La mejor manera de mirar bien
algo es dibujarlo. Y lo mejor es hacerlo desde todos los ángulos.
Yo creía que lo más
difícil de dibujar una pelota era lograr el círculo perfecto sin compás. Pero
en el caso de la pelota pulpito, lo
más difícil de reproducir son sus líneas y la relación entre ellas y la esfera,
es una tarea casi imposible para alguien de poca paciencia como yo.
Me pregunto cómo se harán
esas rayas, cómo se redondea la goma y se pega para que quede así; me pasa con
muchas cosas, que no puedo creer cómo están hechas. Es imposible hacer esas
líneas a mano, estoy segura de que están pintadas con máquinas. Hay una fábrica
en Parque Avellaneda.
Volviendo al dibujo, pienso
en sombrearla entera con el lápiz y después con la goma dibujar las líneas
claras, la goma también dibuja. ¿O sería mejor delinear el borde exterior de
todas las líneas y después rellenar las más oscuras?
Al tacto, parece que las
líneas pintadas son las claras, las oscuras son el color original de la goma.
Mientras voy pintando me confundo. ¿Qué líneas estoy pintando? Estoy pintando
el fondo que también son líneas. Dibujar esta pelota es un ejercicio de figura
y fondo.
Lo más fácil va a ser marcar
el centro desde donde salen todas las líneas, el punto de referencia. Así lo
hice pero no salió.
Uno pensaría que un
círculo perfecto se hace de un solo trazo porque es la línea misma la que da la
vuelta al sitio exacto. Pero no, para hacer un círculo perfecto hay que
corregir sobre esa línea inicial, que es un punto de partida. Hay que ir
afinando o engordando donde corresponda, a veces con el lápiz, otras con la
goma. El círculo perfecto así es posible, trabajando.
Mientras dibujo me doy
cuenta de que este será el primero de varios bocetos, lo acepto y pienso que me
falta tiempo para llegar a conocer la pelota, para verla. Es un desafío. ¿Será
más difícil dibujarla o escribir sobre ella?
Dibujar es una maravilla.
Sólo el que dibuja puede entender cuánto mal o bien puede hacerle el más mínimo
trazo a un dibujo.
Yo lo que quiero es que aprendan a mirar, repetía un profesor de
pintura.
Hay veces que un dibujo,
como una historia, sale de una. Otras, hay que buscarlo porque no aparece, se
niega. Pero cuando una historia o un dibujo aparecen después de haber sido
buscados dejan siempre una enseñanza: a los dibujos y a las historias hay que
darles varias oportunidades.
Estudio la pelota por
tercera vez. Llama Tirso, mi novio, que está trabajando en España por un mes.
Hablamos un rato, de películas, de su trabajo. Yo sigo dibujando y cuando
cortamos me hago preguntas que no sirven para nada. Paro la cabeza y me aferro
a la pelota con todas mis fuerzas. En este momento, ahora, esta pelota es todo
lo que tengo.
Consuelo: siempre queda
la posibilidad de jugar.
Voy a mirarla hasta que
deje de ser una pelota, como repetir mucho una palabra hace que se transforme
en otra. Pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota, pelota,
pelota, plota, plota, plota, plota, plota, plata, plata, plata, plata, plata,
plta, plta, plta, plta, plt, plt, plt, plt, plt, plt, plt, plt, después queda
un chistido, algo parecido al sonido de la lluvia cuando cae gruesa. Pelota se
transforma en lluvia.
No tiene un
lugar fijo, la pelota no es una lámpara. Si hay viento no se vuela, se mueve. Me gusta y me
tranquiliza tenerla conmigo, entre mis manos parece una bola de cristal, tiene
el tamaño justo. Y entra en la cartera de una dama.
La saco, la llevo al
teatro. Le pregunto a mi madre que piensa cuando la ve, ella se ríe y dice que aparece
su infancia, o un tiempo pasado todavía anterior al suyo. Ni siquiera es de mi época, aclara, es de antes.
Interpreto: esta pelota
es la gran infancia, la madre de
todas las infancias, la infancia colectiva, la idea de infancia.
El pasado. Mi madre canta
“niña, deja ya de joder con la pelota”,
como si hubiese hecho un gran descubrimiento sobre el tema. En el ascensor le
pregunto a una desconocida qué le evoca la pelota. Una pelota siempre evoca, me dice la mujer motivada, niñez, deporte, juego, enumera. Cuando
nos alejamos mi madre me mira victoriosa: ¿Ves?
No hay mucha creatividad con esto. (Esto es una pelota pulpito).
La pelota es una bola, un
balón de material flexible, en este caso es hueca y se usa para distintos
juegos. Una amiga me recuerda que esta pelota es la que usábamos para jugar al “quemado”. Y aparece el patio del colegio, la
pelota está ahí, mis compañeros, la cancha marcada con bultos de ropa, el
retumbar de esta misma pelota sobre las paredes, sobre mi cuerpo tratando de
que no me toque pero me da en la espalda y tengo que salir a sentarme a ver el
juego de afuera. Dylan Thomas escribió: “La pelota que arrojé cuando jugaba en
el parque aún no ha tocado el suelo”. Es esta misma pelota la que arrojé en el
patio del colegio. Una ayuda memoria, eso es la pelota.
Voy a pasar mucho tiempo
con ella, es inagotable, no termina nunca. Podría escribir sobre esta pelota
una novela, tres novelas, obras de teatro, podría dibujar esta pelota toda la vida,
con diferentes técnicas y materiales, hacer su escultura en piedra, trufas de
chocolate rayado, películas en donde ella disparase o terminase cada historia; podría
dedicarle mi vida a esta pelota y no me alcanzaría, ella me grita infinito, con
sus rayas dando vueltas generando un espiral, una ilusión óptica, el famoso
efecto moiré, y escucho la música de
Bernard Herrman, como en la secuencia inicial de “Vértigo” de Hitchcock, y me
adentro en un sueño, en un recuerdo. Esta pelota me hipnotiza.
Una pelota puede ser de
cualquier cosa, de nieve, de barro, de mierda, de madera, de piedra. Muchas
veces se escucha a alguien decir yo era
tan pobre que cuando era chico jugaba con pelota de trapo. Eso no es sólo
ser pobre, también es ser creativo. La pelota
pulpito es de goma. No sé si la goma es más cara que los trapos, que en
definitiva son tela. ¿La tela es más barata que la goma?
Me gusta el olor a goma,
es un olor limpio, no importa que la pelota haya andado por pasto, tierra y
agua, siempre vuelve con olor a goma, tiene olor a recién nacida.
Dicen que la pelota la
inventaron los chinos en el siglo IV antes de Cristo. Pero yo no lo creo. Es
como decir que los chinos inventaron el mundo. El mundo es la pelota, los chinos
vinieron mucho después. En todo caso la pelota habrá inventado a los chinos. La
luna y el sol son pelotas.
“Pelotazo en contra”,
“pelotudo”, “la pelota no se mancha”, “estar en pelotas”, “hacer la pelota”,
“tocarse las pelotas”, “devolver la pelota”, “estar hasta las pelotas”, “hincha
pelotas”, “rompe pelotas”, “La pelota no dobla”, “parar la pelota”. Todos
detalles. Esta pelota, con su simpleza, contiene el surrealismo universal.
Si Herzog se comió su
zapato por el cine yo puedo cargar con esta pelota por la literatura. Por algo
no soy Herzog, porque no me animo, si no debería comerme esta pelota para
terminar de entenderla.
La pelota me acompaña, me
sostiene con sus preguntas. Espera, es paciente, y al mismo tiempo pide acción,
otro para el juego. Sí, podría lanzarla hacia el aire y atraparla yo misma, o
rebotarla contra la pared para que vuelva a donde estoy. Pero no es lo mismo. ¿Escribir
o dibujar es un juego solitario?
El fútbol es un juego con
un objetivo: manipular y controlar la pelota para introducirla en el área de la
meta. La pelota, nosotros mismos en nuestro recorrido hacia el gol, la muerte.
Ahí no se erra. Pier Paolo Pasolini dijo que “el goleador es el mejor poeta del
año”. La pelota es poesía, vida y muerte es la pelota.
Para poder ver y dibujar
la pelota tengo que vaciarme de todo lo demás, estar limpia y disponible. Me
voy uniendo a la pelota, cuando miro así desaparezco.
Tiene cicatrices. Las
juntas la hacen imperfecta y al mismo tiempo le dan vida. Es sencilla, no
pretende. Acepta a cualquiera que le de una mano.
De tanto estar con ella,
cuando la dejo la siento sola. Entre mis objetos de mujer adulta, admiro la
fuerza que tiene esta pelota, contiene la fuerza del mundo. Resiste a todo lo
que la rodea, orgullosa. Sabe que, del ambiente cargado de libros, fotos,
aparatos electrónicos, ella es lo más atractivo, la reina del lugar.
No soy de cargar con
emociones a los objetos. Uso un anillo de mi abuela pero más porque me gusta
que porque haya sido de ella, no valoro que lo haya tenido puesto el día que
murió, que estuvo en su mano hasta el último momento. Mi abuela está en otra
parte, no en este anillo.
Pero la pelota es otra
cosa. Yo no tuve una pelota como esta cuando era chica, esta pelota la vi en
otros lugares, no en mi casa. La que tengo ahora la compré el año pasado en el
barrio de Once por quince pesos. Mi profesora de canto me recomendó usar
pelotas para aflojar las cervicales. La pulpito
número seis no sirve para el cuello, es demasiado grande. Pero fue
imposible resistirme a comprarla. No sabía que tenía tanto sobre ella adentro
mío, pero algo había entre esta pelota y yo.
Estos días la llevo
conmigo. Cuando la vio el panadero, me advirtió que esta pelota es de colección. No le dije lo de los
quince pesos.
Cuando la vio mi médico, la
agarró con las dos manos como si fuese una piedra preciosa y se le hicieron
agua los ojos: ¡qué divertido es tener
una pelota! Se había olvidado, parece, de lo divertido que es. La próxima vez le traigo una, doctor, le
prometí antes de irme. Intuí que una vez que la puerta del consultorio se
cerrase, y él volviese a su escritorio a atender a otras mujeres, se olvidaría completamente de lo divertido que es tener una pelota.
La pelota es exacta. Haber
elegido una sola cosa me permite pensar con claridad, me tranquiliza y quiero
escribir y dibujarla sin parar. No hay hojas en blanco, ningún bloqueo. Descubro
que haber elegido a la pelota es mi acto creativo. Lo demás viene solo.
El encuentro con esta pelota es una revelación, no tiene interferencias, no hay segundas intenciones. Es magia. Si la miro quieta un rato parece que respira, como los muertos.
La pelota dura para
siempre, yo no. Y estas palabras, estos dibujos, ¿duran para siempre?
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