viernes, 1 de enero de 2016

Alberto Manguel sobre el verdadero lector:

No sé si todos recuerdan el momento en que se convirtieron en lectores. Yo sí. Tenía tres o cuatro años y desde la ventana de un coche vi un cartel publicitario, y en el cartel unos signos que de pronto se convirtieron en palabras. No sé qué decían esas palabras mágicas, pero en ese instante supe que, sin la ayuda de nadie, sin tener que pedirle a alguien el préstamo de los ojos y de la voz, yo me había convertido en lector. De pronto, como por milagro, yo sabía leer.

Pero saber leer no significa ser lector. Ser lector implica asumir poderes extraordinarios: el poder de definir el texto que estamos leyendo según las circunstancias de nuestra lectura y de nuestro pasado común, el poder de elegir cuáles serán los libros que perdurarán y cuáles merecen ser relegados al olvido. Y por sobre todo, el poder mágico que nos permite descubrir en la biblioteca universal palabras para nombrar nuestra propia experiencia.

Por lo general, nuestras sociedades no alientan este grado de lectura profunda. Tanto las sociedades de consumo como las sociedades totalitarias no quieren que sus miembros sean verdaderamente lectores. Para las primeras, un lector, un verdadero lector, es un mal consumidor, porque puede reflexionar sobre lo que lee, y quien reflexiona no compra las imbecilidades que el mercado nos ofrece. Para las segundas, el lector es un mal ciudadano, porque un verdadero lector puede cuestionar la autoridad narrativa, puesto que la literatura es esencialmente lo contrario del dogma, político o religioso, y consiste en preguntas, no en respuestas.

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