Cuando era chiquita íbamos todos los veranos a Córdoba en el Renault 12 de mi mamá. Obvio que ella manejaba y yo y mi hermana Dolores nos sentábamos atrás. Inventábamos juegos, hablábamos mucho de cosas que en casa no, no sé por qué, no salían, las cosas eligen los momentos para revelarse. Éramos chiquitas pero me acuerdo de que hablábamos en serio cuando viajábamos en auto.
Cantábamos y comíamos porquerías, Dolores y yo nos turnábamos para dormir, sonaban en el pasacassettes Litto Nebbia, Julio Iglesias, Silvio Rodríguez, algo de Bossa Nova, cosas melosas que le gustaban a mi mamá. La gente, y sobre todo mi abuela, pensaba que mi mamá era muy atrevida por viajar sola y de noche con nosotras, que era muy peligroso, una mujer linda y joven con dos nenas, qué horror.
Pero yo no podía sentirme más segura. Estaba ahí, en una máquina que podía llevarnos a cualquier parte, a mí y a las que más quería en el mundo. Me acuerdo de que le suplicábamos, le rogábamos a mi mamá que se perdiera. Para nosotras no había mejor aventura que cuando ella se perdía, la sensación única de estar deambulando por ahí riéndonos a carcajadas, gritándole a la capitana que gire al tun tun a la izquierda, a la derecha o ¡seguir! Muchas veces alguna se hacía pis de la risa cuando retomábamos el mismo camino erróneo una y otra vez. Supongo que sugería que podíamos escapar de todo e inmortalizarnos en ese momento infinito juntas.
Será por estos recuerdos que no hay nada que me provoque tal sensación de libertad como un viaje en auto por la ruta. Me encanta, me encanta escuchar música, sentir el viento por la ventana, hacer olitas con las manos, parar en cualquier lado a comer cualquier cosa, hacer pis en un arbusto de noche, que se haga de noche, me encanta viajar en auto por la ruta de noche. Cuando viajo en auto pienso cosas que nunca pienso.
El avión, como el tren (aunque más romántico), es exactamente todo lo contrario; sus rutas son rígidas, sus destinos son súper programados, los compañeros de viaje no son elegidos y tienen olores extraños y desagradables. Hay una intimidad grupal impuesta que poco tiene que ver con la libertad. En un barco, si bien hay aire y horizonte, la sensación de libertad es contradictoria porque no se puede abandonar la embarcación cuando uno lo desea. O sí, pero bueno.
En el auto está todo. No hay pasaje de vuelta, está abierta la posibilidad del retorno repentino y sin razón. Hay libertad para girar en cualquier camino que nos llame por sus árboles. Está la opción de seguir más allá del lugar a dónde nos dirigíamos en un principio, está la posibilidad de perderse y encontrar algo desconocido, se dominan la velocidad y el tiempo. Viajar en auto da la libertad de arrancar, girar, volver, parar, bajar, seguir, volver a girar, seguir, seguir.
11 comentarios:
Mirá vos, me acabas de revelar por qué es que me gusta también viajar en auto por la ruta. De chico ibamos siempre de vacaciones en un ford canoa-fairlane (claro, eramos 5 hermanos/as) por los lugares más inhospitos del país.
besos, lindo el post.
:)
leyéndo esto me sentí en la ruta, con el sol en la cara y la cabellera al viento...
A mí me pasa tal cual. Me encanta el auto con la ventanilla baja, el aire caluroso en la cara, la música bien alta y nuestras voces cantando desaforadas. Aunque también me gustan los viajes con extraños donde las comodidades no existen y uno tiene que socialzar a fuerza de apretujamiento, como me pasaba en Asia. Claro que no por un tiempo muy prolongado.
Un trio perfecto: la libertad (mamà), la seguridad (mi hermana mayor) y la goduria (yo con mi falta de exigencia infantil). Amo los viajes en auto con la justa companìa. Gracias por revivir nuestros dìas felices y juntas...
Lo que menos importa es el destino, lo importante es el viaje en la ruta, y poder divagar mientras mirás el paisaje o prestar atención a la música. Cuando viajo en auto me olvido incluso del motivo del viaje.
primera vez por aca,y me encuentro con un post fresco y libre,en donde tocas dos de mis temas preferidos: la libertad y la niñez.
me parecio muy lindo.saludos!!!!
Que buen comentario. Siempre recuerdo los viajes en la rural Falcón color bordó. Íbamos todos los años a Pinamar. Mi mamá, mi papá y mis cuatro hermanos, el auto era un yate había lugar para todos. A mi me hacían una camita entre las valijas y jugaba a los Pin y Pon o al juego de las patentes o al veo veo. Mi papá escuchaba todo el viaje música clásica que pasaban en una radio AM.
Aparte en esa época no había autopistas y los viajes eran eternos. Obvio que la camioneta no tenía aire acondicionado, de las ventanas colgábamos toallas para que no entre el sol que nos cocinaba la cabeza.
La rural recalentaba y me acuerdo que teníamos que parar cada 50 kilómetros para tirarle un poco de agua. El jugo Cipolletti de manzana roja era infaltable y la heladerita llena de provisiones. Se me vienen muchas situaciones a la cabeza. Abrazo
Para mi viajar en auto de noche era un viaje a otro planeta. Las luces fluo del asfalto, los postes de luz y los autos del carril contrario. Todo tomaba una dimension desconocida.
Viajar en auto de noche es absolutamente genial. Una vez más quedé atrapado en tu blog, qué bueno.
Besos.
Hola tenes que probar aunque sea slouna vez el viajar en bicicleta ... las palabras libre y libertad quedan chiquitas y el viento es todo tuyo ... probalo solo unos dias .. yo ya no quiro viajar de ninguna manera ... Ivana de Alaska a Ushuaia http://elmundoenbici.biketravellers.com/
un abrazo
Hola Ivana,
Visité tu blog y sí, dan muchísimas ganas de viajar en bicicleta. Es increíble lo que están haciendo. Son esas cosas que uno quiere hacer pero nunca hace... Hasta que, supongo, un día cualquiera, se agarra la bicicleta y se empieza a pedalear, a lo Forrest Gump.
Todo lo mejor para la inmensa travesía.
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