miércoles, 19 de junio de 2013

Un actor a la deriva

Recomendación del maestro Yataro Okura: A nosotros los actores de kyogen se nos ha enseñado cómo ayudar al actor principal del noh, y cómo calentarle el escenario. Cuando estés allá, trabaja con la intención de ayudar a tus compañeros actores en lugar de tratar de jalar la atención del público hacia ti. Haz a un lado tu ego y concéntrate en crear una atmósfera adecuada en la que puedan actuar los demás. 
En general, los artistas japoneses intentan expresar el máximo de verdad a través del mínimo de medios, y este enfoque ciertamente corresponde al espíritu del Zen. (…) El arte tradicional japonés pretende eliminar todo aquello que no resulte esencial. Reduce su expresión al mínimo necesario para comunicar, y aspira a causar un impacto en un nivel instintivo. En términos actorales esto significa encontrar ideas simples, casi rudimentarias, que tengan un significado universal. Gestos claros, relaciones de todos los días. Y entonces, estas ideas rudimentarias se refinan, se pulen y se convierten en “arte”. 
Desde que salí de Japón por primera vez he conocido a una gran cantidad de personas consideradas públicamente como “grandes artistas”. Y me he dado cuenta de que todos ellos poseen tanta habilidad diplomática como talento artístico. Hasta entonces yo pensaba que el artista debía conformarse con la pobreza y que era poco “artístico” preocuparse por el dinero. Ahora he llegado a otra conclusión. Un artista no debe conformarse con la pobreza, pero tampoco debe obsesionarse por el dinero; debe permanecer libre para realizar su trabajo creativo. 
Peter Brook dice que la acción teatral debe suceder en el mismo nivel en el que se encuentra el espectador, ni por encima ni alejada de él como sucede en los escenarios tradicionales. El actor no se diferencia en nada de la multitud espectadora, hasta el momento que avanza y se mueve. Es entonces que se convierte en actor.
Cuando los espectadores abandonan la sala deben ser diferentes que cuando llegaron. En tiempos pasados las personas iban a la iglesia una vez por semana para limpiar su espíritu. Hoy día rara vez ocurre esto, y el buen teatro debe cumplir parcialmente con esta función, debe limpiar a la gente como si se tratara de un baño. Aquel maestro Zen me dio lo que yo necesitaba, aunque en el justo momento no me haya dado cuenta. Del mismo modo, un actor debe tocar algo fundamental en los espectadores, se den cuenta o no de lo que les está sucediendo. En realidad, a mí no me interesa si la gente cree que soy o no un buen actor. Mi verdadero propósito es limpiar su espíritu y transformarlo. Trato de actuar bien a la manera de aquel maestro. 
Quizá la vida sea así. No soy “yo” quien vive, sino que algo, como el sonido de aquellos tambores, me hace vivir.
Al final de todo camino es a uno mismo a quien se encuentra. Nada más. O como dice el poema de Attar: “Has realizado un largo viaje para llegar hasta el viajero”. 
Peter Brook: “Un día, Yoshi me contó lo que decía un viejo actor de kabuki: “Yo puedo enseñar al joven actor cómo apuntar su dedo hacia la luna. Pero la distancia que hay de la punta de su dedo hasta la luna, es responsabilidad del actor”. Luego, Yoshi añadió: “Cuando actúo, no me interesa saber si mi gesto es hermoso. Para mí, sólo existe una pregunta: ¿el público vió la luna?”
(Fragmentos de "Un actor a la deriva", de Yoshi Oida

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