lunes, 21 de octubre de 2013

De nuevo, el amor

En algún momento de su pasado ella había escrito una nota: Ojo con condenar a los otros, o cuidado contigo misma. 

Había establecido una regla según la cual no trabajaría al atardecer en casa: una regla que últimamente no había cumplido. Para qué engañarse, había estado incumpliendo sus propias prescripciones para el equilibrio y la buena salud mentales. 

Las habitaciones en donde se ha vivido durante mucho tiempo pueden ser como orillas del mar llenas de escombros, en las que es difícil saber de dónde proviene esta o aquella rocalla. 

Consiguió de él, como ella había esperado, una mirada sorprendida, incluso dura, ante el desagradable término que ella había utilizado deliberadamente. Las mujeres “entradas en años” a menudo hacen estas cosas. En un determinado momento (así parece) están utilizando el lenguaje de nuestro tiempo (feo, vulgar, directo) y, al siguiente, han pasado a ser, o sienten que pronto lo serán si no hacen nada al respecto, “ancianitas”, porque la generación más joven ha empezado a censurar su lenguaje, como se hace con los niños. 

En pocas palabras, los dos se comportaron como debían, de acuerdo con aquel antiguo litigio según el cual los franceses y los ingleses se consideran incompatibles, para satisfacción de ambos. Quizá la necesidad de cada nación de encontrar siempre los mismos caracteres en la otra sea lo que imponga un estilo, y así se perpetua. 

¿Acaso habría querido decir “Estás loca, Sarah” y colocarla en compañía de quienes se comportan de una determinada manera porque no pueden remediarlo? 

Hay hombres que arrastran con ellos, igual que algunos peces a medio crecer están adheridos a membranas de huevos, la sombra de sus madres, enseguida visible en su actitud defensiva y pronta en exceso para la sospecha. 

Cuando uno siente angustia, raramente es por una sola razón, especialmente cuando uno se hace mayor, puesto que cualquier pena echa mano de las reservas del pasado. 

Ahora estaba totalmente enamorada de Henry. Estaba enamorada de él porque él estaba enamorado de ella y aquello le permitía ser ella misma. 

Si actuamos de acuerdo con la visión que otra persona tiene de nosotros, podemos aprender mucho sobre esa persona. 

Tal vez el placer de cualquier nuevo grupo de gente, en particular en el teatro, resida sencillamente en esto, en que las familias, las madres y los padres, las esposas y los maridos y las novias y los novios, los hermanos y los hijos están en otro lugar, en otra vida. Cada persona pasa a ser bruscamente ella misma, él mismo, simplemente está ahí. Aquella sanguijuela, aquella telaraña, aquella caja de espejos deformados no quedan a la vista. Los hilos que nos hacen bailar son invisibles. 

Algunos son el equivalente moral de aquellos que nunca, nunca han estado enfermos en su vida y, cuando finalmente enferman, puede que incluso se mueran de la sorpresa. 

Creo que deberíamos limitarnos a dejar en paz los suicidios, no removerlos en óperas y obras teatrales y todo ese tipo de cosas. Son un mal ejemplo para cualquiera. 

Con qué facilidad, con que temeridad entramos a formar parte de este grupo o de aquel, religioso, político, teatral, intelectual… cualquier tipo de grupo: la más potente de las pociones de las brujas, cargadas con la posibilidad de causar daño o bien, pero la mayoría de las veces ilusión. 

La vida de grupo es una droga. 

La realidad es que no hay tantas relaciones “auténticas” en una vida, pocas historias de amor. 

Cierto tipo de piedad es el comienzo de una cura para el amor. Es decir, el amor como deseo. 

Nadie espera nada de uno en un hotel. 

Enamorarse es recordar que uno es un exiliado, y esta es la razón por la que la víctima no quiere que la curen, aunque grite: “No puedo soportar esta no vida. No puedo soportar este desierto”. 

Hay una sola cosa en la que podemos confiar. Gracias a Dios. Lo que sentimos un año no vamos a sentirlo al siguiente. 

Un momento interesante, cuando observas que un hombre desaparece de tu corazón mientras que otro aparece. 

Sarah intentó imaginarse cómo sería no tener una cabeza dominada por la palabra impresa. No era fácil.

(Fragmentos de "De nuevo, el amor", de Doris Lessing)

No hay comentarios: