lunes, 29 de julio de 2013

Qué pensar, qué desear, qué hacer

Ayer tuve un gran domingo: T. me llevó en moto por Barcelona, nos metimos al mar, gané al backgammon, tuve una idea para la obra de teatro que estoy escribiendo, caminé por la playa, tomé un helado, fuimos a ver la muestra “qué pensar/qué desear/qué hacer” y al cine a ver “Hannah Arendt”. Sí, fue un gran día.

Pero me voy a explayar en una videoinstalación que vi de Javier Téllez, que enfrentó una versión reeditada de “La pasión de Juana de Arco” de Dreyer con un documental sobre mujeres en un hospital psiquiátrico de Sydney. Así, cuestiona la frontera entre la normalidad y la patología. Y esa “delgada línea” (como la llamo ACA) me interesa muchísimo. Me interesa y me aterra, como acariciar un león salvaje.

Una de las mujeres, diagnosticada “bipolar”, decía que un día estaba en el polo norte y al día siguiente en el polo sur. ¿Por estar arriba el polo norte tiene que ser el polo positivo? ¿Quién designó que arriba es bueno y abajo es peor? ¿Y que lo positivo es mejor que lo negativo? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? Las convenciones sociales van mucho más atrás, al lenguaje, y entonces parece una sutileza la bipolaridad. Pero si de altibajos se trata, en estos días yo soy la reina del rebote: una pelota saltarina.

Ahora me acuerdo de que ayer en la playa encontré una pelotita verde, verde esperanza. Y volé, con ideas, sueños, proyectos; estuve enamorada entre historias, agua salada y sentí que todo era posible, las cosas que iba a escribir, el sentido del universo, supe que soy parte de algo mucho más grande; sí, ayer podía. Ay, como me gustaría poder guardar las sensaciones en un frasquito, y ponerme una sensación como un perfume.

Hoy es diferente. Hoy toco el piso. Estoy vacía, la cama deshecha, la computadora me ata, el café no alcanza para aclararme, la calle me llama, me invita a dejar de escribir y a vagar sin rumbo para después dejarme tirada llorando en una esquina, con alguna bolsa de algo que no necesito, sin haber escrito una palabra, sintiendo que no puedo, no escribo, no llego, no.

No, le digo a la calle, y me acuerdo de otra de las mujeres del psiquiátrico que hablaba de lucha, de una pelea en el ring de la mente. Pienso en esas mujeres y mis manos se mueven por el teclado, no escribo eso tan maravilloso que pensé ayer, es algo diferente. Estoy luchando, igual que ellas. Y entonces, como buena pelota saltarina, es muy probable que mañana me lance de nuevo a volar.

1 comentario:

Diana Laurencich dijo...

Uf. Tan cierto.