jueves, 5 de septiembre de 2013

Adiós, Hemingway

De todos los homenajes, utilizaciones y rememoraciones del nombre y la figura de Hemingway existentes en Cuba, sólo aquel busto le parecía sentido y verdadero, como una de las simples oraciones afirmativas que Hemingway aprendió a escribir en sus viejos días de reportero novato del Kansas City Bar. En verdad, al Conde siempre le sonaba excesivo y hasta poco literario que sobreviviera un torneo de pesca de agujas, inventado por el mismo escritor y perpetuado después de su muerte, todavía patentizado con su nombre. Le resultaba falso y de mal gusto -en realidad de mal sabor- aquel daiquirí "Papa Doble" que una vez, atentando contra su pobre bolsillo, había bebido en la barra del Floridita, para encontrarse con una poción desleída a la cual Hemingway le había negado -por prescripción facultativa, para colmo de males- la gracia salvadora de la cucharita de azúcar capaz de marcar la diferencia entre un buen cóctel y un ron mal aguado. Más que turbia le parecía insultante la invención de una glamurosa Marina Hemingway para que los ricos y hermosos burgueses del mundo y ningún zaparrastroso cubano de la isla (por la simple condición de ser cubano y todavía vivir en la isla) disfrutaran de yates, playas, bebidas, comidas, putas complacientes y mucho sol, pero de ese sol que da un bello color en la piel, y no del otro, que te quema hasta los sesos en un campo de caña. Incluso el museo de Finca Vigía, donde Conde había dejado de ir tantos años atrás, le sabía a escenografía calculada en vida para cuando llegara la muerte... Al final, sólo la carcomida y desolada plazoleta de Cojímar, con aquel busto de bronce empotrado en un bloque de concreto roído por el salitre, decía algo simple y verdadero: era el primer homenaje póstumo que se le rindió al escritor en todo el mundo, era el que siempre olvidaban sus biógrafos, pero era el único sincero, pues lo habían levantado con sus propios dineros los pobres pescadores de Cojímar, luego de recoger por toda La Habana los trozos de bronce necesarios para el trabajo del escultor, quien tampoco cobró por su obra. Aquellos pescadores, a los que en los malos tiempos Hemingway les regaló las capturas hechas por él en aguas propicias, a los que consiguió trabajo durante la filmación de El viejo y el mar, exigiendo además que se les pagara a precio justo, unos hombres con quienes bebió cervezas y rones comprados por él, y a los cuales, en silencio, les escuchó hablar de peces enormes, plateados y viriles, capturados en las aguas cálidas del gran río azul, solamente ellos sentían lo que nadie en el mundo podía sentir: para los pescadores de Cojímar había muerto un camarada, algo que Hemingway no fue ni para los escritores, ni para los periodistas, ni para los toreros o los cazadores blancos del Africa, ni siquiera para los milicianos españoles o para aquellos maquis franceses, al frente de los cuales entró en Paris para ejecutar la etílica y feliz liberación del hotel Ritz del dominio nazi... Frente a aquel pedazo de bronce se derrumbaba toda la falsedad espectacular de la vida de Hemingway, vencida por una de las verdades más limpias de su mito, y el Conde admiraba el tributo no por el escritor, que nunca lo sabría, sino por los hombres capaces de engendrarlo, con un sentimiento de verdad que no suele existir en el mundo.

(Fragmento de "Adiós Hemingway", de Leonardo Padura

4 comentarios:

Rob K dijo...

Leí un solo libro de Padura y confieso que, aun cuando me entretuvo, no me despertó la admiración que sí me produce este párrafo. Saludos, María.

Diana Laurencich dijo...

Impresionante, como dice Rob, no sé si es este párrafo, no sé si es Padura que toca en el hueso mismo de mis cavilaciones últimas sobre los escritores y su honestidad, los lectores y su amor profundo por el escritor, lo justo e injusto de los homenajes póstumos, la vida y los tragos, en fin. Gracias.

María dijo...

Hola Rob y Diana,
Me alegro de que les haya gustado tanto como a mí. Este párrafo me parece brillante, resume un montón de cosas.
Es el primer libro que leo de Padura y me pareció muy bueno. Una biografía disfrazada de ficción muy lograda, me encantó y se los recomiendo.
Un saludo a ambos y gracias por leer!

Diana Laurencich dijo...

¡Uy, qué interesante, a ver si lo consigo! Gracias María.