saqueadores pero atemperado ahora por las filmadoras y las réplicas del bazar de los museos. Todos esos vikingos esponsoreados por Adidas, invadiendo los restos de la Antigüedad clásica, dejando su basura, sus latas, su ridículo. La profesora Bellini había visto a una mujer parada detrás de una escultura completando los brazos y la cabeza que le faltaban a la figura de mármol para que el marido le sacara una foto.
(Fragmento del cuento “El viaje de la profesora Bellini”
en “Hoy temprano”, Pedro Mairal)
1 comentario:
Nena, basta de fragmentos mágicos. Hasta marzo no propongas nada porque tengo media docena de libros empezados por tu grandísima culpa.
Repito, hasta marzo sólo hablá de cosas que te pasan. No es tan difícil, dale... vos podés.
Laura, en metanoia
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