viernes, 10 de mayo de 2013

Notas sobre una Pelota Pulpito No 6


La mejor manera de mirar bien algo es dibujarlo. Y lo mejor es hacerlo desde todos los ángulos.

Yo creía que lo más difícil de dibujar una pelota era lograr el círculo perfecto sin compás. Pero en el caso de la pelota pulpito, lo más difícil de reproducir son sus líneas y la relación entre ellas y la esfera, es una tarea casi imposible para alguien de poca paciencia como yo.

Me pregunto cómo se harán esas rayas, cómo se redondea la goma y se pega para que quede así; me pasa con muchas cosas, que no puedo creer cómo están hechas. Es imposible hacer esas líneas a mano, estoy segura de que están pintadas con máquinas. Hay una fábrica en Parque Avellaneda. 

Volviendo al dibujo, pienso en sombrearla entera con el lápiz y después con la goma dibujar las líneas claras, la goma también dibuja. ¿O sería mejor delinear el borde exterior de todas las líneas y después rellenar las más oscuras?

Al tacto, parece que las líneas pintadas son las claras, las oscuras son el color original de la goma. Mientras voy pintando me confundo. ¿Qué líneas estoy pintando? Estoy pintando el fondo que también son líneas. Dibujar esta pelota es un ejercicio de figura y fondo.

Lo más fácil va a ser marcar el centro desde donde salen todas las líneas, el punto de referencia. Así lo hice pero no salió.


Uno pensaría que un círculo perfecto se hace de un solo trazo porque es la línea misma la que da la vuelta al sitio exacto. Pero no, para hacer un círculo perfecto hay que corregir sobre esa línea inicial, que es un punto de partida. Hay que ir afinando o engordando donde corresponda, a veces con el lápiz, otras con la goma. El círculo perfecto así es posible, trabajando.

Mientras dibujo me doy cuenta de que este será el primero de varios bocetos, lo acepto y pienso que me falta tiempo para llegar a conocer la pelota, para verla. Es un desafío. ¿Será más difícil dibujarla o escribir sobre ella?

Dibujar es una maravilla. Sólo el que dibuja puede entender cuánto mal o bien puede hacerle el más mínimo trazo a un dibujo.

Yo lo que quiero es que aprendan a mirar, repetía un profesor de pintura.

Hay veces que un dibujo, como una historia, sale de una. Otras, hay que buscarlo porque no aparece, se niega. Pero cuando una historia o un dibujo aparecen después de haber sido buscados dejan siempre una enseñanza: a los dibujos y a las historias hay que darles varias oportunidades.


Estudio la pelota por tercera vez. Llama Tirso, mi novio, que está trabajando en España por un mes. Hablamos un rato, de películas, de su trabajo. Yo sigo dibujando y cuando cortamos me hago preguntas que no sirven para nada. Paro la cabeza y me aferro a la pelota con todas mis fuerzas. En este momento, ahora, esta pelota es todo lo que tengo.

Consuelo: siempre queda la posibilidad de jugar.

Voy a mirarla hasta que deje de ser una pelota, como repetir mucho una palabra hace que se transforme en otra. Pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, plota, plota, plota, plota, plota, plata, plata, plata, plata, plata, plta, plta, plta, plta, plt, plt, plt, plt, plt, plt, plt, plt, después queda un chistido, algo parecido al sonido de la lluvia cuando cae gruesa. Pelota se transforma en lluvia.

No tiene un lugar fijo, la pelota no es una lámpara. Si hay viento no se vuela, se mueve. Me gusta y me tranquiliza tenerla conmigo, entre mis manos parece una bola de cristal, tiene el tamaño justo. Y entra en la cartera de una dama.

La saco, la llevo al teatro. Le pregunto a mi madre que piensa cuando la ve, ella se ríe y dice que aparece su infancia, o un tiempo pasado todavía anterior al suyo. Ni siquiera es de mi época, aclara, es de antes.

Interpreto: esta pelota es la gran infancia, la madre de todas las infancias, la infancia colectiva, la idea de infancia.

El pasado. Mi madre canta “niña, deja ya de joder con la pelota”, como si hubiese hecho un gran descubrimiento sobre el tema. En el ascensor le pregunto a una desconocida qué le evoca la pelota. Una pelota siempre evoca, me dice la mujer motivada, niñez, deporte, juego, enumera. Cuando nos alejamos mi madre me mira victoriosa: ¿Ves? No hay mucha creatividad con esto. (Esto es una pelota pulpito). 


La pelota es una bola, un balón de material flexible, en este caso es hueca y se usa para distintos juegos. Una amiga me recuerda que esta pelota es la que usábamos para jugar al “quemado”. Y aparece el patio del colegio, la pelota está ahí, mis compañeros, la cancha marcada con bultos de ropa, el retumbar de esta misma pelota sobre las paredes, sobre mi cuerpo tratando de que no me toque pero me da en la espalda y tengo que salir a sentarme a ver el juego de afuera. Dylan Thomas escribió: “La pelota que arrojé cuando jugaba en el parque aún no ha tocado el suelo”. Es esta misma pelota la que arrojé en el patio del colegio. Una ayuda memoria, eso es la pelota.

Voy a pasar mucho tiempo con ella, es inagotable, no termina nunca. Podría escribir sobre esta pelota una novela, tres novelas, obras de teatro, podría dibujar esta pelota toda la vida, con diferentes técnicas y materiales, hacer su escultura en piedra, trufas de chocolate rayado, películas en donde ella disparase o terminase cada historia; podría dedicarle mi vida a esta pelota y no me alcanzaría, ella me grita infinito, con sus rayas dando vueltas generando un espiral, una ilusión óptica, el famoso efecto moiré, y escucho la música de Bernard Herrman, como en la secuencia inicial de “Vértigo” de Hitchcock, y me adentro en un sueño, en un recuerdo. Esta pelota me hipnotiza. 


Una pelota puede ser de cualquier cosa, de nieve, de barro, de mierda, de madera, de piedra. Muchas veces se escucha a alguien decir yo era tan pobre que cuando era chico jugaba con pelota de trapo. Eso no es sólo ser pobre, también es ser creativo. La pelota pulpito es de goma. No sé si la goma es más cara que los trapos, que en definitiva son tela. ¿La tela es más barata que la goma?

Me gusta el olor a goma, es un olor limpio, no importa que la pelota haya andado por pasto, tierra y agua, siempre vuelve con olor a goma, tiene olor a recién nacida.

Dicen que la pelota la inventaron los chinos en el siglo IV antes de Cristo. Pero yo no lo creo. Es como decir que los chinos inventaron el mundo. El mundo es la pelota, los chinos vinieron mucho después. En todo caso la pelota habrá inventado a los chinos. La luna y el sol son pelotas.

“Pelotazo en contra”, “pelotudo”, “la pelota no se mancha”, “estar en pelotas”, “hacer la pelota”, “tocarse las pelotas”, “devolver la pelota”, “estar hasta las pelotas”, “hincha pelotas”, “rompe pelotas”, “La pelota no dobla”, “parar la pelota”. Todos detalles. Esta pelota, con su simpleza, contiene el surrealismo universal.

Si Herzog se comió su zapato por el cine yo puedo cargar con esta pelota por la literatura. Por algo no soy Herzog, porque no me animo, si no debería comerme esta pelota para terminar de entenderla.


La pelota me acompaña, me sostiene con sus preguntas. Espera, es paciente, y al mismo tiempo pide acción, otro para el juego. Sí, podría lanzarla hacia el aire y atraparla yo misma, o rebotarla contra la pared para que vuelva a donde estoy. Pero no es lo mismo. ¿Escribir o dibujar es un juego solitario?

El fútbol es un juego con un objetivo: manipular y controlar la pelota para introducirla en el área de la meta. La pelota, nosotros mismos en nuestro recorrido hacia el gol, la muerte. Ahí no se erra. Pier Paolo Pasolini dijo que “el goleador es el mejor poeta del año”. La pelota es poesía, vida y muerte es la pelota.

Para poder ver y dibujar la pelota tengo que vaciarme de todo lo demás, estar limpia y disponible. Me voy uniendo a la pelota, cuando miro así desaparezco.

Tiene cicatrices. Las juntas la hacen imperfecta y al mismo tiempo le dan vida. Es sencilla, no pretende. Acepta a cualquiera que le de una mano.

De tanto estar con ella, cuando la dejo la siento sola. Entre mis objetos de mujer adulta, admiro la fuerza que tiene esta pelota, contiene la fuerza del mundo. Resiste a todo lo que la rodea, orgullosa. Sabe que, del ambiente cargado de libros, fotos, aparatos electrónicos, ella es lo más atractivo, la reina del lugar.





No soy de cargar con emociones a los objetos. Uso un anillo de mi abuela pero más porque me gusta que porque haya sido de ella, no valoro que lo haya tenido puesto el día que murió, que estuvo en su mano hasta el último momento. Mi abuela está en otra parte, no en este anillo.

Pero la pelota es otra cosa. Yo no tuve una pelota como esta cuando era chica, esta pelota la vi en otros lugares, no en mi casa. La que tengo ahora la compré el año pasado en el barrio de Once por quince pesos. Mi profesora de canto me recomendó usar pelotas para aflojar las cervicales. La pulpito número seis no sirve para el cuello, es demasiado grande. Pero fue imposible resistirme a comprarla. No sabía que tenía tanto sobre ella adentro mío, pero algo había entre esta pelota y yo.

Estos días la llevo conmigo. Cuando la vio el panadero, me advirtió que esta pelota es de colección. No le dije lo de los quince pesos.

Cuando la vio mi médico, la agarró con las dos manos como si fuese una piedra preciosa y se le hicieron agua los ojos: ¡qué divertido es tener una pelota! Se había olvidado, parece, de lo divertido que es. La próxima vez le traigo una, doctor, le prometí antes de irme. Intuí que una vez que la puerta del consultorio se cerrase, y él volviese a su escritorio a atender a otras mujeres, se olvidaría completamente de lo divertido que es tener una pelota.



La pelota es exacta. Haber elegido una sola cosa me permite pensar con claridad, me tranquiliza y quiero escribir y dibujarla sin parar. No hay hojas en blanco, ningún bloqueo. Descubro que haber elegido a la pelota es mi acto creativo. Lo demás viene solo.

El encuentro con esta pelota es una revelación, no tiene interferencias, no hay segundas intenciones. Es magia. Si la miro quieta un rato parece que respira, como los muertos.

La pelota dura para siempre, yo no. Y estas palabras, estos dibujos, ¿duran para siempre?

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