Último día del viaje. Primer día de
un año nuevo para mi.
Me desperté sola, T. se había ido a
trabajar a las seis de la mañana.
Bajé a desayunar. Como todos los días
desde que estamos acá, escribí. Este diario y, entre otras cosas, transcribí estas notas que había tomado
en las escalinatas del lago Alster, antes de que el joven turco se pusiese a
bailar y me atacase con violencia por haberlo grabado (lo relaté en el diario
de Hamburgo #7):
Hoy, ganas de estar en la calle. Tomo un cappuccino frente al lago Alster.
Qué diferente comen los hombres que las mujeres. Los hombres ingieren como
si la comida fuese invisible y se evaporara apenas entra a la boca, parece que
no se estuviesen metiendo nada en el cuerpo. Las mujeres le ponen más peso a todo.
Aquí estoy, llegando a la mitad de mi vida. No creo que de aquí sea para
abajo, como dicen. Creo que de aquí para arriba y arriba y arriba, hasta
desaparecer. Cada día que pasa me siento más yo misma.
Quizás la niñez sea la etapa más interesante, no creo que sea la más feliz.
Uno aprende a conectarse con uno mismo con el tiempo. A mayor madurez, mayor
conexión y mayor bienestar.
Me siento muy afortunada de tener la escritura y el dibujo como herramientas.
¿Poder usarlas? Soy la mujer biónica.
La verdad es que fueron bien
interrumpidas estas notas anteriores, no aportan demasiado.
Hacía un frío que, en verano, no
venía a cuento. Salí del hotel a comer una sopa de verduras y a terminar el
libro de Patti Smith que me compré recién llegada a la ciudad en el primer museo. Patti
Smith ha sido una gran compañera de viaje y le estoy muy agradecida. Hay libros que acompañan, que se dejan leer con ganas en cualquier lado.
Otros demandan que los acompañes vos, te exigen. “M Train” es de los primeros. Me encantaron las reflexiones sobre
los objetos perdidos, ¿adónde van? Las cosas tienen vida propia, eso seguro. Su
manera de ver la vida, sus dificultades para escribir, sus viajes, su capacidad
de pasar días enteros sola, su necesidad de registrar, su poca memoria con
respecto a los libros que lee, su amor por su marido, por el cine. Todas cosas con las que me siento muy identificada.
“Home is a desk”, escribe. Mi hogar también
es una mesa donde poder escribir y dibujar.
Fui al rodaje a visitar a T. Qué
incómodo y aburrido es presenciar una filmación sin estar trabajando en ella. Pensar
que dediqué casi veinte años a ese trabajo. Parece la vida de otra
persona.
Cuando terminaron la jornada, fuimos
a brindar por mi cumpleaños al Café Paris.
Entre sus habitués, Henry Miller y
Hemingway. ¿Qué mejor manera de empezar el año que en un lugar en donde
estuvieron estos dos genios? Sobre todo Henry Miller, para mí es Dios. Hace poco leí
“Los diarios de la edad del pavo” de Fabián Casas y su devoción a Henry Miller
me recordó a la mía. Era fanatismo lo que tuve en un período de mi vida por sus
libros. Los de Anaïs Nin también, leía todo lo que tuviese que
ver con Henry Miller, estaba fascinada con su escritura. Nota: volver a esos
libros.
A la noche nos invitaron a cenar a un
lugar que se llama Hendriks para festejar el fin de la filmación. Yo no conocía
a nadie pero me cantaron “feliz cumpleaños” y soplé las velitas. T. me dirigió unas
palabras y, de alguna extraña, mágica e improvisada manera, terminé siendo el
corazón de la fiesta.
Si no estuviese el lago Alster, me
hubiese costado mucho ubicarme en el mapa de Hamburgo. Los nombres de las
calles son imposibles de largos e irrecordables. El lago lo ordena todo, el
lago te indica.
Me hubiese perturbado perder el mapa
en la mitad del viaje. Desde que llego a una ciudad, hasta que me voy, necesito
usar siempre el mismo mapa, que tenga las referencias de los lugares por
donde voy pasando, las marcas son las que me ubican en dónde estuve y por dónde me falta ir.
Ahora dejo el territorio. Me llevo el
mapa.
Y también dejo este diario, huella de
los momentos que pasé en Hamburgo. Registro del umbral en el que comienzo la segunda parte
de mi vida.
1 comentario:
Feliz cumpleaños. Y feliz viaje (a la segunda parte de tu vida).
Saludos del lado de acá.
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