(Fragmentos de “Mi vida querida”, de Alice Munro)
De
“Llegar a Japón”:
El
deseo la dejaba al borde del llanto. Aun así toda esa fantasía desaparecía,
entraba en hibernación, en cuanto Peter llegaba a casa. Entonces los afectos
cotidianos cobraban relevancia, tan solventes como siempre.
A la
edad de Katy, la monotonía no era un problema. Es más, a los niños les gustaba,
se sumergían en ella y enroscaban la lengua en las palabras conocidas, como si
fuera una golosina que no se termina nunca.
Greta
deseó que no fuera uno de esos adultos que se hacen amigos de los niños para
poner a prueba sus propios encantos, hasta que se aburren y acaban de malhumor
al ver lo agotador que puede ser el cariño de los críos.
De
“Amundsen”:
Mi
pasión quizá sí fuera una sorpresa para ambos. La imaginación resultó ser, a
fin de cuentas, una escuela tan buena como la experiencia.
De
“Irse de Maverley”:
Qué
manera de perder el tiempo, de desperdiciar la vida tenía la gente, todos a la
rebatiña de emociones pasajeras sin prestar atención a las cosas que importaban
de verdad.
Habían
estado buscándolo por todas partes. Isabel finalmente se había ido. Eso
dijeron, que se había ido, como si se hubiera levantado por su propio pie. Una
hora antes, cuando habían pasado a verla, estaba como siempre, y ahora se había
ido.
Y
antes de darse cuenta estaba de nuevo en la calle, fingiendo que tenía una
razón tan buena como cualquier persona para poner un pie delante del otro.
De
“Grava”:
Los
buenos ratos que mi madre pasaba con Neal se alargaban hasta bien entrada la
noche. Si me despertaba y tenía que ir al lavabo, la llamaba y ella venía de
buena gana pero sin prisas, envuelta en un pañuelo o un chal, y en un olor que
me hacía pensar en la luz de las velas y en la música. Y en el amor.
De
“Santuario”:
Algunas
de mis ideas habían cambiado durante la temporada que pasé con mis tíos. Ya no
era tan tolerante con gente como Mona, por ejemplo. O con la propia Mona, y su
música y su carrera. No la consideraba un monstruo, pero no entendía que
hubiera gente que pensaba así. No solo por su cuerpo huesudo y su prominente
nariz blanca, o por el violín y el gesto un poco estúpido con que lo agarraba,
sino más bien por la música misma y la devoción que ella le profesaba. La
devoción por cualquier cosa, en el caso de una mujer, podía hacer que pareciera
ridícula.
De
“Orgullo”:
Mi
madre dijo que yo tenía suerte de ser como era y, aunque me pareció que tenía
razón, le pedí que el comentario quedara entre nosotros.
Y
entonces pensé: Vivir lo suficiente acaba con los problemas. Pasas a formar
parte de un club selecto. No importa cuáles hayan sido tus desventajas, porque
el mero hecho de llegar hasta aquí en buena medida acaba con ellas. Todos los
rostros habrán sufrido, no solo el tuyo.
De
“Corrie”:
Seguro
que acabaría entre las zarpas de un cazafortunas, o de un egipcio, o a saber.
Parecía audaz y pueril al mismo tiempo. Al principio quizá un hombre se
sintiera fascinado por ella, pero acabaría por cansarse de su descaro, su aire
de suficiencia, si eso es lo que era. También había dinero, por supuesto, y de
eso hay hombres que no se cansan nunca.
De
“Tren”:
Se
suponía que saltar del tren era una cancelación. Levantar el cuerpo, preparar
las rodillas para entrar en un bloque de aire distinto. Se va en busca del
vacío, y en cambio ¿qué encuentra? La inmediatez de una avalancha de paisajes
nuevos que exigen una atención que no pedían cuando ibas en el tren mirando por
la ventanilla, sin más. ¿Qué haces aquí? ¿Adónde vas? Una sensación de que te
observan cosas de las que no sabías nada. De ser un intruso. De que la vida que
te rodea llega a conclusiones sobre ti desde ángulos privilegiados que no
puedes ver.
De “Dolly”:
En
realidad es poeta. Es un verdadero poeta y un verdadero domador de caballos. A
veces ha trabajado un semestre en tal o cual universidad, pero nunca tan lejos
que no pudiera mantenerse en contacto con los establos. Acepta invitaciones a
recitales, aunque solo accidentalmente, como dice él. No hace hincapié en su
faceta poética. A veces me molesta su actitud, me parece falso pudor, aunque en
el fondo lo entiendo. Cuando uno cuida caballos, la gente puede ver que está
ocupado; en cambio, cuando se compone un poema, uno parece en un estado de
ociosidad que hace que se sienta un poco raro o avergonzado de tener que
explicarse.
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