sábado, 29 de agosto de 2015

Leonardo sobre su madre y su padre:

Me quedé dormido y me transformé en mi madre. Es un sueño que, camuflado bajo argumentos diferentes, tengo desde niño, desde que probé por primera vez el ardiente deseo de meterme en su cuerpo y en sus sentidos, de saber si me quería o no, de entender lo que piensa una mujer cuando se arregla ante el espejo, cuando está acostada pero no duerme, cuando se impacienta al verte entrar porque estaba esperando a alguien que no eras tú, cuando te mira y es evidente que no te está viendo, quería encontrar el lugar de su cuerpo donde se acusaba la temperatura de sus desasosiegos, necesitaba saber con quién soñaba o con qué. Es una curiosidad que nunca he conseguido aplacar, semejante al afán infantil por romper juguetes y relojes para ver cómo funcionan.

Pero la procesión de mi padre iba por dentro como han ido pocas, así que no sé cómo encajaría -cuando llegó- mi abandono de la relación epistolar, una vez dijo que lo más raro del mundo, mucho más que la costumbre, era el paso de una costumbre a otra. Bien es verdad que ese tránsito no cae así del cielo o sube del infierno por las buenas, toda mudanza incógnita el día que se evidencia ya llevaba una etapa de carcoma royendo silenciosa y tenazmente las vigas del edificio.

Después de aquello volvimos a Madrid y estuve varios meses enfermo con una hepatitis que, según parece, ya se me venía incubando de antes. Perdí totalmente las ganas de comer y de hablar. En cambio leía mucho. Horas enteras. Y apuntaba alguno de mis delirios que versaban casi siempre sobre habitaciones llenas de puertas prohibidas. Estaba terminando Filosofía y Letras, pero aquel año perdí el curso.
Mis padres me trataban entonces con más delicadeza, como si tuvieran algo de miedo. Y cuando me puse mejor, aproveché ese nuevo respeto hacia mi persona para declarar que en la mesa con ellos se me quitaba el apetito y que no pensaba volver a bajar al comedor. Lo dije fríamente, como quien lanza un desafío, y desde que accedieron, o al menos no se atrevieron a discutirlo, se inició, con la mezquina sensación de victoria que su debilidad me otorgaba, la etapa sorda de sadismos y chantajes que culminó con la partida definitiva.

No hay comentarios: