lunes, 13 de mayo de 2013

César Mermet sobre viajar en colectivo:

-Ya es buen don que en la mañana alguien atienda
tu rogatoria seña y pare.

-Quien pone un pie sobre veloz altura fugitiva
y se sostiene con aguerrido brazo demuestra fe eficiente.
Todavía es poco. Pero así se empieza.

-No pienses en tu nombre andando en micro.
Distráete del primer pronombre.
Entrégate dócilmente a un nosotros interpenetrado.
No alimentes excesiva conciencia, cólera, agravio,
orgulloso pudor, corpuscular soberbia. Fluye.

-Hay que entrar blando y desprevenido al micro,
confiado, crédulo, ignorando el día anterior,
memoria y ansiedad y miedo;
anónimo y en blanco, entra ofrecido.

-Con tu prójimo inmediato
conjuga tus volúmenes, sus huesos, los tamaños.
Pero puja. Puja, pero no contiendas.

-Pujando enseña al otro, no tu poder,
sino la necesaria aceptación de todos.

-El destino es lo que importa.
El cada cual llegar,
sin gloria pero sin pena, con sencillez cabal y cumplida.

-El que subió después que uno
y aparece sentado antes, ése demuestra silenciosa, descreídamente,
la mecánica infalible y antigua del empeñoso mérito.
El valor elemental del codazo, la virtud del querer firme,
la gradación fatal del propósito cumpliéndose sin uno,
en otro modo arcaico de lo impersonal:
lanzarse el uno a su designio, inapelable, como la bala.

-Si bien te fijas, quien primero penetra
decidido y sin horror al centro espeso del combate
es quien primero emerge, no los empecinados ni los tibios.

-Si miras con recto corazón, la gente tiene todavía
increíblemente centrada en su propio corazón la gravedad de la mirada.
No blandida, no disparada, no infligida;
discreta, neutra y matizada.

-Milagro es que logremos este mínimo acuerdo, este modesto pacto
de sufrir juntos, sin desgarrarnos,
redondearnos como rodillos comprensivos,
en entendimiento casi compasivo, en un micro-amor primario,
en bastos primeros grados del convivente amor, digamos.

-Siempre cabe uno más, recuérdalo, cuando te tiente ser mojón,
clausurante frontera, tope plantado.
El espacio es magnitud modulable por la respiración, la buena fe,
y la flexible renuncia al soy y estoy;
cuando el hombre se ignora, es interpenetrable, sábelo.
Donde no cabe uno, caben tres,
y donde todos se aceptan en momentánea unanimidad fraterna,
en efímero amor provisorio, el doble, el triple cabe;
y cabe la reconciliación, en su versión corpórea, por ahora.

-Quien primero descorre su personal ventanilla
es el que sufre asfixia por rechazo; no es por su cuerpo
que pide aire, no por su alma, tampoco por su espíritu;
es por su henchido yo que siente compacto y palpable el miedo, el asco;
ése margina su vida en doloroso y arduo apartamiento,
concédele piedad y desconfíale en caso de fuego,
caída al río, muerte común o transvida compartida;
porque sufre solo, sufre contra todos,
sus tormentos les serán propios y diferenciados
y porque será el último en respirar el agua, en disolverse en fuego,
no será respirado por el ángel. Míralo y recuerda
la solitaria soberbia triste y rígida de su cara.

-Si admites al que te desplaza, por tímidos milímetros,
como achicado él a su ruego, y su ruego a su perfil ladino,
y su cuerpo logrero al pequeño tesón de su hipócrita vida,
si lo aceptas,
lo aceptas con su voluminoso portafolios y sus gruesos paños,
tapados, sombreros y bufandas, su estridente perfume
y el radiante rojo de su inmediata y rotunda cara
irreal, como una enorme cosa que bufa y parece que sonríe.
Cada cual como es y con todo lo que es.
No hay concesión parcial, ni aceptación condicionada;
cuando das lugar, das el total lugar que cada cual reclama,
y debes saber que renuncias a tu espacio, no de una vez,
sino por tenaces veces, durante todo el viaje.

-Compórtate con mesura, conserva tu lugar, aún cediendo.
Y aún permaneciendo, cede. Y sobre todo, piensa:
siempre es posible otra contracción cortés,
cuando ya ni un milímetro es posible, tu retracción por dentro
te ahueca, y se siente, y se agradece, y facilita
la peristáltica bendición del movimiento
en el que todos somos lo moviente y lo movido,
la entrada y la salida.

-No te apegues con exceso a grandes ojos pasajeros.
Ni su belleza es tuya, ni es por todo el trayecto
que su alegría es de todos y de nadie.
La promesa ambigua de su mirada no será cumplida en este viaje;
ilumina alrededor, es cierto, pero efímeramente,
como sol milagroso entre dos lluvias.
Bajará antes o después de uno, y si bajara en la esquina que uno,
dejará de ser parienta de destino, diluido aquello de que fuimos parte
uno y sus ojos transitivos.
A toda hermosa le es corona el tránsito.

-Andar en micro es como vivir, un saber lento y tácito,
pero se sabe sólo por el alcance de un boleto que pagas;
y tal vez porque pagas; porque no es un don te aplicas y modulas con buen oído.
Ser o nacer en cambio es gratis
y desconoces la duración del trayecto y crees que viajas solo,
como en un taxi, y que te sobra vida y gran capricho.

-Es tan solo tu cuerpo y no tus confusas prerrogativas
lo que está dócilmente dado al juego, andando en micro.
Es tu cuerpo y apenas el alma indispensable
lo que llevas al breve viaje,
con la actitud modesta con que deberías
llevarte a andar toda la vida
con todo el ser a cuestas.

(Fragmentos de "Aforismos del micro", César Mermet, 1975)

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