Era peor que un muro lo
que se había formado entre ustedes. Era algo vivo, que respiraba y largaba el olor
de un animal mojado, un bisonte, que había entrado a la casa de chico y después
había crecido tanto que ya no salía por la puerta.
Estaba ahí, siempre, en
el medio de los dos mientras comían o miraban televisión, hasta en la cama. Los
vigilaba de noche diciendo acá estoy, no
lleguen a tocarse. Entonces se quedaban los tres hasta cualquier hora
mirando programas de cocina. Nora en el sillón, aunque no llegase a ver nada
porque el bisonte se plantaba cerca de la pantalla para llamar la atención. Vos
te ibas adelante para ver la imagen, te sentabas como un niño, de alguna manera
te ponías del lado del animal y le dabas la espalda a tu mujer, que se iba
quedando dormida con ronquidos suaves como olas.
Sabés que todo empezó, o
mejor dicho terminó, con el tatuaje. Antes vos la querías a Nora como se
quieren las parejas de las películas, o más. Paseaban al perro en el parque al
atardecer, mirando a los niños de otros y soñando; iban al cine y comían
pochoclo con una mano mientras se agarraban de la otra; chupaban del mismo
helado, al mismo tiempo; leían frente a la chimenea y hasta hacían el amor
mientras se consumían los leños.
Aún teniendo que ir a la
oficina todos los días, estar con Nora era como estar de vacaciones. Encontrarla
cocinando a la noche era una fiesta y verla por la mañana era como ver el mar.
Sabés que no le pasa a todo el mundo, que era cosa de una vez en la vida, un
amor de otro planeta.
El día que Nora te dijo
que se había hecho un tatuaje la deseaste más, la independencia te atrae. A la
noche no se quiso sacar la venda porque le dolía, tampoco te intrigaban tanto
unas cuantas estrellitas de diferentes tamaños en la nuca, así que no
insististe, y comieron riéndose de andar tatuándose por primera vez a los
treinta.
Ese fin de semana cumplías
años. Apenas abriste los ojos ella te miraba ansiosa, como esperando que
salieses de un coma. Se besaron, pero cuando la empezaste a tocar te frenó y
dijo que tenía una sorpresa. Te dio la espalda y señaló la venda en el cuello que
ya estaba algo despegada y llena de pelos. Con cuidado la fuiste abriendo, parecía
la tapa de un libro frágil. Pero lo que viste no fueron las estrellas, esas que
se tatúan las mujeres que significan femenino,
liviano, soñador. Viste tu nombre,
Henry, rodeado de firuletes, con la n simulando
un corazón que se derretía. Ella te dio un beso y retomó las caricias que no te
atreviste a rechazar por cagón.
Sabés que esa noche en tu
fiesta de cumpleaños apareció el bisonte recién nacido. Te siguió como un perro
faldero por toda la casa, mientras evitabas a Nora. Ella se había puesto un
vestido de breteles finitos y con su pelo recogido paseaba tu nombre entre los
invitados, parecía una publicidad: Henry, hoy cumple años Henry o Henry, mi
novio se llama Henry, o Henry, la puta madre que lo parió a Henry, Henry,
Henry, Henry, Henry. Aunque sea se hubiese tatuado Enrique, pero no, había que
remarcar, explicitar, tenías que ser vos, Henry. Te dio vergüenza estar con
ella, la sentías una etiqueta, una credencial que le avisaba al mundo que vos
eras Henry y no otro, y que ella era tuya, de Henry, para siempre.
Sabés que nunca volvió a
ser lo mismo desde que tu nombre se mezcló con su sangre. Y el bisonte que empezó
a crecer cada vez más grande entre ustedes, denso. Dicen que el bisonte es el
único animal que soporta las tormentas en lugar de huir de ellas. Como los
tatuajes, que no se borran con el agua.
3 comentarios:
Excelente.
Muchas gracias, Miguel...
Me pone muy contenta que te haya gustado.
Saludos
Es que estuvo muy bueno.
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