Sería más fácil recordar si hubiese un camino hacia esos años en los que éramos chicos, un hilo de donde tirar. Pero no, recordar es lanzarse al mar revuelto desde un barco pesquero y solitario. Caer en cualquier parte, desnudo, sin coordenadas, ni siquiera antiparras. Y así, bucear.
Me tiro al agua. Busco un tesoro: el superhéroe de mi niñez. Trato de seguir una pista, un pez borroso que nada demasiado rápido: los dibujos animados, la mujer biónica, Hulk, los Pitufos, Mazinger Z, She-ra, Thundercats. Veo que el pez se aleja y no me esfuerzo, por ahí no es. Nunca creí en poderes sobrenaturales, en misteriosas cuevas que te convertían en otro ni en brazaletes mágicos.
Vuelvo a estar perdida en medio de este océano inmenso y turbio que es mi memoria. Viene un molusco, es inofensivo pero presiento que no va a llevarme a ninguna parte: mi hermana y yo frente a la televisión, mi mamá saliendo a trabajar toda emperifollada, la vergüenza, mi mamá joven, sus calzas verdes, sus rulos revueltos de los ochenta.
Hago la plancha, si aflojo el cuerpo es posible que los peces no me teman y se acerquen solos. Lo genuino, aunque en breves dosis, sólo vendrá sin esfuerzo. Recuerdo libros, no leerlos, estar cerca de los libros era lo que me gustaba, el olor a papel viejo y amarillo de la biblioteca oscura de mi abuela.
Nunca tuve un comic. En mi casa éramos todas mujeres, ahí se mezclaban tanto bombachas como personalidades. Ella éramos todas y siempre una la más linda, otra la más inteligente, una la más fuerte, otra la débil, todo relativo, todo grupal y una para todas y todas para una; pero en el peor sentido, en el de no ser una. Mujeres.
Un delfín brillante se acerca confianzudo y me sonríe con cierta ironía. Todas mujeres, Mujercitas. Ese libro sí lo leí, fue uno de los primeros. Ahora recuerdo, yo quería ser Jo, no, no quería, para mí yo era Jo. La aventurera, la independiente, impulsiva; la salvaje. Mi fantasía no era de alto vuelo, Jo tenía pelo negro y hermanas, un padre ausente y una madre perfecta que se sacrificaba por ella. Y leía, era la intelectual que no se preocupaba por minucias como el peinado o el dobladillo del vestido. Jo era el conflicto, el ruido que le servía a las demás para creerse música. Quería ser ella porque quería ser otra. Verme desde afuera, separada de mi hermana y mi mamá que venían conmigo a todas partes, que eran mejores o peores que yo en esto o aquello. Jo, la varonil, la fuerte, la que marcaba el límite. Era como un ideal de mí misma, era lo que yo podía ser.
De chica no quería volar, quería aguantar, resistir. Quizás para mí era imposible pensar en salvar vidas o reparar injusticias; yo lo que quería era caminar sin peso, apropiarme de mi cuerpo que estuvo siempre lejos.
Ahora que soy grande sueño, y si pudiese elegir algún poder sobrenatural sería la capacidad de recordar. No dónde estuve o con quién, recordar lo que sentía cuando tenía tres, siete, quince años. Ahí estaría todo, en el hilo de mis deseos ocultos, en marañas de algas que abrazan las caracolas perdidas. La Mujer Acuática en los mares de la memoria. Explorar las profundidades, mis miedos, mi núcleo, el ritmo de los días que pasaba por mi cabeza cuando aprendí a pensar. Nada de trepar edificios o escuchar a través de las paredes, yo lo que quiero es recordar.
2 comentarios:
Excelente, y sí, vas a mejorar y elevar aún más la calidad... Dije cierta vez que te tenía fe.
Muchas gracias, Miguel! Ojalá mejore...
Un beso.
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