Ayer fui a la plaza con una amiga y su hijo de cuatro años,
Martín. El sol estaba bajando y el aire era fresco, esas tardes de enero en
Buenos Aires son únicas. Apenas llegamos, con un afilado radar infantil, Martín se sumó al festejo de un cumpleaños desconocido y se puso a jugar carreras y a patear
todo tipo de pelotas. Nosotras, cada
tanto, interrumpíamos los dilemas amorosos, laborales y domésticos para disfrutar
con la pandilla de niños que parecían amigos de toda la vida.
El sol bajó y el cumpleaños empezó a desconcentrarse, jugadores de
un partido que terminó. Como pudo, cada padre convenció a su hijo y fueron
saliendo del espacio verde enrejado. Martín volvió con la remera mojada y los
cachetes rojos de felicidad y se sentó en el banco. Nosotras seguimos hablando,
buscando llegar a esas conclusiones teóricas, tan difíciles de seguir en la
práctica, que de a poco se fueron diluyendo con la luz y nos dejaron a los tres
en un silencio de motores y pájaros.
“Mamá… Estoy triste”, largó Martín de la nada, y rompió la magia
de la tarde. Mi amiga le acarició la cabeza y buscó un pañuelo de papel para
secarle el pelo transpirado. Los miré. La frase, además de romper la tarde, me había
roto el corazón. Puse el foco en mi amiga con ojos aterrados de sorpresa y preocupación. Ella me devolvió la mirada, todavía fregando al chico con
papel, y me tranquilizó sonriente “es la nueva moda, por todo dice estoy
triste”.
Quedé un poco angustiada con la falsa alarma. Como siempre, quise
saber un poco más. “¿Por qué estás triste, Martín?” “Estoy triste”, repitió. “¿Pero
sabés por qué? ¿Cómo es la tristeza?” Puso los ojos grandes y vino al lado mío,
necesitó sentarse cerca para reflexionar. “Sí”, dijo firme, “como en la película.” Mi
amiga, que había aprovechado esos minutos para seguir pensando en sus cosas, subtituló
a su hijo y aclaró despreocupada: “Intensamente”.
Ah, sí, Intensamente, la
película de Disney que muchos críticos cuentan entre las mejores del año
pasado. Esa que los padres defienden porque habla de sentimientos, en donde Alegría no puede ser si no hay familia,
amigos, goles, una casa grande y linda. Como si la familia, por ejemplo, fuese una
fuente de felicidad por default. Pero
ojo que Tristeza también puede ayudar,
siempre que no tire tan abajo. Y por ahí andan Miedo, Ira y Asco, que no se dejan conocer demasiado
ni entendemos bien qué pito tocan. Intensamente,
sí, claro, esa película que le pone cara a las emociones.
Ahora me voy muy atrás en el tiempo. En los principios del teatro
griego, los actores usaban máscaras para transformarse en personajes, anular
las individualidades y evitar cualquier tipo de confusión. De ahí viene el
símbolo de las dos caretas flotando: la tragedia y la comedia. Pasaron los años
y los actores se fueron sacando las máscaras, aceptando el precio de la
confusión y explorando las posibilidades del rostro humano. Así, el arte de la
actuación dejó de ser binario y se volvió complejo, en el mejor sentido, expresando
aquello que no se puede nombrar con una sola palabra como alegría o tristeza.
Las pobres palabras, esas que hoy no dan abasto con tanto
dispositivo y dejan de ser ellas mismas para ser ppio, ok, tkm, xq?, ntp, salu2. Llenas de impotencia, mutiladas, no
les queda otra que recurrir a las nuevas máscaras: los emoticones. Ellos
vinieron a hacer el trabajo sucio y transmiten cerveza o corazón, bronca o
tren, mientras las palabras vuelven a las conversaciones, las artes, las esquinas.
Esas caritas nos remontan al pasado, cuando la sonrisa era lo bueno y la mueca
lo malo. No hay que generar dudas, mejor lo plano, sin matiz o sutileza. Como
si habláramos con números. Pulgar arriba, pulgar abajo, aplausos, músculos, uno
o varios, besito, guiño.
Todo autoabastecido en una pequeña imagen: carita llorando. El
emoticón vino a poner un límite, a cerrar. En cambio las palabras abren, son
exigentes, confunden y demandan; las palabras escritas necesitan frases, las
habladas necesitan un tono y así. En su mundo, no todo es tan simple como la
tristeza o la alegría de los emoticones y de la película de Disney. Esa que
marcó tanto a Martín. Esa que le enseñó que el aburrimiento, el cansancio, las
ganas de ver televisión o el hambre pueden llamarse simple y solamente Tristeza.
2 comentarios:
perdón, soy un señor mayor y no tengo ni la menor idea qué significa "ntp", podrá aclarar por favor?
en otro orden de cosas, creo estar absolutamente fascinado con vos María.
Hola querés melón?
También soy algo mayor pero intuyo que significa "no te preocupes".
Me hiciste sonrojar, gracias por tus palabras, me alegro que te guste lo que escribo.
Saludos
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