Me iba
adaptando al paso de los días, la rutina académica me ayudaba a ordenar el
desorden de mi vida. No mejoraban mis visiones nocturnas pero al menos estaba
más ocupado. Había empezado a anotar en mis cuadernos los encuentros con Orión.
Me había dedicado a observarlo y a estudiar sus costumbres y los sitios donde
se refugiaba a lo largo del día. Habitualmente permanecía inmóvil largo tiempo,
siempre al sol, como si tratara de ahorrar energía. Se movía siguiendo la luz y
se iba instalando en las islas soleadas buscando la tibieza y la claridad. Como
una piedra, Monsieur, me dijo un día, tenemos que tratar de ser como las
piedras, duros y firmes. Su otra actividad central era caminar, andaba por el
pueblo como si estuviera de viaje, marchaba con un paso equilibrado y
tranquilo, y llamaba, a ese modo de caminar, la marcha mental. Sólo podía
pensar si estaba en camino hacia algún lado. Al anochecer se acercaba a
Natural, el supermercado orgánico que estaba en la parte baja del pueblo. Allí,
entre los desperdicios del fin del día, encontraba de todo: yogur, frutas,
verduras, pan, cereales, galletitas. Lo llamaba rescatar comida, y aunque la
práctica estaba prohibida lo dejaban hacer. Protestaba y se indignaba Orión
porque cualquiera podía tirar comida pero no se permitía recogerla y usarla.
A
veces iba a tomar una sopa caliente al bar del griego frente al campus o pedía
un café con leche con un bagel en la cafetería de los estudiantes. Siempre
pagaba lo que consumía con una moneda de veinticinco centavos y se lo aceptaban
más allá de lo que costara lo que había consumido. Pagaba lo que la consumición
costaba en los años setenta, cuando llegó, según dicen, como estudiante
graduado y de a poco se fue hundiendo en la inactividad y en la miseria. Nunca
pedía limosna, encontraba monedas tiradas en la calle y ése era uno de sus
trabajos a lo largo del día. Caminaba cerca del cordón de la vereda y rastreaba
toda la cuadra y siempre encontraba monedas caídas. Cuando deshiela y el sol
disuelve la nieve es cuando más dinero consigue, se para en las alcantarillas y
le basta un pedazo de tela o una malla de alambre para pescar lo que en su
economía del pasado le permite sobrevivir varios días. Todos lo conocen aquí y
lo dejan hacer y nadie lo molesta. “Son amables si uno es amable, se asustan si
uno está asustado, sonríen si uno les sonríe”: ésa es una de sus conclusiones
sobre el funcionamiento de la vida social.
(Fragmento de "El camino de Ida", de Ricardo Piglia)
3 comentarios:
excelente libro, me duro 4 dias y madrugadas de te.
Sí, anónimo, es un libro buenísimo.
Saludos.
No lo leí y por tu párrafo lo quiero leer! Beso gloria
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