Toda la
porción de nuestra vida que queda tras nosotros pertenece al dominio de la
muerte.
Todos
nos creemos obligados al agradecimiento por aquellas cosas pequeñas y
despreciables, de cuya pérdida nos podemos recuperar, pero no nos creemos en
deuda por haber recibido el tiempo que es la única cosa que, ni agradeciéndola,
podríamos ganar de nuevo.
Dice
un antiguo proverbio que el gladiador planea la lucha sobre la misma arena.
Una de
las primeras manifestaciones con que un alma bien ordenada revela serlo es su
capacidad de poder fijarse en un lugar y de morar consigo misma.
No existe
nadie tan cobarde que no prefiera caer de una vez que estar siempre colgado.
Retírate
en ti mismo cuanto sea posible; trátate con quienes pueden hacerte mejor,
admite a aquellos a los que puedas mejorar; estas cosas tienen condición de
recíprocas, ya que los hombres aprenden enseñando.
Créeme:
los que parecen que no hacen nada, hacen cosas mayores que las de los demás,
pues se ocupan a la vez en las cosas humanas y en las divinas.
A
menudo decía el filósofo Atalo que es más dulce hacerse un amigo que retenerlo,
“tal como para un artista es más dulce pintar que haber pintado”.
Dondequiera
que vaya veo señales de mi vejez.
Lo que
sí te recomiendo es que no te hagas desgraciado antes de tiempo, ya que tal vez
no lleguen nunca aquellos males que has tenido por inminentes, y la realidad es
que aún no han llegado.
Es
menester vivir con este convencimiento: “Yo no he nacido para un rincón, mi
patria es todo el mundo.”
(Fragmentos de "Elogio de la ancianidad", de Séneca)
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