miércoles, 2 de octubre de 2013

Joyce Carol Oates sobre el boxeo:


El boxeo pretende ser superior a la vida en la medida en que es, idealmente, superior a todo accidente. Nada contiene que no sea del todo intencionado.

"Yo no quiero noquear a mi adversario. Quiero pegarle, alejarme, y mirar cómo le duele. Yo quiero su corazón." (Joe Frazier)

Las mujeres, cuando observan un combate pugilístico, tienden a identificarse con el boxeador que pierde, o el que está herido; los hombres suelen identificarse con el ganador.

Que los hombres peleen entre sí para determinar la valía (es decir, la masculinidad) excluye a las mujeres de forma tan absoluta como la experiencia femenina de dar a luz excluye a los hombres. A propósito: ¿existirá tal vez alguna relación?

¿Por qué te has hecho boxeador?, le preguntaron al irlandés Barry McGuigan, campeón peso pluma. El respondió: “No puedo ser poeta. No sé contar historias…”

El artista percibe cierta afinidad, aunque oblicua y parcial, con el boxeador profesional en este aspecto del entrenamiento: la fanática subordinación del ser a un destino deseado. Podría compararse el espectáculo público de un combate de boxeo, limitado en el tiempo (que podría ser tan breve como unos ignominiosos cuarenta y cinco segundos: ¡tiempo récord para una peleas por un título!), con la publicación de un libro de un escritor. Lo “público” no es más que la fase final de un largo, arduo, agotador y a menudo desesperante período de preparación. 

"Cuando veo sangre me convierto en un toro." (Marvin Hagler)

Resultaría insoportable, profundamente vergonzoso, contemplar una conducta “normal” en el ring, pues los seres “normales” comparten con todas las criaturas vivientes el instinto de perseverar, como decía Spinoza, en su propio ser. El boxeador ha de aprender de algún modo, mediante algún esfuerzo de voluntad que los no-boxeadores seguramente no podrán intuir, a inhibir su propio instinto de supervivencia; debe a aprender a ejercer su “voluntad” sobre los impulsos meramente humanos y animales, no sólo a eludir el dolor sino también a eludir lo desconocido. En términos psíquicos esto suena a magia. Levitación. La cordura puesta del revés, la “locura” revelada como una forma más elevada y pragmática de la cordura.

"Detesto decirlo, pero es verdad… cuando llega el dolor es cuando más me gusta." (Frank Fletcher “El animal”)

Sin embargo, en un sentido más profundo, los boxeadores están enfadados, tal como indica un conocimiento superficial de sus vidas. Y es que el boxeo, fundamentalmente, tiene que ver con la rabia. De hecho, es el único deporte en el que la rabia es aceptada, ennoblecida. Es la única actividad humana en la que la rabia puede ser traspuesta inequívocamente en arte.

Se pelea contra lo que está más cerca, lo que está disponible, lo que está dispuesto a pelear con uno. Y, si se puede, se hace por dinero.

La relación entre el boxeo y la pobreza ha sido reconocida, pero nadie sugiere la abolición de la pobreza como medio para abolir el boxeo.

Se trata del cultivo sistemático de una doble personalidad: la personalidad en sociedad, la personalidad en el ring.

Podríamos preguntarnos si el combate de boxeo conduce irresistiblemente a ese momento: el abrazo público de dos hombres que, en otras circunstancias, jamás se acercarían el uno al otro con semejante pasión.

El boxeo va más de ser golpeado que de golpear, del mismo modo en que va más de sentir dolor, cuando no devastadora parálisis psicológica, que de ganar. Se ve con claridad, por las “trágicas” trayectorias de una enorme cantidad de boxeadores, que el cuadrilátero prefieren el dolor físico a la ausencia de dolor, que es condición ideal de la vida ordinaria. Si no se puede golpear, por lo menos se puede ser golpeado, y saber que todavía se está vivo.

(Fragmentos de "Del boxeo", de Joyce Carol Oates)

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