jueves, 15 de abril de 2021

    Todos tenemos tres o cuatro caminos que siempre tomamos, para ir al centro, para ir al colegio, para ir a Cadaqués, para enamorarnos, para regresar. Si los marcásemos en un mapa con un bolígrafo rojo, como se marcan las venas en algunos dibujos anatómicos del cuerpo humano, veríamos que son casi siempre los mismos, que pasamos la vida entera en una misma mano, yendo y viniendo del índice al pulgar y del pulgar al índice o recorriendo el fémur de arriba a abajo una y otra vez.
    Descubrí que mi madre estaba enamorada del que sería su último amor un día regresando a casa en coche después de haber ido de compras, cuando me pidió que alterase nuestro recorrido habitual  y subiese por otra calle  porque alguien le había dicho que así llegaríamos antes.
    -Qué idea tan rara - Exclamé mientras le obedecía-. Pero si siempre vamos or allí. Es nuestro camino.
    Y de repente, en el mismo instante en que la idea disparatada, fulgurante y cierta se me pasó por la cabeza:
    -No estarás enamorada, ¿verdad?
    No hay demasiadas cosas que alteren el curso de nuestros pasos, tan firmes y decididos.

(Fragmento de "Gema", de Milena Busquets)

4 comentarios:

eva dijo...

Acabo de descubrir tu blog. Me encanta. Gracias

María dijo...

Gracias por tu comentario, Eva!
Me alegra mucho :)
Saludos

Erika Molina dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Erika Molina dijo...

¿Sabes? Algunas veces no entiendo lo que escribes o los fragmentos de lecturas que compartes. Es decir, los leo pero me parecen simples. ¿Por qué los comparte? me pregunto. Trato de buscar entre líneas algún significado más porque, bueno, lo has escogido tú. Pero una, dos veces y no se me da. Así que lo dejo pasar. Hace tiempo que me permito dejar un texto en paz sin reclamármelo. Confío en que tal vez no estoy lista para él. Como me pasó con algunos autores clásicos, que los pude leer en el momento adecuado, después de años.

A este entrada, la leí muchas veces al abrir tu blog. Sin tener nada nuevo de tu puño, me entretenía volviéndolo a leer y buscarle una razón para que esté exhibido entre tus cosas. Pero nada. Cada vez me encontraba con estas letras y palabras sin sabor. Mientras se acumulaban los meses detrás de la fecha de la última publicación, la primera línea se me hizo familiar y casi casi creo tenerla memorizada.

Pero hoy, en un día de cuarentena solitaria en la que siento que tengo todo el tiempo del mundo, le doy click al icono de tu nombre por pura costumbre resignada. Vengo a saludar al conocido mayordomo que abre tu página. Repito sus líneas de saludo mitad memoria, mitad guiada por la mirada. Pero esta vez, el mayordomo desaparece y me deslizo suavemente sobre el asfalto de la carretera. Soy esa hija sentada en el asiento de piloto que se sorprende por su mamá que va a lado. Y por primera vez, las últimas líneas son el lazo que cierra con broche el regalo perfecto. He dado la mordida dulce al texto que tantas veces me esquivó.

Te vuelvo a ver con la mirada cómplice y la bajo sonriendo como un viejo que se vuelve a admirar frente al mago amigo como si fuera un niño otra vez. Volveré, te digo, siempre vale la pena volver.

Saludos María.
Con afecto,
Erika