lunes, 24 de febrero de 2014

El camino de Ida

Me iba adaptando al paso de los días, la rutina académica me ayudaba a ordenar el desorden de mi vida. No mejoraban mis visiones nocturnas pero al menos estaba más ocupado. Había empezado a anotar en mis cuadernos los encuentros con Orión. Me había dedicado a observarlo y a estudiar sus costumbres y los sitios donde se refugiaba a lo largo del día. Habitualmente permanecía inmóvil largo tiempo, siempre al sol, como si tratara de ahorrar energía. Se movía siguiendo la luz y se iba instalando en las islas soleadas buscando la tibieza y la claridad. Como una piedra, Monsieur, me dijo un día, tenemos que tratar de ser como las piedras, duros y firmes. Su otra actividad central era caminar, andaba por el pueblo como si estuviera de viaje, marchaba con un paso equilibrado y tranquilo, y llamaba, a ese modo de caminar, la marcha mental. Sólo podía pensar si estaba en camino hacia algún lado. Al anochecer se acercaba a Natural, el supermercado orgánico que estaba en la parte baja del pueblo. Allí, entre los desperdicios del fin del día, encontraba de todo: yogur, frutas, verduras, pan, cereales, galletitas. Lo llamaba rescatar comida, y aunque la práctica estaba prohibida lo dejaban hacer. Protestaba y se indignaba Orión porque cualquiera podía tirar comida pero no se permitía recogerla y usarla.
A veces iba a tomar una sopa caliente al bar del griego frente al campus o pedía un café con leche con un bagel en la cafetería de los estudiantes. Siempre pagaba lo que consumía con una moneda de veinticinco centavos y se lo aceptaban más allá de lo que costara lo que había consumido. Pagaba lo que la consumición costaba en los años setenta, cuando llegó, según dicen, como estudiante graduado y de a poco se fue hundiendo en la inactividad y en la miseria. Nunca pedía limosna, encontraba monedas tiradas en la calle y ése era uno de sus trabajos a lo largo del día. Caminaba cerca del cordón de la vereda y rastreaba toda la cuadra y siempre encontraba monedas caídas. Cuando deshiela y el sol disuelve la nieve es cuando más dinero consigue, se para en las alcantarillas y le basta un pedazo de tela o una malla de alambre para pescar lo que en su economía del pasado le permite sobrevivir varios días. Todos lo conocen aquí y lo dejan hacer y nadie lo molesta. “Son amables si uno es amable, se asustan si uno está asustado, sonríen si uno les sonríe”: ésa es una de sus conclusiones sobre el funcionamiento de la vida social.

(Fragmento de "El camino de Ida", de Ricardo Piglia)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente libro, me duro 4 dias y madrugadas de te.

María dijo...

Sí, anónimo, es un libro buenísimo.
Saludos.

Anónimo dijo...

No lo leí y por tu párrafo lo quiero leer! Beso gloria