lunes, 19 de octubre de 2015

Aparecida

Así se anda en la reconstrucción de la zona desaparecida, como en un juego de la oca, se avanzan unos casilleros y se retroceden otros tantos. Cuando el deseo de saber urge, el dado impulsa hacia adelante. Un breve éxito es suficiente. Después volverá el silencio, la vida cotidiana, los años que pasan.

"La encontraron", le dije y la risa fluyó primero, apenas un segundo antes de la convulsión del llanto. Nos abrazamos. Los sonidos que llegaban desde el auto, ese presente urgente, se amortiguaron. En el hombro de mi esposa, en el hueco de su cuello me dejé ir por el túnel del tiempo. Escuché su risa y su llanto como si ella también fuera una niña.

¿Y si mi mamá estaba en otro país? ¿Si tenía una vida nueva con una hijita nueva? Me gustaría saber qué expresión ocupa mi cara cuando esos pensamientos pasan y se van.
La ilusión de que siempre hay algo más que saber o que buscar y no querer buscarlo ni preguntar para que no se agote, que no se apague el rescoldo, de eso se trata ser hija cuando tu madre está desaparecida.

El deseo tiene sus razones, la consumación sus riesgos.

Como si en algún momento esos interrogantes pudieran agotarse, como si el duelo que me proponían se tratase de dejar descansar en paz también lo que no sabía. Lo que nunca iba a saber.
(Fragmentos de "Aparecida", de Marta Dillon)

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