A lo largo de los años, he descubierto una regla. Es lo único que doy en esas ocasiones en que hablo sobre la escritura. Es una regla simple. Si te dices a ti mismo que vas a estar ante el escritorio mañana, con esa declaración le estás pidiendo a tu inconsciente que prepare el material. En efecto, estás celebrando un contrato para recoger tales objetos de valor en un tiempo acordado. Cuenta conmigo, le estás diciendo a unas pocas fuerzas de abajo: estaré allí para escribir. El punto es que tienes que mantener unas relaciones confiables. Si te levantas por la mañana con resaca y no puedes ponerte a trabajar literariamente, tu inconsciente, después de fallar varias veces en aparecer, se retirará.
Es probable que tu inconsciente nunca esté demasiado enamorado de ti. La batalla entre el ego y el inconsciente es, creo, una guerra de cierta dimensión. En mucha gente equivale a un matrimonio infeliz, y después de todo, los matrimonios dependen de la confianza. Los matrimonios infelices dependen inmensamente de la poca confianza mutua que haya. Así que tienes que establecer relaciones decentes con tus profundidades trabajadoras, y podrías reconocer que es posible que este procedimiento sea tan difícil de lograr como cualquier unión a largo plazo con alguien que está afuera de tu piel.[…]Para repetirlo: la regla es que si te dices a ti mismo que vas a escribir mañana, entonces, no importa lo mala que sea la resaca o lo prometedora que sea una invitación repentina por la mañana para hacer algo más disfrutable. No, te sientas con diligencia, como un esclavo, y trabajas. Esta orden es del todo antiromántica en espíritu. Pero si te sometes a esta imposición, este decreto que te obliga a ser confiable, entonces, después de cierto período de tiempo –puede llevar semanas o más-, el inconsciente, cuidando sus desilusiones, puede confiar otra vez en ti.[…]La regla en una cápsula: si no logras presentarte por la mañana después de que juraste que estarías en tu escritorio cuando te fuiste a dormir anoche, entonces, andarás dando vueltas con hormigas en el cerebro. Regla general: la inquietud mental puede medirse por la cantidad de promesas que no cumples.
Recién terminé “Un arte espectral” de Norman Mailer. Son reflexiones sobre la escritura. De todo lo que subrayé, que es mucho, elegí transcribirles esto que acaban de leer. Seguramente cada tanto volveré a compartir con ustedes alguno de sus pensamientos, son bastantes los que me interesan y me inquietan. Si escriben, o les gustaría escribir, ojalá lo lean.
También habla de cine, me encanta el análisis que hace de “Ultimo tango en Paris” y me despierta la necesidad de verla otra vez. Hay libros que me mueven, que me cuentan acerca de lo que quería hacer y no sabía. Gracias a Mailer también volveré una vez más a “Trópico de Cáncer” y seguramente leeré el diario de Anais Nin, aunque siento tanta envidia de su vida con Henry que no sé.
Hay libros que dejan pendientes cosas por hacer o pensar, te mandan a seguir en la búsqueda. Son libros que uno abre y, aunque se terminen de leer, quedan abiertos, no se cierran y lanzan algo parecido a una baba o a una raíz hacia otros lados. Me gustan esos libros conectores.
1 comentario:
"Después leo otros, pero el territorio que esa novela me allana es muy amplio, muy generoso: "Los tres mosqueteros" me lleva a "El Conde de Montecristo", que me lleva a la venganza, la cárcel, la prisión, que me lleva a Fabricio del Dongo en "La Cartuja de Parma", que me lleva a "Rojo y negro" y luego a "Madame Bovary". El libro que no te lleva a otro libro es un libro estéril, fallido para el lector. La influencia de Dumas es que es un libro de libros, una llave de puertas. Todavía hoy estoy viviendo de las rentas lectoras de los libros a los que he llegado." (Arturo Pérez-Reverte)
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