jueves, 20 de marzo de 2014

Así escribe Lorrie Moore:

-¿Cuántos años tiene tu padre? - preguntó Sarah Brink.
-Cuarenta y cinco.
-¡Cuarenta y cinco! Pues si yo tengo cuarenta y cinco.... Eso significa que soy lo suficientemente mayor para ser tu... -Inspiró con fuerza, tratando aún de asimilar su sorpresa.
-¿Para ser mi padre? -dije.
Quería ser un chiste. En ningún caso era mi intención aludir a una falta de feminidad por su parte. Si no era un buen chiste, entonces como mínimo era un piropo, pues si algo estaba claro es que yo no quería, ni siquiera en mi imaginación, ni por un segundo, mezclar a esa sofisticada mujer con mi madre, una mujer tan agarrada y tan desubicada que una vez me había dado -¡para mí!, ¡para que me la pusiera!- su ropa interior de encaje negro, que había encogido en la secadora; yo tenía diez años.

Una mosca pequeña zumbó junto a mi oreja y después desapareció. Nunca antes había visto una mosca en Navidad. Agité la mano en el aire, siendo consciente, como nos habían enseñado a serlo en Arte II, de ese surrealismo que caracteriza a dos cosas corrientes pero que juntas no cuadran. El surrealismo era el futuro.

¡Los hombres y la calvicie! Una vez había visto un documental que seguía las vidas de diez niños desde los siete años en adelante, y con cada nuevo episodio más y más cuero cabelludo hacía su aparición. El documental, que se suponía pretendía examinar los temas de la masculinidad y la clase social, resultó ser una retrospectiva sobre la pérdida del cabello.

Si él me hubiera querido, o incluso simplemente me lo hubiera dicho, habría muerto de felicidad. Pero no ocurrió. Así que no morí de felicidad. Palabras para un epitafio: NO MURIO DE FELICIDAD.

Con el tiempo acabaría identificando ese modo de actuar como el principio del fin -el cese de todo interés por parte de un hombre-. Era un modo de actuar: Fatiga Altanera. Como el nombre de una estríper. Por un lado estaba lo sagrado, la inmersión, la intrusión, la ruptura de lo cotidiano que precedían al amor romántico. Y luego estaba la Fatiga Altanera, la estríper, que acababa con todo.

La religión, me daba cuenta ahora, y sin la ayuda de ninguna asignatura, estaba hecha para los que tenían que soportar la muerte de sus dulces hijos.

La vida era insoportable, y sin embargo uno tenía que cargar con ella a todas partes. Estaba viviendo en carne propia un trabajo que había hecho para mi clase de Mitología de primero. El dolor, en su errática evolución, pasaba por diversas etapas. Primero Hércules. Después Sísifo. Después Perseo. Después Eco. Finalmente uno se convertía en flor o en árbol. Pero con zapatillas. Y cenas. Y tareas domésticas.

Mientras tanto, el esto del mundo sabía que las cosas eran muy simples: una vida daba tumbos como un bicho sobre la ventana, hasta que un día, de repente, se paraba.

Mi abuela, cuando en la fiesta por su noventa cumpleaños alguien le preguntó qué consejo le daría a la gente joven, teniendo en cuenta su particular perspectiva después de tan larga vida, se había limitado a arrugar la cara y decir con fuerza e irritación: "¿Qué?" Pero en realidad estaba ganando tiempo. Y cuando le volvieron a hacer la pregunta, ella miró a su alrededor, a todos sus hijos y sus nietos, y dijo en voz alta: "¡No os caséis!" Nos quedamos estupefactos. Era como si hubiera dicho: "Disparad a matar." Como si hubiera dicho: "Si sólo disparáis a herir, se vuelven a levantar y vienen por ti otra vez." Hubo un tiempo en que yo pensaba que todas esas novelas románticas y en esencia felices que acababan en boda estaba equivocadas, que habían dejado fuera la parte más interesante de la historia. Pero ahora volvía a pensar que no, que la boda era el final. Era el final de la comedia. Así sabías que era una comedia. El final de la comedia era el principio de todo lo demás.

        (Fragmentos de "Al pie de la escalera", de Lorrie Moore)

3 comentarios:

dvadell dijo...

Muy buena esta parte. Me gustó:

"Si él me hubiera querido, o incluso simplemente me lo hubiera dicho, habría muerto de felicidad. Pero no ocurrió. Así que no morí de felicidad. Palabras para un epitafio: NO MURIO DE FELICIDAD."

y

"La vida era insoportable, y sin embargo uno tenía que cargar con ella a todas partes."

Por lo menos la película que me armé en la cabeza de lo que pasaba, sin el contexto del resto del libro, estaba bueno :D

Saludos!
-- Diego.

María dijo...

Me alegro Diego de que te haya gustado. El libro entero es muy bueno. Lorrie Moore escribe como los dioses.

Saludos y gracias!

Gloria dijo...

Me encanta como escribe! Gloria