-Me
gustaría enseñarle a escribir, Marcus, no para que sepa escribir, sino para
convertirle en escritor. Porque escribir libros no es nada: todo el mundo sabe
escribir, pero no todo el mundo es escritor.
-¿Y
cómo sabe uno que es escritor, Harry?
-Nadie
sabe que es escritor. Son los demás los que se lo dicen.
-Harry,
si tuviera que quedarme con una sola de todas sus lecciones, ¿cuál sería?
-Le
devuelvo la pregunta.
-Para
mí sería la importancia de saber caer.
-Estoy
completamente de acuerdo con usted. La vida es una larga caída, Marcus. Lo más
importante es saber caer.
-Harry,
tengo una duda sobre lo que estoy escribiendo. No sé si es bueno. Si merece la
pena…
-Póngase
pantalón corto, Marcus. Y vaya a correr.
-¿Ahora?
Está lloviendo a cántaros.
-Ahórrese
los lloriqueos señorita. La lluvia no ha matado nunca a nadie. Si no tiene el
valor de salir a correr bajo la lluvia, no tendrá el valor de escribir un
libro.
-¿Es
otro de sus famosos consejos?
-Sí. Y
éste es un consejo aplicable a todos los personajes que viven dentro de usted:
el hombre, el boxeador, el escritor. Si un día tiene dudas sobre lo que está
haciendo, vaya y corra. Corra hasta perder la cabeza: sentirá nacer dentro de
usted la rabia de vencer.
-Si
los escritores son seres tan frágiles, Marcus, es porque pueden conocer dos
clases de dolor afectivo, es decir, el doble que los seres humanos normales:
las penas de amor y las penas del libro. Escribir un libro es como amar a
alguien: puede ser muy doloroso.
-En el
fondo, Harry, ¿cómo se convierte uno en escritor?
-No
renunciando nunca. Mire, Marcus, la libertad, el deseo de libertad es una
guerra en sí mismo. Vivimos en una sociedad de empleados de oficina resignados
y, para salir de esa trampa, hay que luchar a la vez contra uno mismo y contra
el mundo entero.
(Fragmentos de "La verdad sobre el caso Harry Quebert", de Joël Dicker)
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