jueves, 21 de noviembre de 2013

Mi vida querida

(Fragmentos de “Mi vida querida”, de Alice Munro)

De “Llegar a Japón”:

El deseo la dejaba al borde del llanto. Aun así toda esa fantasía desaparecía, entraba en hibernación, en cuanto Peter llegaba a casa. Entonces los afectos cotidianos cobraban relevancia, tan solventes como siempre.

A la edad de Katy, la monotonía no era un problema. Es más, a los niños les gustaba, se sumergían en ella y enroscaban la lengua en las palabras conocidas, como si fuera una golosina que no se termina nunca.

Greta deseó que no fuera uno de esos adultos que se hacen amigos de los niños para poner a prueba sus propios encantos, hasta que se aburren y acaban de malhumor al ver lo agotador que puede ser el cariño de los críos.

De “Amundsen”:

Mi pasión quizá sí fuera una sorpresa para ambos. La imaginación resultó ser, a fin de cuentas, una escuela tan buena como la experiencia.

De “Irse de Maverley”:

Qué manera de perder el tiempo, de desperdiciar la vida tenía la gente, todos a la rebatiña de emociones pasajeras sin prestar atención a las cosas que importaban de verdad.

Habían estado buscándolo por todas partes. Isabel finalmente se había ido. Eso dijeron, que se había ido, como si se hubiera levantado por su propio pie. Una hora antes, cuando habían pasado a verla, estaba como siempre, y ahora se había ido.

Y antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle, fingiendo que tenía una razón tan buena como cualquier persona para poner un pie delante del otro.

De “Grava”:

Los buenos ratos que mi madre pasaba con Neal se alargaban hasta bien entrada la noche. Si me despertaba y tenía que ir al lavabo, la llamaba y ella venía de buena gana pero sin prisas, envuelta en un pañuelo o un chal, y en un olor que me hacía pensar en la luz de las velas y en la música. Y en el amor.

De “Santuario”:

Algunas de mis ideas habían cambiado durante la temporada que pasé con mis tíos. Ya no era tan tolerante con gente como Mona, por ejemplo. O con la propia Mona, y su música y su carrera. No la consideraba un monstruo, pero no entendía que hubiera gente que pensaba así. No solo por su cuerpo huesudo y su prominente nariz blanca, o por el violín y el gesto un poco estúpido con que lo agarraba, sino más bien por la música misma y la devoción que ella le profesaba. La devoción por cualquier cosa, en el caso de una mujer, podía hacer que pareciera ridícula.

De “Orgullo”:

Mi madre dijo que yo tenía suerte de ser como era y, aunque me pareció que tenía razón, le pedí que el comentario quedara entre nosotros.

Y entonces pensé: Vivir lo suficiente acaba con los problemas. Pasas a formar parte de un club selecto. No importa cuáles hayan sido tus desventajas, porque el mero hecho de llegar hasta aquí en buena medida acaba con ellas. Todos los rostros habrán sufrido, no solo el tuyo.

De “Corrie”:

Seguro que acabaría entre las zarpas de un cazafortunas, o de un egipcio, o a saber. Parecía audaz y pueril al mismo tiempo. Al principio quizá un hombre se sintiera fascinado por ella, pero acabaría por cansarse de su descaro, su aire de suficiencia, si eso es lo que era. También había dinero, por supuesto, y de eso hay hombres que no se cansan nunca.

De “Tren”:

Se suponía que saltar del tren era una cancelación. Levantar el cuerpo, preparar las rodillas para entrar en un bloque de aire distinto. Se va en busca del vacío, y en cambio ¿qué encuentra? La inmediatez de una avalancha de paisajes nuevos que exigen una atención que no pedían cuando ibas en el tren mirando por la ventanilla, sin más. ¿Qué haces aquí? ¿Adónde vas? Una sensación de que te observan cosas de las que no sabías nada. De ser un intruso. De que la vida que te rodea llega a conclusiones sobre ti desde ángulos privilegiados que no puedes ver.

De “Dolly”:

En realidad es poeta. Es un verdadero poeta y un verdadero domador de caballos. A veces ha trabajado un semestre en tal o cual universidad, pero nunca tan lejos que no pudiera mantenerse en contacto con los establos. Acepta invitaciones a recitales, aunque solo accidentalmente, como dice él. No hace hincapié en su faceta poética. A veces me molesta su actitud, me parece falso pudor, aunque en el fondo lo entiendo. Cuando uno cuida caballos, la gente puede ver que está ocupado; en cambio, cuando se compone un poema, uno parece en un estado de ociosidad que hace que se sienta un poco raro o avergonzado de tener que explicarse.

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