lunes, 9 de noviembre de 2020

A sangre fria

-Dick montó guardia en la puerta del baño mientras yo hacía un reconocimiento. Exploré la habitación de la hija y hallé un pequeño monedero, como de muñeca. En el interior había un dólar de plata. Se me cayó y rodó por la habitación. Fue a parar debajo de una silla. Tuve que ponerme de rodillas. En aquel momento fue como si me viese a mí mismo desde fuera. Como si me viera en una película. Aquello me hizo sentir mal. Me asqueaba Dick y toda aquella cháchara acerca de la caja fuerte, de un hombre riquísimo, y yo, arrastrándome de bruces para robar un dólar de plata a una niña. Un dólar. Y me arrastraba para cojerlo.

Perry se estruja las rodillas, pide aspirinas a los detectives, agradece a Duntz la que le da, la mastica y sigue hablando: 

-Pero hay que tomar las cosas como vienen. Tomar lo que haya. Registré la habitación del hijo, también. Ni un céntimo. Pero había una pequeña radio portátil y decidí llevármela. Entonces recordé los prismáticos que había visto en el despacho del señor Clutter. Bajé a buscarlos. Llevé la radio y los prismáticos al coche. Hacía frío y el frío y el viento me hicieron bien. La luna tan clara, que se podía ver a kilómetros y kilómetros. Y pensé: "¿Por qué no te largas? Te largas hasta la autopista y esperas a que alguien te lleve". Jesús, no quería volver a la casa. Y sin embargo... ¿Cómo podría explicarlo? Fue como si no se tratara de mí. Más bien como si estuviera leyendo un cuento... Y quisiera saber qué ocurre después. El final. Así que volví arriba. Y entonces... A ver... ¡Ah, sí! Entonces fue cuando los atamos. Clutter fue el primero. Le dijimos que saliera del cuarto de baño y le atamos las manos. Luego lo hice bajar hasta el sótano... 

(Fragmento de "A sangre fría", de Truman Capote)

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