martes, 3 de junio de 2014

La gente sin señal

Despegamos a la una y media de la tarde. Viajar en avión de día es más higiénico, más civilizado. La noche, al lado de un extraño en clase turista, es densa y pegajosa. Cuando la gente duerme no tiene tanto control sobre su organismo, no come pastillas, no toma suficiente agua.

Pero hay que ver qué hace la gente con las horas. Hay mujeres, por ejemplo, que van al baño juntas hablando de maquillajes. Doce horas, sin sueño. Doce horas, sin libros. Porque la mayoría de las personas que me rodean vinieron a estar sentadas durante doce horas sin un libro.

Mi vecina, a través del pasillo, es una de ellas: “me iba a traer un libro pero después no sé”. Lo dice con algo que está entre la vergüenza, la envidia y la inquietud de no tener nada en las manos, nada para agarrarse. Le sonrío, sin mucho más para decir, siento lástima por ella y por los otros que intentan dormirse una y otra vez como si esas horas no fuesen vida.

Atrás hay dos monjas. Me sorprende mucho cuando piden carne en vez de pasta, me extraña que no sean vegetarianas, no sé por qué. Tengo dos asientos para mí sola. Adelante va el cura, habla con tonada argentina españolizada y hace unos chistes malísimos que en realidad ni llegan a ser chistes, pero él se ríe y las monjas también.

Leyendo el diario tuve una idea para una película. También leí una nota a Marina Abramovic que me parece una mujer brillante. Desde que salimos soy feliz. Viajar me despierta. Quiero vivir arriba de un avión para no tener señal, para escribir, dibujar, leer. Quiero vivir sin señal.

Estoy aprendiendo a bordar. Avanzo muy lento y me equivoco mucho, sigo cosiendo sin darme cuenta de que atrapé otro pedazo de tela por atrás hace media hora y tengo que deshacerlo todo. Quizás ese sea el aprendizaje, no el bordado, veremos. Pasé la aguja por los controles pero intentar pasar la tijera era demasiado.

Pedí un cuchillo, uno limpio de los mismos que nos dieron en el almuerzo, de metal, pesado. Me lo dieron pero no sirve, el hilo se abre y después cuesta mucho enhebrar la aguja. Me cansé y dejé el cuchillo en la mesita del asiento de al lado, qué lindo, tener doble espacio para todo. Me puse a leer.

Leí entero “Mis documentos”, de Alejandro Zambra. Me gustó mucho. (Cuando busco el link encuentro ESTE fragmento, que tiene que ver con todo esto.) Y ahora escribo bajo sus influencias y las de la sensación algo frustrada que me quedó del bordado, no es fácil sin tijera. 

Cuando saqué la computadora sentí la mirada inmóvil de los que me rodean, parecen enfermos, todos envueltos en sus mantas como si fuesen chalecos de fuerza. Sin sus teléfonos celulares, no necesitan las manos. Escribo y ellos pensarán que la loca soy yo, que no me quedo quieta, que no duermo, que vivo.

Se va haciendo de noche y el clima en el avión empieza a ser ese que no me gusta nada, el espeso. La gente encerrada empieza a oler, es lógico, sea de día o de noche, y está inquieta. De repente un hombre, desde su asiento lejano, me señala el cuchillo: ¿Terminaste? ¿Lo puedo devolver? Lo miro con esa cara  que pongo cuando no quiero contestar de mala manera. Él insiste es peligroso, puede haber una turbulencia, es un elemento contundente.

Es el mismo que usamos para comer, le digo mirando los anteojos negros que lleva colgando del cuello de la camisa en plena oscuridad, esos que también, en caso de turbulencia, podrían sacarle un ojo a cualquiera. Está envuelto en la manta roja, como los otros, el uniforme. Siento que desde ahí abajo me odia, odia que mueva las manos, que tenga espacio y ganas.

Sigo escribiendo y él me sigue mirando, me busca. Semi-escondido, detrás de su manta, mira el cuchillo que brilla en la oscuridad, que provoca. Como en una película de Hitchcock, el cuchillo ha sido anunciado. Yo trato de hacer que no pasa nada. El avión se mueve un poco, después más. Miro alrededor, hay demasiada gente sin nada que hacer, nada que leer, demasiada gente sin señal. El hombre sigue mirando. 

Después de todo, quizás sea mejor viajar de noche, por lo menos la gente puede soñar.  Más y fuertes turbulencias, y el cuchillo que tiembla.  

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que genial M. Me encanta.
Saludos.
~E.

María dijo...

Muchas gracias, E!
Me alegro que te gustó.
Un beso.

Anónimo dijo...

Viajé de vacaciones en agosto y sí, con un libro en las manos para el autobús. La gente te ve y puedes adivinar lo que están pensando. Junto a la ventana, recordaba nítidamente la imagen del "cuchillo que tiembla" y allí lo entendí. Que final tan bueno, tan enganchador.
Me gustan las comparaciones y los sentidos que le das a la realidad, me gusta tu forma de interpretarla, porque además me identifico tan bien como para citarte.
Olvidé que comenté este post antes, pero aquí va uno más pensado.
Gracias por escribir.
~E.

María dijo...

Hola E, muchas gracias por tus palabras...
Parece que hubiesen pasado años de este viaje, no recordaba haber escrito esto y ahora que lo leo es como de otra persona, y me gusta. Gracias por traerme de vuelta mis propios recuerdos! Gracias!
Saludos

Don Julio dijo...

Hola María.
Te cuento que leerte lleva consigo una cuestión de buscar otros links para contextualizar.
De paso te comento que me siento seducido por tus relatos.
Estoy enamorándome paulatinamente.
Pero si un día de viajes necesitás aire fresco y una rambla infinita a menos de 3 kms de distancia...escribime.
Ah, por cierto,
en mi casa no hay señal.

Beso!

mayores referencias en mandalaflor@gmail.com