jueves, 15 de abril de 2021

    Todos tenemos tres o cuatro caminos que siempre tomamos, para ir al centro, para ir al colegio, para ir a Cadaqués, para enamorarnos, para regresar. Si los marcásemos en un mapa con un bolígrafo rojo, como se marcan las venas en algunos dibujos anatómicos del cuerpo humano, veríamos que son casi siempre los mismos, que pasamos la vida entera en una misma mano, yendo y viniendo del índice al pulgar y del pulgar al índice o recorriendo el fémur de arriba a abajo una y otra vez.
    Descubrí que mi madre estaba enamorada del que sería su último amor un día regresando a casa en coche después de haber ido de compras, cuando me pidió que alterase nuestro recorrido habitual  y subiese por otra calle  porque alguien le había dicho que así llegaríamos antes.
    -Qué idea tan rara - Exclamé mientras le obedecía-. Pero si siempre vamos or allí. Es nuestro camino.
    Y de repente, en el mismo instante en que la idea disparatada, fulgurante y cierta se me pasó por la cabeza:
    -No estarás enamorada, ¿verdad?
    No hay demasiadas cosas que alteren el curso de nuestros pasos, tan firmes y decididos.

(Fragmento de "Gema", de Milena Busquets)

domingo, 11 de abril de 2021

Vida y obra

Me compré la biografía de Susan Sontag escrita por Benjamin Moser. Es un libro largo y caro, de esos que sabemos que no vamos a regalar y, quizás, ni siquiera vamos a prestar.
Salí de la librería y caminé hacia el parque más cercano. Había un sol relativo y sentí que me haría bien leer al aire libre en vez de estar encerrada. Y así fue, no puedo negar que tuve mis minutos placenteros. Pero de un segundo para el otro cambió todo. Me convertí en el ring de dos perros que me usaron de colchoneta para sus jugueteos. 
Esto es vivir en sociedad, pensé. La plaza es de todos, los perros no saben lo que hacen, los dueños no hubiesen podido impedirles el exabrupto y el libro está arruinado. Quizás la culpa fue mía en pensar que era una buena idea leer en la plaza, como si uno pudiese ser libre sin mancharse.



miércoles, 10 de marzo de 2021

Bienvenida a casa

En Nueva York nunca me sentía viva a menos que estuviera completamente sola deambulando por la ciudad.

Parece que no soy capaz de escribir a menos que las cosas vayan de fábula o de pena...

La modestia y la humildad no son lo mismo. Yo no quiero modestia. Ni siquiera me gusta. La humildad implica respeto por algo más.

Te equivocas de lleno. Culpa mia. Me he desnudado demasiado.

Sigo sin sentirme orgullosa y aún no he llegado a ser humilde. Esas son las cosas que quiero, las que hay que tener.

Cómo dejar de imponerme cosas, salir de mi misma y ser simplemente yo.

Ir en metro es una locura porque apareces en un nuevo mundo y es como si el sitio de donde acabas de venir ya no siguiera allí, y eso es increíble pero a mí no me gusta, es como los aviones: no vas de un sitio a otro, simplemente eliminas el primer sitio.
En cambio, los autobuses son una pasada.



(Fragmentos de "Bienvenida a casa", de Lucía Berlin)

domingo, 21 de febrero de 2021

El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes

Cuando tienen mucho dinero, a los enfermos psíquicos se les llama excéntricos...

Si la muerte tuviera en cuenta la opinión de los demás, moriría mucha más gente adecuada.

Mi padre decía siempre que, si te metes en un lío, tienes que arrastrar contigo a toda la gente que puedas, porque así te librarás más fácilmente. Mi padre entendía de líos.

A mi madre le encantó la idea. Se rio largo rato, con ternura, como yo descubriría años después que se ríen las madres con los chistes estúpidos de sus hijos inútiles, pero amados.

Sin turistas, el pueblo era como una familia que, aunque tenía una casa grande, vivía en una única habitación.

Le dije que ese cuadro iba a venderse, que se vendería con toda seguridad, e incluso por mucho dinero, porque los seres humanos están destrozados y buscan cosas destrozadas. Porque los seres humanos están enfermos y podridos y lo saben, pero fingen solo por miedo estar sanos y ser buenos. Y porque así es más fácil.

Una noche decidimos juntos que yo tenía que volver a la dosis diaria de pastillas que había abandonado a raíz del episodio de la mano. No podíamos permitirnos una nueva crisis con ella en casa en ese estado. "Y lávate los dientes", añadió, antes de transferirme definitivamente las atribuciones de un adulto.

(Fragmentos de "El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes", de Tatiana Tibuleac)

lunes, 15 de febrero de 2021

Contramarcha

Se cambia de nombre para huir de la ley. O para perseguir con una personalidad encubierta a otro hombre al que se quiere extorsionar... 
(...) ...un nombre es una novela entera que se puede vivir sin escribirla.

Es sabido que los niños se impacientan cuando les cuentan un cuento y les cambian el argumento o se saltean las partes de la trama que ya conocen, que no quieren renunciar al placer de la repetición, a la narración cuya exactitud les permite fingir que leen.

¡Qué argenta me resultaba Simone de Beauvoir traducida por Silvina Ocampo!

Y ella, sin dudas, carecía de la dulzaina retórica con que la psicología remozaría años más tarde los buenos modales de la feminidad: para dar a luz a El segundo sexo, era preciso ser fuerte.

Creo recordar, en uno de sus libros de memorias, una frase irresponsable: "Ninguna mujer puede ser violada por un sólo hombre".

"Quisiera que la persona que amo cambiara."

Cuando, ya mayores, nos veíamos en el bar La Paz, estábamos con diferentes bandas, pero seguía el cariño de los que se quisieron temprano, cuando aún no se está ni demasiado cansado ni demasiado comprometido en un destino arreglado entre el deseo y el principio de inercia.

El mismo mecanismo de aquel paciente de Freud que luego de contar su sueño con una mujer mayor dijo: "No es mi madre".

No me gustaba su estudiado cinismo. Un día me contó que su hermana se había tirado por la ventana, que su madre empezó a gritar con desesperación, pero él la empujó y le impidió que se asomara.
-Y después, ¿qué hiciste?
-Bajé la persiana.

Es cierto: donde otros se explayaron , yo puse el punto final.

(Fragmentos de "Contramarcha", de María Moreno)

sábado, 6 de febrero de 2021

Las primas

No éramos comunes por no decir que no éramos normales.

Ya dije que por dentro de mi psiquis sabía detalles y formas , que era muy distinta a la boba de afuera que hablaba sin punto ni coma porque si ponía punto o coma perdía la palabra hablada. A veces ponía punto o coma para respirar pero me convenía comunicarme de viva voz rápidamente para que me entendieran y evitar lagunas silenciosas que descubrían mi incapacidad de comunicación verbal porque al escucharme a mí misma me confundían los ruidos de adentro de la cabeza y el silbante fluir de la palabra y quedaba boquiabierta pensando que existían palabras gordas y palabras flacas, palabras negras y blancas, palabras locas y criteriosas, palabras que dormían en los diccionarios y que nadie usaba. Aquí por ejemplo usé comas. Y puntos.

Creo que el diccionario me beneficia, creo que salvaré dificultades que antes creí insalvables y no cuento lo que guardo in mente y es que si salgo del todo de mis minusvalías iré a vivir sola porque tanta gente cansa y yo veo en profundo tanto como hablo en superficial y lo que veo en profundo no me gusta y desde lejos me dolerá menos o no me importará porque cada minuto me alejo más y más de lo que llaman familia y cada minuto me tengo más en cuenta.

Pero todo pasa en este mundo inmundo. Por eso no es lógico afligirse demasiado por nada ni por nadie.

(Fragmentos de "Las primas", de Aurora Venturini)

martes, 2 de febrero de 2021

Las inseparables

Si tengo esta noche los ojos llenos de lágrimas, ¿es porque ha muerto usted o porque yo estoy viva?

En el vestuario me encontré con mis compañeras del curso anterior; no tenía amistad con ninguna en particular, pero me gustaba el ruido que hacíamos todas juntas.

Nunca me había pasado algo tan interesante. De repente, tenía la impresión de que nunca me había pasado nada.

Entonces se manifestaba, de la forma más conturbadora, ese don que le había concedido el cielo y me tenía maravillada: la personalidad.

Para mí eran días felices. Había en el salón una estantería llena de libros antiguos con manchas de herrumbre en las hojas: las obras prohibidas las habían relegado a la parte más alta y me permitían rebuscar libremente en las baldas inferiores.

Cuando se sentaba al piano, cuando se colocaba el violín entre el cuello y el hombro y escuchaba con recogimiento la melodía que le brotaba de los dedos, yo tenía la impresión de oír cómo se hablaba a sí misma: comparadas con ese prolongado diálogo que seguía adelantes en secreto en su corazón, nuestras conversaciones se me antojaban muy pueriles.

-Estoy cansada de ser una niña -dijo de repente-. ¿No le parece que esto no se acaba nunca?

Ni papá ni los escritores a quienes yo admiraba creían, y, seguramente, el mundo no se explicaba sin Dios, pero Dios no explicaba gran cosa; de todas formas, no se entendía nada.

-Anoche hablé con mamá - me dijo Andrée.
Se me encogió el corazón: Andrée me parecía más cerca de mí cuando estaba lejos de su madre.

-Tengo a Dios en contra -dijo.